La furia de siglos que hizo temblar al país

por Trinidad Mato

La Tierra se dividió en dos ante un gigante que avanzó derribando todo a su paso y el grito desesperado del Ni Una Menos emergió desde lo más profundo de ese gran vacío. La rabia, la angustia y el cansancio organizados (aunque también la esperanza) llevan el nombre de una consigna tan cruda como desoladora: «paren de matarnos».

Yo tenía 13 años ese miércoles de junio. Como mis compañeras, recién estaba entrando a la secundaria. Sin embargo fue ese día en el que mi generación sintió más de cerca al feminismo. Y digo «sintió» adrede, porque creo que es lo que pasa con los grandes movimientos. Hay quienes ocultan las injusticias de la historia debajo de la alfombra hasta que alguien las nombra en voz alta -porque lo que no se nombra no existe- y sobre ese vacío y ese dolor, los grandes movimientos construyen redes, esperanzas y políticas.

Se dice que mi generación es parte de la llamada «cuarta ola del feminismo». Evidentemente, si somos la cuarta es porque hubo otras antes de nosotras. Y fue gracias a su lucha y el impulso de la nuestra que luego de tantos años plantamos bandera. Desde entonces todo fue mutando al ritmo de nuevos interrogantes que nos remiten a la primera certeza del feminismo: es un movimiento que dignifica.

La lectura es simple: exigimos que paren de matarnos porque en definitiva queremos vivir. De una vez y para siempre señalamos qué vida rechazamos mientras construimos el relato de la vida que sí queremos. En ese sentido, la movilización por el aborto legal emerge como una de las respuestas a ese interrogante: queremos vivir decidiendo sobre nuestros cuerpos y sobre la política sancionando leyes que nos mejoren la vida. La consigna «Vivas, libres y gobernando nos queremos» responde a lo mismo. Son síntesis liberadoras porque nos reconocen como deseantes en el plano sexual, pero también en el de poder. Es la existencia misma ordenada a partir de un sentido político, y es por esto que el feminismo debe ser parte de un proyecto integral que lo ordene. Por fuera de éste carece de rumbo y de capacidad real para materializar sus reclamos.

Acá estamos. En las escuelas, en los barrios, en toda la extensión de este suelo latinoamericano del cual nuestro país fue pionero de las luchas más nobles. Nuestro deber está más vivo y joven que nunca y es jamás renunciar a lo que nos convoca, a la noción de que una sociedad más justa es posible.

Y el patriarcado que arda en el fuego de este aquelarre que jamás podrá apagarse.

Porque mientras exista la injusticia, nuestra vida será de lucha.

* Presidenta del Centro de Estudiantes del Colegio Carlos Pellegrini.

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