“La murga es una actividad de liberación”

por Maia Kiszkiewicz

Pensar que un corso puede disfrutarse desde una silla y sin interactuar con quién está cerca sería una falacia, porque la murga es baile y grupalidad. Y, como en toda acción que se realiza en comunidad, está claro que el cuidado por las otras personas es elemental para seguir trabajando. Por eso, este año no habrá calles abarrotadas de gente que se encuentra bajo banderines de colores, tampoco niños y niñas persiguiéndose con un pomo de espuma o alguna bombucha. En 2021, las murgas porteñas decidieron suspender los corsos barriales y los desfiles con público para cuidar a quienes hacen y disfrutan el espectáculo. Pero febrero es históricamente de carnaval y la fiesta popular no se puede detener.

Sabiendo esto, quienes realizan actividades murgueras se agruparon durante el 2020 y, desde junio, trabajan en alternativas para llenar, simbólicamente, las calles de colores y decirle a las personas que no salgan, que se cuiden y que se preparen para recibir a la fiesta barrial en sus casas porque la virtualidad será la herramienta que permitirá la comunicación y el encuentro en este mes tan esperado.

Carnaval Alternativo es la denominación que eligieron para este conjunto de actividades que incluye actuaciones por streaming, muestras de fotos y murales. “Apuntamos a llevar un poco de alegría a la gente en medio de tanto dolor y pérdida”, dice, en comunicación con Periódico VAS, Felipe Fiscina, integrante, desde hace 20 años, del Centro Murga Los Arlequines de la “R.

¿Qué significa febrero para vos y para quienes hacen murga?

Febrero es todo. Nosotros, en general, esperamos este mes para demostrar lo que ensayamos durante el año, para poner nuestra voz y cuerpo en las calles y en los festejos. Pero este febrero es muy triste. El año lo fue también. Tuvimos que estar encerrados, a algunos se les complicó laboralmente, hay quienes perdieron seres queridos y se suma que no pudimos ensayar todas las semanas como acostumbrábamos. Para nosotros, la murga es una actividad de liberación que no estamos pudiendo tener.

Y fue raro, porque incluso durante la dictadura, con la prohibición de los feriados de carnaval, los corsos se seguían haciendo de manera clandestina. Pero ahora somos nosotros quienes decidimos no salir y nos cuesta mucho. Hay murgueros que tienen 60 años de carnaval ininterrumpidos y llegar a un febrero sin desfilar por las calles es difícil. Por eso buscamos alternativas que, sabemos, no reemplazan el sentimiento de un febrero en la calle, pero sanan un poco nuestro dolor.

¿Cómo fue el trabajo para llegar a esas alternativas?

Hicimos reuniones generales entre murgas y presentamos, en agosto, nuestras propuestas al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y a la Dirección General de Promoción del Libro, Bibliotecas y la Cultura. Había mucha incertidumbre, por eso habíamos incluido opciones con y sin público de manera de poder adaptarnos a la situación sanitaria. Pero llegamos a diciembre sin definición de cómo iba a ser el carnaval. Si bien tuvimos reuniones con el Gobierno de la Ciudad, la postura que sostenían era de salir y hacer presentaciones con hasta 500 espectadores.

Esa propuesta no tuvo aceptación por parte de la comunidad del carnaval, nos pareció que no era lo más conveniente para nuestro cuidado ni el de los vecinos y vecinas. Nos negamos. De todas maneras, el 8 de enero salió el Vicejefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Diego Santilli, a decir que no se permitían actividades en espacio público con más de 10 asistentes. La propuesta del Gobierno de la Ciudad se iba a caer por sí sola.

Ustedes se negaron en diciembre a salir a las calles, pero ¿qué pasó con las propuestas que habían presentado en agosto?

Todavía no habíamos obtenido respuestas. Estaba todo enfocado en avanzar con los corsos casi comunes y no se hacía hincapié en la primera parte de nuestro proyecto que incluía muestras fotográficas, presentaciones por streaming y murales en los lugares de ensayo y/o espacios emblemáticos del barrio que son cosas que tienen que ver con dejar una firma en el lugar de pertenencia, habitar el espacio público, y que quede registro de lo que ha sido la pandemia.

En 2020, al no tener que enfocarnos 100% en lo artístico, tuvimos energía para hacer otras cosas como generar un área de prensa y difusión que nos permita poner nuestra voz en los medios. Entonces, en la primera semana de enero sacamos un comunicado informando que no íbamos a salir de la manera tradicional, que no iban a estar los corsos. Recién ahí el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se puso a trabajar con nosotros pensando en las propuestas alternativas que habíamos presentado. Ahora estamos preparando el streaming para los días 13, 14, 15, 16, 20, 21, 27 y 28 de febrero. Ahí participarán, con actuaciones y muestras, entre 4 y 5 murgas por jornada. Este material audiovisual saldrá en vivo desde el Centro Cultural Carlos Gardel y podrá verse desde Vivamos Cultura, la plataforma de contenidos digitales del Ministerio de Cultura de la Ciudad. Por otro lado, la muestra fotográfica está recorriendo diferentes barrios, y estamos decorando lugares de ensayo y plazas.

¿Cuánto de los logros, del presente y de la historia murguera, tienen que ver con un trabajo organizado y colectivo?

El trabajo en conjunto se da hace muchos años. En 1997 se logró que la murga sea patrimonio cultural, en 2004 que se cree el Programa Carnaval Porteño. Todo eso tiene que ver con la organización. Siempre nos reunimos para debatir cómo mejorar nuestra actividad.

En 2019 pudimos reunirnos, por primera vez, con Diego Santilli y gente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Eso fue un hecho casi histórico para las murgas porque nunca nos había recibido un vicejefe de Gobierno y, más allá de las diferencias que haya en lo ideológico con algunos sectores de la política de la Ciudad de Buenos Aires, creemos en un Estado presente que participe de las actividades. Nos interesa que haya un trabajo conjunto porque somos el Carnaval Porteño y estamos dentro del Circuito Oficial que organiza la Ciudad de Buenos Aires.

Las murgas fuimos, a través de los años, consiguiendo que el Gobierno de la Ciudad se ocupara de algunas cosas que nos permitieron mejorar. Ejemplo de esto es lo que pasa con el sonido. Cuando nos teníamos que ocupar nosotros se hacía cuesta arriba bancarlo durante 10 o 12 días y se terminaba optando por algo de baja calidad.

Antes relacionaste a la murga con la liberación y pensaba qué importante, sobre todo en un año de encierro, las actividades que llevan a sentir algo de libertad.

La libertad es nuestro valor máximo como seres humanos y, como murgueros, es lo que nos da la garantía de la expresión artística. Este año pudimos elegir, y eso también es la libertad. Podíamos dejarnos llevar por el pesimismo de no tener carnaval, pero decidimos trabajar para levantar los ánimos y seguir. Nos costó. Se nos fueron algunos murgueros, también, y no es fácil hablar con alguien que perdió compañeros por el coronavirus y tratar de que se conecte a una reunión. Pero lo anímico, la pertenencia, el estar y ser parte es importante y la murga también es eso. No se logró al 100%, pero se pudo.

Hubo agrupaciones que decidieron no ensayar, otras que generaron protocolos y se juntaron. Lo psicosocial juega mucho en la cabeza de la gente y estar en la murga ayuda. Lo importante es saber que en todo momento se está cuidando a los compañeros, porque nadie quiere que otra persona se contagie. Lo que buscamos, siempre, es sacar algo bueno de cada situación.

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