La Otra Historia de Buenos Aires

Antecedentes
PARTE XXII
Del saqueo de Roma al saqueo de América

por Gabriel Luna

Hubo un tiempo en el que Roma, la ciudad dedicada al cielo se transformó en un infierno. Y no porque fuera invadida y escarmentada por los turcos, los vikingos o los hunos, como podría suponerse, sino porque los propios cristianos la castigaron y convirtieron en un infierno. ¿Era eso posible? Lo fue. Los infiernos suelen representarse como pozos, profundidades, como conflictos terrenales de un mismo cuerpo. El papa Clemente VII, abandonando los asuntos celestes se metió en los terrestres, decidió limitar la ambiciosa expansión en Italia del Imperio Hispánico Germánico de Carlos V. Clemente formó ejércitos en el Vaticano, Florencia, Venecia y se alió con Francisco I, el rey de Francia, tras persuadirlo de romper los pactos con España tras la derrota de Pavía. El freno papal fue intolerable para el joven emperador. Y Carlos fue inclemente con Clemente.
Aquí ocurre una ruptura del modelo monárquico eclesiástico absolutista, o (según se interprete) ocurre la caída de una máscara. El joven Carlos, nieto de los reyes católicos, que portaba a la Iglesia como bandera para disfrazar invasiones de conquistas, sojuzgamientos de bautismos, y trabajo esclavo de encomiendas, ahora va contra su bandera, contra el propio dogma y la esencia divina como fuente de poder. Y el 6 de mayo de 1527, Carlos invade Roma, la ciudad de las cúpulas, los palacios, avenidas, templos, obras de arte, bibliotecas, puentes angelados, y escalinatas al cielo transitadas por obispos, cardenales y por el mismísimo papa, que es la voz inapelable del dios cristiano. Pero ya no importa esa voz. El Imperio en expansión se ha desligado de Dios. Los ejércitos del emperador Carlos V, el alemán, el italiano, y el español, ponen cerco y atacan Roma, la ciudad imponente y angelada, de la belleza, el conocimiento y el arte, levantada para ponderar el cielo cristiano. Muere en el asalto el duque Carlos de Borbón, que dirige las tres fuerzas. El escritor, escultor y orfebre Benvenuto Cellini se adjudica con orgullo esa muerte y más allá de que fuera cierto o no, la afirmación resulta un símbolo porque sintetiza las ideologías y los valores de la época que combaten para imponerse: El renacimiento italiano contra el absolutismo español.
La muerte del Borbón, lejos de desestructurar o aplacar los ánimos de los atacantes, los impulsa. Trepan enfurecidos las murallas amparados por la niebla, son más de 30.000 hombres, y abren la puerta Tritone. El ejército español, los tercios y la caballería, asalta la basílica de San Pedro; y el ejército alemán de lansquenetes asalta el Vaticano al grito de ¡Lutero, papa! La guardia suiza y las milicias romanas son derrotadas en los barrios y en las escalinatas de San Pedro. Ya no hay esperanza para los defensores, se acerca el final. Los fugitivos se apiñan en los puentes del río Tíber. Muchos son despojados y masacrados. El Papa amparado por los restos de su guardia suiza huye por un pasaje secreto al castillo de Sant’Angelo. Los ejércitos del emperador Carlos V toman Roma y ponen sitio a Sant’Angelo. Acaba el día. Los españoles acampan en la plaza Navona, los alemanes en el campo De Fiori; ambos festejan el triunfo y comenzarán un saqueo que durará ocho días.
El saqueo es apropiador y destructivo, se saquean los bienes y los cuerpos, y también los credos y las dignidades. Es meticuloso, se hace casa por casa, manzana por manzana, palacio por palacio e iglesia por iglesia. Se arrancan puertas y muebles y hacen hogueras frente a los sitios tomados. Y no se aceptan resistencias ni protecciones, quien paga para proteger su propiedad termina finalmente asaltado, sólo los partidarios del cardenal Colonna -el enemigo de los Médicis y aliado del emperador Carlos- tienen sus casas protegidas. Y la avidez se mezcla con la ideología en el caso de los soldados alemanes que, seguidores de Lutero, detestan la soberbia y la enorme riqueza acumulada por la Iglesia en Roma, mediante bulas y otras prebendas, en el nombre de Dios y la salvación de las almas. De modo que al saqueo se suma la profanación de los altares, de los objetos y lugares sagrados, la de los oficios rituales, y también la de los cuerpos. Los cuerpos de los guardias suizos y de las milicias defensoras son abandonados en las escalinatas o en las calles luego del despojo, algunos son arrojados al Tíber.
Roma con las fogatas y las columnas de humo negro es un infierno. Los sacerdotes sacrificados, clavados como Cristo en las iglesias, los gritos de espanto, las monjas desnudas corriendo entre cadáveres, violadas en los altares o en los conventos. Y en el medio del caos y la zozobra, en el templo más grande de la cristiandad, la basílica de San Pedro, convertido en caballeriza, mientras los soldados alemanes y españoles están forzando las tumbas de los papas para hallar riquezas, se encuentran dos pedros. Los oficiales españoles: Pedro Valdivia y Pedro Mendoza, que con el correr de los años serían gobernadores de Chile y del Río de la Plata. Mientras tanto en la capilla Sixtina, creada por Miguel Ángel, se vela al conde de Borbón, pero también se extraen telas y muebles para las fogatas, se rompen vitrales de escenas bíblicas para fundir las emplomaduras y hacer perdigones -porque hay rumores de un ataque de la Liga papal- y se extraen pinturas de Rafael y otros objetos de arte para venderlos en la judería. Todo sucede ininterrumpidamente mientras se registran casas, se hacen orgías y parodias en las iglesias, y se acumula el botín en la plaza Navona y en campo de Fiori.
Tras ocho días de saqueo lo acumulado en monedas de oro y plata suman más de 10 millones de ducados, los vasos, candelabros, collares, pulseras, anillos y piedras preciosas suman otro tanto, sin contar los numerosos objetos de arte, los suntuosos vestidos y tampoco los libros. Todo esto se reparte según el código militar, por jerarquías. Pero es un botín tan espléndido que el más humilde de los criados se lleva por lo menos 100 ducados (equivalía a una casa y al trabajo de toda una vida). Se ve a los piqueros y arcabuceros ataviados de seda y terciopelo con gruesas cadenas de oro y bolsas de 300 y 400 ducados. Y los oficiales, por jerarquía, se alzan con más de 9.000 ducados. Resulta el caso de nuestros pedros. Valdivia y Pedro de Mendoza, que usará su cuota de saqueo para financiar años más tarde una expedición al Río de la Plata. Cabe destacar que 9.000 ducados son 3.375.000 maravedíes, el equivalente al costo de una expedición transatlántica como la de Magallanes.

Gaboto versus García
Mientras tanto en el Río de la Plata a 11.200 kilómetros de Roma, Sebastián Gaboto que ha llegado, también buscando oro y plata, desde Santa Catarina (Florianópolis), donde había tomado contacto con los sobrevivientes de la extraordinaria expedición terrestre de Alejo García al Incanato,1 explora el estuario -ya navegado por Solís y Magallanes- y fondea en un lugar al que denomina Puerto San Lázaro en la costa oriental, cerca del río Uruguay. Desde allí envía una pequeña expedición que remonta el Uruguay y llega hasta el río Negro. Al regresar deciden dividirse, volver por tierra y por agua para encontrar al Rey Blanco. Pero surgen entonces los charrúas, aparecen de golpe entre los pastizales y, como fue el caso de los marinos que desembarcaron con Solís, aniquilan a la expedición terrestre. No se entera de esto el resto de la flota. En San Lázaro, Gaboto toma contacto precisamente con Francisco del Puerto, aquel grumete de Solís que los indígenas habían exceptuado de la matanza anterior de hace 11 años. Del Puerto tiene ahora 28 años, tiene aspecto de cacique y ha pasado la mayor parte de su vida adulta entre los charrúas, él ha encontrado a la flota (debido a la excursión terrestre), y corrobora a Gaboto la historia del Rey Blanco y de la Sierra de Plata que deben hallarse remontando el Paraná, pero le advierte que tendrá dificultades de la navegación, por las corrientes y los bajos del río.
El 8 de mayo de 1527 -mientras está sucediendo el saqueo de Roma-, Gaboto, deja dos naos en San Lázaro, y parte Paraná aguas arriba con un bergantín y una goleta de poco calado. La navegación, a vela o a la sirga, es lenta. Gaboto encuentra la desembocadura del río Carcarañá -en la actual provincia de Santa Fe-, el lugar le parece apropiado para proveerse y establecer una base de operaciones. Y funda, el 9 de junio de 1527, el fuerte de Sancti Spíritus, que es considerado el primer asentamiento español en el actual territorio argentino,2 consistente en un amplio rancho de paja rodeado de una empalizada artillada y un terraplén. Allí reúne sus hombres, hace modificar la goleta y el bergantín para ponerles remos. Y el 23 de diciembre de 1527 parte rumbo a lo desconocido remontando el Paraná con una tripulación de 130 hombres (europeos y algunos indígenas aportados por Francisco del Puerto), dejando en el Fuerte al capitán Gregorio Caro con 30 hombres. La expedición va de isla en isla, en contracorriente y sin vientos favorables, hay un enfrentamiento con indígenas timbúes al arribar a una isla que llaman Año Nuevo, porque es 1º de enero, no consiguen provisiones, y siguen a remo y a veces a la sirga entre quebrantos y hambrunas hasta llegar la boca río Paraguay donde encuentran naturales hospitalarios, los mepenes, que los proveen. Y se quedan en ese lugar que llaman Santa Ana -actual Itatí en la provincia de Corrientes-.
Mientras tanto a 1100 kilómetros de Santa Ana en la isla San Gabriel -próxima a la actual Ciudad de Buenos Aires-, la flota de Diego García Moguer, el rival de Gaboto, que también había decidido cancelar el lejano viaje a las Molucas y buscar el oro y la plata en los dominios presuntamente cercanos del Rey Blanco, prepara sus movimientos. García ha encontrado las naos de Gaboto en San Lázaro, se ha enterado de sus movimientos, y está dispuesto a alcanzarlo para anteponer los privilegios de su capitulación y echar a Gaboto del Río de la Plata. García en San Gabriel despacha una nao, que llegará a España cargada de esclavos indígenas y con las noticias pertinentes de Gaboto, y prepara dos bergantines con remos para remontar el Paraná.

Durante su estancia en Santa Ana los nativos informan a Gaboto que otros barcos navegan por el Paraná, Francisco del Puerto cree que se trata de la flota portuguesa de Cristóbal Jacques, que ya conocía el estuario y había anunciado volver. Pero Gaboto desestima la noticia y parte con su goleta y el bergantín hacia el río Paraguay el 28 de marzo de 1528. Justo cuando García llega al fuerte de Sancti Spíritus y encuentra a la guarnición de Gregorio Caro. García, cuyos hombres doblan a la guarnición, impone su mando y dice que Gaboto ha incumplido los acuerdos reales y debe abandonar el Río de la Plata.

Mientras, en el río Paraguay, Gaboto envía el bergantín por provisiones a la tierra de los chandules, pero éstos le tienden una celada (según algunos historiadores propiciada por Del Puerto) y diezman la tripulación del bergantín. Con en este duro golpe, sin provisiones ni muestras de oro y plata, y ya adentrado el otoño, Gaboto decide volver. Y se encuentra con su enemigo García el 6 de mayo de 1528, navegando a vela por el Paraná entre las actuales Bella Vista y Goya.

(Continuará…)

Ver La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero, Antecedentes, Partes III y XX, Periódicos VAS Nº 137 y Nº 155.

Debería considerarse también el emplazamiento de San Julián en la Patagonia, donde la flota de Magallanes pasó el invierno de 1520 y al partir dejó allí dos tripulantes. Ver La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero, Antecedentes, Partes IX, X, XI Periódicos VAS Nº 143; Nº 144 y Nº 145.

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