La Otra Historia de Buenos Aires

por Gabriel Luna

PARTE XV

No trabajaba el caballero español. La fuerza de trabajo del Imperio eran los esclavos y los indígenas. Ellos labraban, cosechaban, hacían las vaquerías, extraían la riqueza de las minas, levantaban las casas y las servían. Por eso los llamaban “la gente de servicio”, pero eran verdaderamente quienes producían y sostenían el Imperio.
Y aunque se les negara importancia y hasta se los menoscabara y tratara como animales, hoy resulta evidente algo. En la América del siglo XVII, la mayor parte de las guerras y las luchas políticas entre gobernadores, obispos, misioneros y terratenientes ocurrían por la apropiación de la fuerza de trabajo de los esclavos e indígenas.

En 1654 hubo en Corrientes un grave y ejemplar conflicto entre los misioneros franciscanos y el teniente de gobernador Juan Arias de Saavedra, porque periódicamente los vecinos “sacaban” indios de las misiones para emplearlos en vaquerías, cosechas y servicios domésticos sin pagarles salario. Intervino en la cuestión la Real Audiencia de Charcas y el vicario de la reducción de Itatí fray Gabriel Bazán presentó una cédula real donde se prohibían expresamente esos abusos y se consideraba a los indígenas como seres libres, “sin más obligación de trabajo que el necesario para pagar el tributo a la Corona” -tributo este que ya se recogía en las reducciones o misiones-. La cédula también establecía un salario para los indígenas en el caso de que, libremente, decidieran trabajar fuera de las misiones. La Real Audiencia dictó un auto para notificar al Cabildo de Corrientes de la cédula y pedir su obediencia. Pero el Cabildo no hizo nada, se declaró ante una situación insoluble. “Porque prohibir sacar indios para las vaquerías y las cosechas era condenar a la miseria a los vecinos de Corrientes, que no disponían de otra mano de obra para las labores del campo y carecían de medios para pagar salarios”.
El asunto muestra tres cosas: la obligación de tributar a la Corona, que implica dar a los indígenas la condición de siervos, no de libres; la diligencia de “sacar”, disponer del indígena, como si de una cosa se tratara; y lo más llamativo: ¿por qué los vecinos de Corrientes no disponían de mano de obra, por qué ellos mismos no trabajaban la tierra?
La declaración del Cabildo correntino y el reclamo de los misioneros determinaron que el teniente de gobernador Juan Arias de Saavedra fuera llamado a Buenos Aires para resolver la situación.

Pero la situación política en Buenos Aires sobre el tema de la mano de obra indígena era aún más difícil que en Corrientes. El obispo Cristóbal Mancha y Velazco quería apropiarse de la mitad de las misiones jesuitas, convertirlas en parroquias, imponerles clérigos o curas regulares, y expandir su diócesis y su poder. El argumento del Obispo era que la única forma de despertar vocaciones sacerdotales y atraer los clérigos a esta república consistía en ofrecer como premios nombramientos en estas misiones, “porque eran las parroquias más ricas del mundo naturalmente, aún sin industria humana”. Y aquí mentía dos veces el Obispo, por confundir vocación con riqueza y por afirmar que la prosperidad de las misiones no se debía a la industria humana. Concretamente, se debía a la industria indígena dirigida hábilmente por los jesuitas. La idea de las misiones naturalmente ricas -que el Obispo abonaba para distraer de su objetivo principal- se basaba en la leyenda de las minas de oro secretamente explotadas por los jesuitas. El objetivo del obispo Mancha era menoscabar a los jesuitas y apropiarse -sin mencionarlo- precisamente de la industria humana, la industria indígena para expandir y sostener su diócesis.
La mano de obra era muy preciada en el Buenos Ayres de 1654-1655, tras una gran peste que se había llevado a más de la tercera parte de la “gente de servicio”, esclavos e indígenas. La necesidad y la exigencia con los que quedaban era grande y había conflictos. Se registra el 27 de marzo de 1654 el siguiente auto: “Atento a que los negros escapan de los amos, causando gran desorden y daño en esta Ciudad, el teniente de gobernador pide que se despache requisitoria al gobernador de la provincia de Tucumán para que los que llegasen allí sean aprehendidos y remitidos a esta Ciudad para castigarlos, que se pagarán los gastos que causaren a costa de sus amos”. Otro registro. El 8 de abril de 1655 el mayordomo del hospital Pedro Sánchez Rendón pide: “Que se venda el esclavo Bartolo, por huidor y de ningún servicio, y de su procedido se compre una esclava negra para servir al hospital”. El remate se hace en pocos días y, luego de una puja con el terrateniente Tomás Rojas Acevedo, al esclavo Bartolo lo compra el alférez Pedro Estrada por 450 pesos. Nótese la puja y el precio alcanzado por un “negro mal recomendado” en esta aldea de tráfico y oportunidades, donde antes de la peste un esclavo negro se vendía por 200 pesos.
En estas circunstancias, y para apropiarse de la mitad de las reducciones jesuitas y su correspondiente fuerza de trabajo, el obispo Mancha convocó al primer sínodo de Buenos Aires. Es decir, a una reunión de varios días con representantes de todas las órdenes religiosas para tratar y decidir sobre asuntos eclesiásticos. El sínodo se inició el 4 de abril de 1655 con una procesión solemne que partió de la iglesia de Santo Domingo -en la esquina actual de avenida Belgrano y Defensa- y abriéndose paso entre las ovejas de los dominicos por la actual calle Defensa desembocó cantando en la Plaza Mayor, para asombro de las putas y los chicos descalzos, y terminó en la catedral. Allí, en presencia del gobernador Baygorri, del canónigo Lucas Sosa Escobar, de fray Juan Serrano representante de la orden de San Francisco, de los párrocos de la ciudad Pedro Rodríguez y Francisco Olguín, de varios presbíteros de distintas órdenes, del procurador de Buenos Ayres Eugenio Castro, del procurador de Santa Fe, del procurador de Corrientes, del teniente de gobernador de Corrientes Juan Arias de Saavedra, de consultores religiosos y seglares, allí, en presencia de prácticamente todo el poder político del Río de la Plata, hizo el obispo Mancha un discurso de dos horas repasando concilios, leyes y reglamentos, ensalzando la expansión de las parroquias y atacando a los jesuitas.
Los jesuitas se opusieron a la orientación episcopal, reclamaron a la Real Audiencia de Charcas, se retiraron del sínodo. Y las sesiones del sínodo avanzaron según la propuesta del Obispo Mancha, hacia la conversión de las misiones jesuitas en parroquias. Mancha ya tenía nueve postulantes que se beneficiarían con la transformación, en primer lugar estaba el canónigo Lucas Sosa Escobar quien fuera intrigante en la caída del gobernador Lariz y amante secreto de María Guzmán Coronado, la cortesana más famosa de la Aldea, con quien tuvo una hija en contradicción fragante con sus votos, principios y sermones. Tal vez Sosa Escobar fuera el peor de los postulantes, pero eso no frenó al Obispo. Sí lo frenó, un argumento sencillo planteado por el gobernador Baygorri: “A los indios, por la ignorancia y su frágil fe, les costará aceptar otra guía que los misioneros”.

Este argumento, sumado al prestigio de los jesuitas por la eficaz evangelización y la organización del ejército guaraní, que controló la rebelión de los calchaquíes en 1640 y que luego venció a los portugueses en la famosa batalla de Mbororé (1), puso fin a la ambición parroquial. La Real Audiencia desestimo el sínodo. No hubo la conversión de las misiones. Pero el obispo Mancha se convirtió en un enemigo acérrimo del gobernador Baygorri. El clima político ganó espesura porque los franciscanos y los dominicos se aliaron al Obispo contra Baygorri. La contienda dividía la Aldea y crecía hasta que llegó una noticia, también relacionada con la mano de obra indígena. Los calchaquíes habían vuelto a alzarse por el abuso de los encomenderos y sitiaban las aldeas de Corrientes y Santa Fe. El maestre de campo y gobernador Baygorri aprovechó la presencia en Buenos Ayres del teniente de gobernador correntino Juan Arias de Saavedra para organizar, junto con el ejército guaraní creado por los jesuitas, una campaña contra los calchaquíes. Y los intereses de la Aldea se concentraron en esa campaña.

(1). Ver La Otra Historia de Buenos Aires, Segundo Libro, Parte V (C), Periódico VAS Nº 50.

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La Otra Historia de Buenos Aires. Libro II (1636 – 1737)

Parte I
Parte I (continuación)
Parte II
Parte II (continuación)
Parte III
Parte III (continuación)
Parte IV
Parte IV (continuación)
Parte V
Parte V (continuación)
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Parte VI
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Parte VII
Parte VII (continuación)
Parte VIII
Parte VIII (continuación)
Parte IX
Parte IX (continuación)
Parte X
Parte XI
Parte XII
Parte XIII
Parte XIV

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