La Otra Historia de Buenos Aires

Segundo Libro
PARTE XVII

 por Gabriel Luna

Años 1657 – 1658. La guerra entre las metrópolis europeas amenazaba al Río de la Plata. Inglaterra, por sus intereses comerciales en América, ya había atacado Santo Domingo, invadido Jamaica y hecho un bloqueo naval en Cádiz -para sorprender y saquear a la flota española cuando llegara con los tesoros indianos-.[1] Oliver Cromwell sostenía que Inglaterra había sido excluida arbitrariamente de las Indias Occidentales por el papa y por el rey de España.

En contraste con esto, la situación geopolítica de Francia desde el inicio del siglo XVII no era de exclusión sino de encierro. Limitaba al norte con Flandes, donde se libraba la Guerra de los 30 Años entre España y Holanda. Limitaba al este con Alsacia, bajo influencia de los Habsburgo, con el Arzobispado de Colonia, custodiado por tropa española, con el Franco Condado, manejado por Felipe IV, con una Lorena hispanófila, con una Lombardía gobernada por los Austria, con una Saboya ambivalente. Y limitaba al sur con la propia España. Francia estaba casi rodeada por el Imperio español, era muy difícil su crecimiento. Fue el cardenal Richelieu -aquel personaje astuto y malvado de la novela Los Tres Mosqueteros- quien rompió el encierro interviniendo en la Guerra de los 30 Años a favor de Holanda. Richelieu redujo la influencia de la nobleza y centralizó el poder, fue intrigante y absolutista -a pesar de ser católico hizo pactos con los protestantes-, apoyó la insurrección de Cataluña, y convirtió a Francia en una potencia militar.

Al cardenal Richelieu le sucedió su más estrecho colaborador: el italiano Giulio Mazarino, quien fue naturalizado francés y ordenado cardenal -aunque no era cura- por el propio Richelieu. El cardenal Mazarino, valido de Luis XIV, continuó la política de Richelieu: el absolutismo monárquico, la expansión bélica, la ambición colonial en América. Y celebró con Cromwell el tratado de París, una alianza secreta entre Inglaterra y Francia para conquistar varios puertos en los Países Bajos españoles y en las Indias Occidentales.

De Richelieu al Riachuelo

Mientras tanto en Buenos Ayres se vive cierta calma una vez sofocada la rebelión calchaquí. Hay acumulación de cueros en el puerto y arribos de navíos holandeses, que se han convertido -dado el bloqueo inglés a Cádiz- en importantes vínculos comerciales.

Las actividades y preocupaciones de la Aldea a fines de 1657 consisten en aprovechar el negocio ultramarino y del contrabando esclavo -mediado por los holandeses-, en componer casas y calles por el aumento de la población extranjera, y en asegurar la producción de pan. Al respecto, resuelve el Cabildo de Buenos Ayres el 16 de diciembre que: “por estar el tiempo cercano a la cosecha del trigo y demás sementeras, se mande echar bando para que ninguna persona de cualquier calidad, sea osada de poner fuego en ninguna parte por el riesgo conocido de quemarse trigos y percheles. Y otrosí se manda, que la persona española que lo pusiere incurra en pena de 20 pesos, para los gastos de aderezar las calles, más 20 días de cárcel si el daño fuere considerable. Y si se tratara de indio o negro, 200 azotes en el Rollo de la Ciudad”.[2]

El 15 de enero de 1658 el Cabildo manda averiguar la cantidad de trigo para disponer sobre lo que convenga. Y manda arreglar “las calles con socavones a causa de las muchas aguas que han caído”. El 5 de febrero, “como han sido cortas las cosechas”, se dispone aumentar el precio del pan: de tres libras por un real pasa a dos libras por real. Hay cuatro barcos holandeses en el puerto. Se están “aderezando” casas y calles. Abren dos tiendas de ultramarinos frente a la Catedral -en la actual calle San Martín-, que ofrecen telas de Rouen, medias de seda, especias, licores, paños y cintas. Se instala la Aduana en el fuerte del sur, que está en la entrada del Riachuelo -aproximadamente, en la actual esquina de Cochabamba y Paseo Colón-. Abren varios prostíbulos para la marinería en el arrabal de Taco Verde -hoy, zona del Obelisco- regentados por Amalia Rodríguez, llamada “La Reinita”, que tiene licencia de pulpera. Y abre su salón de elite, de burdel y tertulia, doña Ana Matos Encinas. Salón para mercaderes, políticos, oficiales y estancieros, lugar de música y baile, de bandejas con entremeses delicados y candelabros de plata, de esclavas y españolas desnudas, almohadones de damasco, vino castellano, cristales de Venecia. Lugar de placer y negocios, ubicado frente a la iglesia San Francisco -en la actual esquina de Moreno y Defensa-.

Todo hace suponer un tiempo de paz, con cierto refinamiento, lubricidad, prosperidad comercial y necesidades satisfechas -si no se considera el aumento del pan-, hasta que un centinela del Fuerte avista tres naves el 28 de marzo. Apenas pueden verse. La guardia llama al gobernador Baygorri pero cuando éste llega ya no están. Han ido al sur. Baygorri manda no comentar el asunto, pueden ser holandeses o los barcos de registro que se han pedido. Cae la noche. El Gobernador esbozado cruza la Aldea a galope tendido hacia el fuerte del Riachuelo. Las vide, le dice el vigía. Dos naos de tres palos y otra de dos. No habían bandera holandesa ni española. Ahora las tapa la noche.

Baygorri manda redoblar la guardia, montar cañones en cureñas o carretas, y envía una patrulla a vigilar la costa. Entiende que todo ha cambiado, que ha terminado la paz y el tiempo de negocios, porque nadie viene de paso a estas tierras.

El 31 de marzo las naves aparecen muy lejos frente al fuerte de Buenos Ayres y después en la boca del Riachuelo. Esta vez, Baygorri las ve. Son francesas, dos navíos artillados y un bergantín. El gobernador Baygorri, previendo un desembarco, llama a los vecinos a las armas y dispone una línea de cañones entre el fuerte de Buenos Ayres y el fuerte del Riachuelo. Las naves van hacia el sur. Baygorri manda a una patrulla cruzar el Riachuelo para seguirlas por la costa hasta los pagos de Magdalena. Lugar de playas extensas y zona dedicada al trigo. Las naves desaparecen en el río y son descubiertas por la patrulla recién el 3 de abril, a la altura del actual balneario de La Balandra. Se hace la noche. La patrulla -dos soldados y un cabo- vigilan los barcos anclados desde un pajar. Encienden un fuego, toman mate con bizcochos morenos. Y ven bajar lanchas de las naves, cuentan cinco, hay por lo menos una docena de hombres armados en cada lancha, todos vienen hacia ellos. No necesitan orden o concierto para saber qué hacer, salen del pajar a la disparada, hacia unos percheles de trigo, hacia el Riachuelo para salvar las vidas, para dar la noticia. Sopla viento fuerte. El fuego abandonado se dispersa y multiplica en el pajar. Hay oleaje, los remos se detienen, la marejada hace zozobrar una lancha, las otras van al auxilio. Cuando acaba el rescate los franceses ven adelante un horizonte de llamas. Arde el pajar y también los percheles.

El primer combate naval

La sudestada y el fuego impidieron la segunda invasión a estas tierras -la primera invasión había sido la española-. Pero los franceses no se resignaron, hacen un bloqueo a Buenos Ayres y esperan refuerzos.

Baygorri pide socorro a Santa Fe y Corrientes, y a la gobernación de Tucumán. El 10 de mayo, ante la escasez de pan, el Cabildo prohíbe venderlo al por mayor dentro de las casas a mercaderes ricos y forasteros, y ordena venderlo al menudeo en la plaza pública, porque “los pobres y los soldados del presidio padecen grandes necesidades de pan”. En junio llega el ejército misionero -que había tenido excelentes desempeños contra los calchaquíes y los portugueses-. Y, para satisfacción del Gobernador, llega un tercio correntino encabezado por el capitán Juan Arias de Saavedra, amante y protegido de Baygorri. El 24 de julio, el Cabildo ordena una investigación a los percheles por la falta de pan. Los navíos franceses aparecen y desaparecen como fantasmas frente al Fuerte de Buenos Ayres. Los barcos holandeses no salen por temor al saqueo. El 26 de agosto, debido a la pérdida de fanegas en los percheles de Magdalena, el Cabildo aumenta el precio del pan a una libra y media por real. Pasa otro mes. La mayoría de los vecinos, afectados a la defensa de la costa, no pueden salir a comerciar ni a trabajar sus campos.

La tensión se resuelve recién en diciembre, cuando llega el barco de registro Santa Agueda. Tras una breve escaramuza, el Santa Agueda logra arribar al puerto de Buenos Ayres. Confirmada la debilidad del enemigo, Baygorri manda artillar los cuatro barcos holandeses y el barco español con los cañones de la costa. Y así ocurre el primer combate naval del Río de la Plata. Se persigue a la nave capitana francesa, es atacada con fuego cruzado, desarbolada y  abordada por un barco holandés al mando de Isaac de Brac, quien hace degollar a toda la tripulación. Incluso al comandante de la flota, Timoleón Osmat: un caballero de Malta enviado por el cardenal Mazarino, que por servir a Dios se hizo corsario.

            

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[1] La flota española partía todos los años desde el Caribe hasta Sevilla, cargada de monedas de plata y oro, métales extraídos y acuñados en América. Las remesas servían para pagar las enormes deudas del Imperio, los gastos de las guerras religiosas y el mantenimiento de la nobleza ociosa.  

[2] El Rollo era un tronco despuntado que figura en el cuadro de la fundación de Garay y simbolizaba la justicia. Estaba emplazado en la Plaza Mayor, frente a la Catedral, y era donde se ataba a los reos para azotarlos.

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La Otra Historia de Buenos Aires. Libro II (1636 – 1737)

Parte I
Parte I (continuación)
Parte II
Parte II (continuación)
Parte III
Parte III (continuación)
Parte IV
Parte IV (continuación)
Parte V
Parte V (continuación)
Parte V (continuación)
Parte VI
Parte VI (continuación)
Parte VII
Parte VII (continuación)
Parte VIII
Parte VIII (continuación)
Parte IX
Parte IX (continuación)
Parte X
Parte XI
Parte XII
Parte XIII
Parte XIV
Parte XV
Parte XV (continuación)
Parte XVI

Comentarios

  1. «La sudestada y el fuego impidieron la segunda invasión a estas tierras -la primera invasión había sido la española-. Pero los franceses no se resignaron, hacen un bloqueo a Buenos Ayres y esperan refuerzos». Exactamente la primera invasión fue la castellana o por castellanos del Reino de Castilla. (España aún no existía)

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