La Otra Historia de Buenos Aires

 Antecedentes
PARTE VIII

por Gabriel Luna

La primera semana de la flota de Magallanes en Río de Janeiro fue venturosa, del 13 al 20 de diciembre de 1519. La marinería y los oficiales descubrieron el paraíso terrenal en el clima templado, la selva rutilante con pájaros rojos, la abundancia, y en las bellas mujeres desnudas que llegaban hacia ellos en la playa o los buscaban trepándose a los barcos ofreciéndoles frutos y favores.
Y Magallanes descubrió el abandono portugués, debido no sólo a la dificultad del transporte transatlántico de la madera llamada “palo brasil” (que era lo que Portugal extraía y la razón económica de la ocupación) sino también a la imposibilidad de ejercer un monopolio, porque estos árboles de “palo brasil” estaban a lo largo de una costa muy extensa y difícil de controlar. De hecho, la esposa indígena del piloto Carvalho refería que una flota francesa los extraían diez leguas al sur. Así es que sin monopolio y con dificultades de transporte, mermaban las ganancias del rey Manuel, se resentía la ocupación. Y esto regocijaba a Magallanes, no sólo por la prospectiva de incluir a Río de Janeiro en su ruta a las Molucas sino además por el infortunio del rey Manuel, ya convertido en su enemigo luego de la persecución.
Pero el mayor y gran regocijo era el de la tripulación, que holgaba, bailaba, comía y anochecía en la playa y en los manglares con las alegres nativas en orgías que duraban desde el atardecer hasta que amanecía, según consigna el cronista Pigafetta, veneciano, observador científico y partícipe entusiasta.

Mientras tanto, yendo hacia el Noroeste -siguiendo los vientos alisios- y muy lejos, como a doce mil kilómetros de allí, Hernán Cortés recorre la ciudad azteca de Tenochtitlán y no sale de su asombro. Se trata de una gran urbe palaciega -con extrañas pirámides y muchas plazas- construida en un lago de agua salada sobre islotes naturales o artificiales separados por calles de agua y unidos por prolijas, anchas, y muy derechas calzadas de tierra con cientos de puentes. Pigafetta, el veneciano e inquieto cronista de Magallanes, hubiera identificado de inmediato a Tenochtitlán con Venecia, también construida sobre un lago, pero no estaba allí sino en el paraíso terrenal. Y Cortés que no sale de su asombro pero que se pierde entre los palacios, las plazas y los templos altísimos, considera a Tenochtitlán como dos veces más extensa que Sevilla, y a su plaza central como dos veces mayor que la plaza de Salamanca (la más grande del Imperio español), también considera la abundancia de oro y piedras talladas que hay en los edificios, y las joyas y ornamentos que portan con naturalidad los nobles mexicas en sus paseos. Da cuenta de todo esto en sus cartas al rey; y estima que el lugar es tan espléndido, soberbio y rico, que bien podría su majestad Carlos I ser coronado emperador de estas tierras, como lo fuera hace muy poco del Sacro Imperio Romano Germánico, sin sufrir por ello ningún desmedro ni mella.1
¿Había similitudes entre Tenochtitlán, Venecia, Salamanca o Sevilla? Aparte de la construcción sobre las aguas o de las plazas, no. Tenochtitlán tenía una extensión de 14 km2 y 180.000 habitantes; era, entonces, bastante mayor en superficie y población que cualquier ciudad europea, sólo comparable a Pekín, Constantinopla o Bagdad. Pero las diferencias con lo europeo iban más allá del tamaño o del número de habitantes. Venecia o Sevilla eran esencialmente comerciales, puertos, lugares de llegada, de salida y distribución de mercancías. Tenían una impronta científica y religiosa, sí, pero muy ligada a los intereses políticos y comerciales. Tenochtitlán era esencialmente religiosa, también científica, y tenía en segundo plano la impronta comercial. Era una ciudad sagrada. Su nombre significa tunal divino donde habita Mexitli, el hijo del Sol y de la Luna. Tenochtitlán era meta y origen, un centro omnímodo, no un lugar de conexión o distribución de mercancías.
La Ciudad surgía en medio del lago Texcoco (hoy inexistente) y se expandía en islotes naturales y artificiales hacia las orillas. Su centro geográfico era un recinto sagrado, el espacio que Cortés había comparado con la plaza de Salamanca y que medía en realidad 300 metros x 350 metros (una superficie equivalente a 10 manzanas actuales). En este recinto sagrado estaba el Templo Mayor, piramidal y cubierto de arcilla muy roja (de altura semejante a un edificio actual de 14 pisos), que tenía escuelas de teología y astronomía en su interior y una escalinata externa de 114 peldaños que conducía a los altares. También estaban en el recinto el Templo del Sol con el famoso calendario, la rueda de roca basáltica de 4 metros de diámetro labrada con la cosmogonía azteca, y el Templo de Quetzacóatl, la Serpiente Emplumada,2 con forma de pirámide cónica para que al circular el aire produjera fuertes sonidos y evocara al dios de los vientos. El recinto sagrado con su gran plaza, tenía un muro perimetral adornado con serpientes que medía más de dos metros.
Cerca del muro estaban los palacios del emperador. Y más allá, rodeando el recinto, había 25 templos piramidales, los palacios, las mansiones de los nobles. Más allá, como una expansión concéntrica del recinto sagrado, estaban las mansiones y las casas de los funcionarios y técnicos. Y más allá, siguiendo la expansión y un tendido insólito sobre islotes naturales y artificiales de calles de tierra y calles de agua, estaban las casas de los artesanos y de los campesinos, que iban multiplicándose gradualmente en todas direcciones.

Había una casta sacerdotal, que enseñaba religión y ciencias, con énfasis en teología, arquitectura, agricultura, matemática y astronomía. El templo de arcilla roja remitía a la sangre. ¿Hacían sacrificios humanos? Sí. Había una creencia religiosa según la cual los dioses, a cambio de sacrificios, podían modificar el clima para mejorar las cosechas. ¿Era una creencia absurda?, ¿extravagante?, ¿salvaje? No más que los milagros atribuidos a un dios crucificado (un paradigma del sacrificio) y que toda la mitología cristiana. La Iglesia católica -que ayudó a forjar el Imperio español- sacrificó millares de vidas en las hogueras de la Inquisición, y también mediante las leyes, y en las guerras “santas”.
La Iglesia y el orden piden sacrificios en todas partes. Mientras Cortés se aloja en el palacio del padre de Moctezuma, frente al Templo Mayor de la arcilla roja, a 12.000 kilómetros de allí se interrumpe la cadencia del paraíso pagano y se procede a la ejecución del maestre Antón Salomón. Que fuera sentenciado hace un mes -cuando la flota de Magallanes estaba perdida en el Atlántico- por sodomizar al grumete Antonio Genovés. Era muy dura la ley católica respecto al “pecado nefando”, no solía aplicarse en el mar, pero entonces Magallanes la aplicó puntualmente, no sólo por devoción cristiana sino porque también quería imponer la disciplina y el orden para prevenir un motín. De modo que el 20 de diciembre de 1519 por la mañana se convoca a la tripulación en la playa, se monta el patíbulo, y un verdugo encapuchado estrangula ceremoniosamente a Salomón (en realidad lo sacrifica) ante un público consternado de nativos y españoles. Luego sucede una misa de cierta solemnidad, el agradecimiento al dios cristiano por los bienes recibidos, una oración por el alma del difunto, y la vida continúa.
Es decir, continúan por las tardes, luego de la estiba y el mantenimiento de las naos, las orgías en la playa y los manglares. Un paraíso pagano terrenal donde se exalta la vida y los sentidos y fluye el vino, los frutos y el placer entre los cuerpos nativos, portugueses, italianos o españoles, sin distinción de formas o sexo, ni de religión u órdenes. Un estado donde la transgresión del maestre Salomón y el grumete Genovés resulta inocente.
¿Por qué se permitía la holganza y el bienestar? El paraíso continuaba, en parte porque Magallanes quería atenuar cierta animosidad de la tripulación que lo hacía responsable del sacrificio, y en parte porque había anunciado la partida de Río de Janeiro después de Navidad e imaginaba (sin equivocarse) que llegarían días muy duros para todos. De modo que los marineros entregaban sus machetes, naipes, clavos, espejos y cuchillos -que eran los bienes más apreciados por los nativos- para pagar esas fiestas. Y todos son felices. Hasta el punto de que el oficial Duarte Barbosa, portugués y escritor, elige el paraíso al sacrificio: decide desertar. Enterado Magallanes, por descuidos del escritor, lo manda aprehender pero no puede ajusticiarlo. Duarte Barbosa lo había ayudado a desbaratar el motín de Cartagena.3 Y además es pariente, cuñado, hermano de Beatriz Barbosa, la mujer de Magallanes. No puede ajusticiarlo. Entonces discretamente lo confina con grilletes en la nao Trinidad, hasta que se encuentren muy lejos “destas tierras que pierden a los hombres”, y se impone para Barbosa el sacrificio.

Los tres curas de la flota preparan la misa navideña y también los sermones, recordando deberes y hasta el insólito pecado original para recuperar a los hombres del paraíso.4 Será otra misa en la playa, parecida a la de Salomón, pero cantada, y más colorida y adornada, para atraer además a los nativos.
Mientras tanto, a 12.000 kilómetros de allí, Cortés también se prepara para festejar la Navidad en Tenochtitlán y pide permiso a Moctezuma para construir una capilla en el palacio donde se aloja. Cortés, sus capitanes y doce soldados se alojan en el palacio Axayácatl -nombre del padre de Moctezuma-, adornado en su interior con finas cerámicas y elegantes enseres textiles.5 Buscan un lugar para la capilla, encuentran un salón despojado. Y cuando el soldado carpintero Alonso Yáñez está construyendo el altar, descubre una puerta tapiada. Resulta raro. Se congregan los españoles frente al hallazgo. Cortés, que es un hombre de pocas vueltas, manda abrir la puerta.
Hay en el interior dos salas atiborradas de objetos que contrastan con el salón despojado. A la luz de las antorchas relucen barras de oro, planchas, tejuelos, plumajes, escudos de oro, piedras preciosas, collares, brazaletes. Un tesoro inmenso, jamás visto, que corta la respiración de Cortés y lo llena de gozo.
Un regalo de navidad como nunca nadie tuvo, piensan los españoles. Pero se equivocaban.

(Continuará…)

1. El 20 de junio de 1519, Carlos I fue elegido en Fráncfort emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Ver en La Otra Historia de Buenos Aires en Periódico VAS Nº 133.
2. Según la cultura mexica, es una deidad que representa la dualidad inherente a la condición humana: la Serpiente es el cuerpo físico con sus limitaciones y las Plumas son los principios espirituales.
3. Ver en La Otra Historia de Buenos Aires en Periódico VAS Nº 134.
4. Según la mitología cristiana, Dios priva a los hombres del Paraíso porque sus ancestros Adán y Eva habían cometido un pecado original.
5. Datos del cronista de la época Esteban Mira.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *