La Otra Historia de Buenos Aires

Antecedentes
PARTE XV
Desde libros de caballería y gigantes tehuelches,
hasta una revuelta comunera en Castilla

por Gabriel Luna


Junio de 1520, Bahía de San Julián.
El tehuelche los vio desde una colina y la tripulación lo vio desde el islote donde habían instalado el almacén y la fragua. Y como era más alto que ellos, estaba en un lugar más elevado, y acababan de leer una historia de caballería, lo toman por un gigante. Quedan mirándose entre miedos y asombros. Él, por los vestidos amplios de la marinería, los cuerpos blancos, las barbas, los barcos negros en la bahía. Ellos, por el arco, la postura regia, el color rojo en la cara, el manto ceñido, y por los gigantes malvados de la caballería, y también por las crónicas de los caníbales, que en estas tierras y hacía pocos años habían flechado y devorado a Juan Solís y sus oficiales.
El gigante y la tripulación, separados por una franja de agua, quedan mirándose en silencio. Ambos expectantes, quietos. Hasta que el tehuelche deja en el suelo el arco, las flechas, y baila sobre la colina. La escena parece mágica. Da grandes saltos, extiende los brazos, baila completando círculos, se agacha, recoge tierra o arena, la arroja sobre su cabeza, y vuelve a saltar. Magallanes, que ya había visto esto pero arrojando agua sobre la cabeza, ordena a un marinero que se acerque y repita los movimientos. El tehuelche mira al marinero, sonríe, señala con un índice el cielo. El marinero y toda la tripulación hacen lo mismo. Y se disuelve la tensión. Hay una especie de acuerdo.
Un bote parte del islote y el tehuelche se acerca a la orilla. Y sí, resulta ser bastante más grande que ellos. Algunos le llegamos sólo hasta la cintura, informa el cronista de la flota Antonio Pigafetta, que es versado en ciencias, antropólogo, y de objetividad probada. El gigante tiene la cara ancha, afeitada y pintada de rojo, el pelo teñido de blanco, los ojos enmarcados en círculos amarillos, dos manchas también amarillas con forma de corazón en los pómulos. Su cuerpo es recio, ceñido con un manto de piel bien cosido; tiene los brazos y las piernas al descubierto, grandes músculos, y botas muy elaboradas, de la misma piel que el manto. Se repite el ritual de la arena sobre la cabeza y todos sonríen. Le entregan un collar de cuentas y cascabeles, que admira haciéndolo sonar, y el gigante sube al bote dejando el arco y las flechas en la colina. Tampoco le harían falta, llegado el caso, podría despedazar fácilmente a varios de esos homúnculos con sus propias manos. Pero no parece haber tal especulación en el tehuelche sino una gran curiosidad, por las diferencias, los atuendos fantasmales, las naves negras; y por saber de dónde vienen estos pequeños seres que nunca antes había visto. ¿Vendrán del mar o vienen de los vientos y el cielo? ¿Serán demonios? No hay mayor suspicacia en el tehuelche.
Magallanes sí tiene sospechas, desconfianzas e intereses mayores. En principio, ofrece al gigante un banquete de pescado, vino y galletas. Luego lo maravilla con objetos de hierro y lo planta frente a un espejo, conmocionando al gigante, que da un salto brusco y derriba a cuatro marineros. Ya calmado, Pigafetta intenta la comunicación, buscando palabras, haciendo gestos, anotando significados. El propósito, al margen del conocimiento y la curiosidad académica del cronista, era encontrar una fuente de provisión para el invierno y encontrar (por supuesto) datos del paso interoceánico. Vuelve el gigante a tierra, cargando regalos -también el espejo-, llevado en el bote por tres marineros. Y encuentra a otro gigante en el lugar donde había dejado el arco y las flechas.
Pasa un día y otro más sin noticias del tehuelche. Los marineros recuerdan la desaparición inexplicable de aquel cacique solitario que habían agasajado en el Río de la Plata.1 Especulan que el gigante pertenecía a una tribu, por eso había otro esperándolo, y que la tribu le ha dado muerte por acercarse a ellos. Pero al tercer día (como ocurre en el Nuevo Testamento) aparece el gigante “resucitado” en la colina, acompañado por otros dos, y con un regalo sorprendente. Un grande y extraño animal que -según la descripción de Pigafetta- tiene cabeza y orejas de mula, hocico de oveja, cuerpo de camello y patas de ciervo. Este animal fantástico, es el actual guanaco (que por cierto ha sobrevivido a los gigantes). El guanaco era la base de la dieta tehuelche, con su piel se confeccionaban los mantos y las botas, y de sus entrañas se obtenía la cuerda de los arcos. La carne de guanaco y su piel (más densa y firme que la de las ovejas) se convierten en fuente de provisión de la tripulación durante el invierno. Los gigantes suministran los guanacos y también enseñan a cazarlos. Y las visitas se hacen más asiduas, hay días que llegan tres, otros seis, y hasta doce gigantes.
Magallanes está satisfecho, ha cumplido una de sus expectativas respecto a los salvajes. Llama a los gigantes patagones, probablemente por referencia a Patagón, el gigante protagonista de un libro de caballería leído en el islote -se trata del Primaleón, una obra de Francisco Vázquez-, y llama a la región Patagonia. La relación entre la tripulación y los tehuelches se hace más estrecha. Van juntos de cacería, comparten comidas, bailan. Y el erudito Pigafetta compone un breve tratado sobre la forma de vida, costumbres y creencias de los patagones, que incluye un vocabulario español-patagón. Algunas de las palabras acopiadas son:

Mar = Aro. Sol = Calexche.
Viento = Oni. Tempestad = Ohone.
Estrellas = Settere. Pedir = Geglie.
Oro = Pelpeli. Joya = Sechey.
Pan = Capac. Pez = Hoi.
Lobo marino = Ani. Flecha = Seche.
Venir = Hai. Boca = Chian.
Barba = Archi. Mano = Chene.
Pierna = Coss. Nalgas = Hoii.
Vagina = Isse. Senos = Otón.
Pene = Sachet. Testículos = Sachancos.
Coito = Hor. Rojo = Aichel.
Fuego = Gialeme.
Demonio pequeño = Cheleule.
Gran Demonio = Setebos.

Sabemos por Pigafetta que los tehuelches son nómades, que enseñan a cazar guanacos a la tripulación de una manera ingeniosa, usando cachorros como señuelos para atrapar los animales grandes. Sabemos que los tripulantes visitan los asentamientos tehuelches, que comen con los gigantes junto al fuego: guanaco, peces, y una raíz dulce que usan a modo de pan y llaman capac. Sabemos que conocen a las gigantas, algo menos altas que sus maridos, pero más orondas y de grandes senos, tanto, que Pigafetta los estima más extensos que la medida de un pie -30 centímetros-. Presumimos el asombro y a los tripulantes atraídos por la exuberancia de las gigantas, pero también cohibidos ante la pequeñez de sus propios miembros y por el celo de los maridos, que menciona Pigafetta. Y sabemos que los patagones, mujeres y hombres con las caras pintadas de rojo -del color de la sangre y el fuego- no tienen dioses a quienes obedecer sino demonios (según Pigafetta), que los ayudan en las adversidades incorporándose a sus cuerpos cuando los invocan. Resulta -si se considera la época- una creencia menos terrible que la religión católica, que rige y disciplina la vida de los europeos según los intereses del poder monárquico-eclesiástico, amenazando con ilusorios infiernos eternos y castigando materialmente la desobediencia con la tortura o la muerte, mediante la Inquisición.

Mientras tanto en Toledo, en pleno centro del Imperio y a 12.000 kilómetros de la Bahía de San Julián, es verano y ocurre una revuelta comunera contra el poder monárquico, donde participan María Pacheco y su marido Juan Padilla.2
¿Por qué ocurre la revuelta? Por opresión y pobreza. Pero además, el joven rey Carlos I no conoce España -asume recién llegado de Flandes-, apenas habla castellano y parece dominado por sus asesores flamencos. Los impuestos (que sirven para sostener al rey, a los flamencos, a la nobleza y al clero) son muy elevados para el campesino, el pueblo llano y el pequeño burgués. Pero además, hay un profundo conflicto de intereses entre la periferia y el centro de Castilla.
La cuestión era: si impulsar la economía del Reino desde los descubrimientos, la extracción y el comercio de ultramar, o impulsarla desde la industria y el desarrollo del mercado interno. Esto provocaba una división geográfica y también social, respecto de los intereses. Los pequeños burgueses, el pueblo llano, los campesinos, que reclamaban recursos para desarrollar el comercio interno y la industria de la lana, se enfrentaban con la monarquía, la nobleza, los grandes burgueses comerciantes de ultramar, que financiaban expediciones como las de Magallanes y Cortés. La periferia estaba representada al sur por Sevilla -el principal puerto de ultramar y comercial de Occidente-, y al norte por la ciudad de Burgos, donde pasaba la ruta comercial con Europa. De Burgos partía la lana para ser industrializada en Flandes (¡singular destino que los comuneros asociaban con la procedencia del rey!) y volvía después con alto valor agregado, convertida en prendas demasiado caras para los campesinos, el pueblo llano, los pequeños burgueses. Y el centro de Castilla, donde surge la revuelta, abarcaba las ciudades de Segovia, Toledo, Madrid, Ávila, Valladolid, y también los campos (incluido aquel lugar de la Mancha, que años después hiciera famoso Cervantes).

De modo que mientras la expedición de Magallanes -financiada por el rey, la nobleza y los grandes burgueses- fraterniza con los gigantes tehuelches en la Patagonia, ocurre en Castilla una revuelta comunera.
El 29 y 30 de mayo de 1520 los comuneros de Segovia ajustician al alcalde y a dos recaudadores de impuestos. El 8 de junio la Junta comunera de Toledo, donde participa María Pacheco, propone prohibir la salida de dinero del Reino (la llamada actualmente fuga de capitales) y propone designar a un castellano para gobernar en ausencia del rey -Carlos I, quien se ha ausentado de Castilla para ser coronado emperador del Sacro Imperio-. El 25 de junio, Juan Padilla -el marido de María Pacheco- recibe el encargo de organizar las tropas toledanas para combatir a un ejército realista que avanza hacia Segovia. En julio los comuneros combaten a los realistas en Segovia, se extiende la subversión a las ciudades de Medina, Toro, Salamanca, y se constituye una Junta general comunera en la ciudad de Ávila. Esta Junta se considera por encima del rey, clausura las Cortes y se proclama gobierno legítimo de Castilla. En agosto, los realistas intentan tomar un arsenal en Medina para usar la artillería en el sitio de Segovia. Y como los vecinos resisten la toma y defienden sus armas, los realistas incendian parte de la ciudad para dispersarlos. Pero los medineses no se retiran, siguen defendiendo sus convicciones y las armas, y es el ejército realista quien debe retirarse para permitir a los vecinos apagar los fuegos antes de que Medina arda por completo. Igual se queman 900 casas. Esto provoca gran indignación y hace que la subversión se extienda aún más por Castilla, y llegue con fuerza a Valladolid, donde están las Cortes. El 29 de agosto, los comuneros de Padilla entran en Tordesillas, donde está la reina Juana, La Loca, madre de Carlos I, fuente del poder monárquico.
Y todo parecía indicar que había llegado en España el final, de los reyes absolutistas, de la nobleza parásita, de los grandes mercaderes, y el final de las expediciones descubridoras, extractivas y colonizadoras en América. Pero no fue así.

(Continuará…)

1. Ver La Otra Historia de Buenos Aires,  Parte IV. Magallanes en el Río de la Plata. Periódico VAS Nº 138.
2. Ver La Otra Historia de Buenos Aires, Las dos Marías. Periódico VAS Nº 142.
Ilustraciones:
Fotografía Onas y Tehuelches, Memoria Chilena.
Revuelta Comunera en Medina del Campo, Castilla, España, 1520, libro de Joseph Pérez.

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