Liliana Maresca recuperada por galería Vasari

por Dolores Pruneda Paz

La muestra «Florecerán pájaros» reúne en la porteña galería Vasari objetos hechos por Liliana Maresca desde 1988, un año después de conocer su diagnóstico de HIV, hasta poco antes de su muerte, en 1994, algunos construidos con materiales nobles (oro, bronce), otros rescatados del abandono, en especial juguetes, sobre los que domina, sin distinción, la idea de transmutación, de poder ser convertidos en otra cosa.

Un viejo muñeco de madera, un Pinocho articulado ahora colorido y entarimado, ocupa el espacio central de la vidriera de Esmeralda 1357, rescatado por Maresca en el viaje que hizo a Italia en 1993 para visitar a su hermano: «Siempre pienso que todo puede servir/ que en una vulgar piedra puede esconderse un diamante/ creo en la alquimia/ Experimento mi alquimia y la de muchos otros / Soy esperanzada», escribía en agosto, poco más de un año antes de contraer la meningitis por la que murió el 13 de noviembre de 1994. Tenía 43 años. Había nacido el 8 de mayo del 51 en la localidad bonaerense de Avellaneda.

En la zona de Retiro donde está Vasari, hasta el 12 de mayo, estarán los objetos de Maresca: su irónicamente sexuada «Curiosidad natural, su «Caja chica»: 10 piezas de bronce bañado en oro con caja de roble evocando la idea de juego de azar que orienta los destinos del consultante, en términos de quien defendió y le puso cuerpo a la experiencia colectiva de un arte lúdico y provocador, siempre crítico a su tiempo, intentando recuperar el tejido, social y subjetivo, roto por la dictadura argentina, sublevándose a los 90 neoliberales de pizza con champán, buscando la alquimia así en el arte, como en la vida y en la conciencia de su propia muerte.

El título de la muestra, «Florecerán los pájaros», funciona como una evocación de una poesía de Maresca publicada en el libro «El amor-lo sagrado-el arte» del sello Leviatán: «Arrullar un árbol/Sin hojas/Sin ramas/Sin tronco:/Un solo árbol/ Habrá resistido el viento/ Y casi muerto/ Desprenderá hojas nuevas/ Reverdecerán/ Se mezclarán con las de abajo/ Y los peces florecerán/ Los comeremos a la parrilla/ Haremos grandes hoguera/ Nos calentaremos con leños/ El fuego consumirá toda madera/ Las cenizas las esparcirá el viento/ Seré intemporal».

Muchos de estos objetos están fechados en los años inmediatamente anteriores a su muerte, como «las caritas» que dibujaba con pasteles al óleo y crayones sobre papel son de sus días en el pabellón para pacientes con VIH en el Hospital Ramos Mejía. Afuera quedaron las primeras creaciones, las que armaba con una técnica no tan depurada, pero siempre rescatando objetos desechados, inservibles para lo que fueron creados.

«La muestra está teniendo muchísima repercusión -dice Marina Pellegrini, la galerista que representa a Almendra, única hija de Maresca y responsable de la obra que exhibe Vasari-, entre otras cuestiones porque , si bien estas piezas han estado exhibidas anteriormente, hace mucho que no hay en una galería privada una exposición de objetos de Maresca».

La última gran exposición fue la retrospectiva de 2017 en el Museo de Arte Moderno, «El ojo avizor -obras 1982-1994», en 2017, mucho antes incluso de la pandemia, que «es como pensar en otra dimensión», dice Pellegrini. «Salvo una pieza que es de 1988, el resto son de los años 90, que son los últimos años de la vida de Maresca, y están hechas con objetos encontrados y resignificados, más pequeños que los que solía trabajar porque ya no estaba para estar soldando y fundiendo».

«Elegimos dibujos que acompañaran a los objetos, muchos son bocetos de los mismos objetos -señala-, como el Pinocho que está en la vidriera, y metimos algunas de las mascaritas que ella hacía al final en el sanatorio, cuando estaba ya muy mal, pero básicamente elegimos los bocetos previos a todas estas obras acá expuestas», señala la galerista. ¿Una decisión adrede? «Es lo que queda, lo que hay -responde-, no hay nada más de Maresca, está todo en museos, instituciones y colecciones de acá y de afuera, como el Moderno, el Reina Sofía, el Malba». Y algunas otras obras perdidas, desaparecidas.

«Hay obra de colecciones particulares con excelente procedencia, de amigas de Liliana, pero en general es casi todo propiedad de la artista», aclara mientras repasa las piezas exhibidas en el local de Esmeralda 135 y decide un impás: «esperá que te enciendo los ojitos», dice y aprieta el interruptor que prende los focos diminutos de un autito de juguete intervenido por Maresca, rescatado de contenedores y basura urbana, grandes proveedores de su arte.

«Ya hay una pieza vendida -‘Decálogo del artista (centálogo)’- en marcador sobre papel y hay mucho interés por otras que seguro se venden, yo no tenía dudas de que sería así porque la obra de Maresca es muy para coleccionistas entendidos, una artista absolutamente de culto para gente que conoce la historia del arte contemporáneo argentino, y esa gente sabe que no hay mucho más de ella, además de que muchas de estas obras nunca salieron a la venta», señala Pellegrini.

Ese perfil, a medida que pasan los años crece, «es un camino evolutivo natural, que se produce con el paso del tiempo, con las muestras, con el interés de las instituciones por su obra, que ha habido mucha y mucha también se ha perdido, y eso llama la atención de los coleccionistas que no te escucharon cuando te debieron escuchar y entonces vienen después», reflexiona.

Breve pero intensa, la trayectoria de Maresca fue clave en un momento clave del arte argentino contemporáneo. Recicla objetos y materiales en operativos poéticos y pragmáticos -de ella es el carro cartonero que expuesto en el hoy Centro Cultural Recoleta se adelante una década al fenómeno de la Argentina de la crisis del 2001-, para reelaborarlos en obras que refieren a conflictos acuciantes de su tiempo o la más intimista subjetividad, donde su cuerpo es parte de la obra, como en la secuencia erótica de la instalación fotográfica «Maresca se entrega», publicada directamente en una revista y cuestionando así formatos y nociones tradicionales de circulación de obra.

Difícil de encasillar, con una necesidad existencial de producir y crear en el encuentro con otros, Maresca hizo obra política, colectiva, íntima y conceptual que reflexiona sobre el cuerpo social e individual, la sexualidad, la violencia y la potencia de la transformación: esculturas, pinturas, objetos, instalaciones, fotoperformance, ambientaciones teatrales e acciones e intervenciones gráficas.

Lideró acontecimientos artísticos multidisciplinarios como «Lavarte», en 1985, una instalación performance en una lavandería automática del centro porteño, en la que participó con obras de espíritu neo-dadaísta hechas con material de desechos, que sorprendía a los clientes que una vez adentro eran encarados por actores que les decían «algo está pasando… andá a Lavarte».

O «La Kermesse. El Paraíso de las Bestias», en el Centro Cultural Recoleta (en ese 1986 todavía llamado Ciudad de Buenos Aires) donde reunió a gente del teatro, de la plástica y de la música y los puso a trabajar para armar con su arte, apostando a la participación popular, una suerte de feria barrial que incluyó una rueda de la fortuna, un túnel del amor y un tren fantasma.

O «La Conquista. 500 años. 40 artistas», en 1991, contra el proceso del «Descubrimiento» de América del cual se conmemoraban cinco siglos y que, por esos años. Su obra, la instalación «Ecuación/El Dorado», incluía una computadora con impresora dispuesta sobre un escritorio, aportando datos estadísticos que permitían componer una ecuación para calcular los kilos de oro expoliados en relación a los litros de sangre aborigen derramada.

Maresca aglutinó artistas, fue animadora y maestra de ceremonias que sólo creía en el arte como forma de vivir, trabajar y relacionarse; una mujer ávida y en búsqueda; formó parte de esa generación que tras la represión oscura de la última dictadura militar argentina quiso contraponer un libertad gigante al estado de cosas, un volcán en erupción, una de las bestias de su paradisíaca kermese.

«Recorrer esta exhibición nos hace entender, con la claridad un poco cegadora de una revelación, que todos vivimos rodeados de belleza y que solo es cuestión de cambiar el ritmo y el tono con el que miramos nuestra ciudad. No es fácil hacerlo, y finalmente son pocos los que se meten profundo por ese camino», escribió Mauro Libertella para esta muestra.

Foto/Fuente: Télam

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