María Remedios del Valle la Madre de la Patria

por Mariane Pécora

1827. Plaza de La Recova, una anciana pide limosna, lleva una gastada chaqueta del ejército, un faldón remendado, va descalza y envuelve su cuerpo flaco y encorvado con un raído manto de bayetón. Los vecinos desconocen el nombre de esa mendiga de rostro cruzado por cicatrices, boca mellada y mirada vidriosa, que alterna sus horas en los atrios de las iglesias o en la Plaza de la Recova, pidiendo ‘algunita’ moneda para comer,  vendiendo pasteles o masticando algún mendrugo. Es una mujer callada, ruda, casi hosca. Sólo cuando se lo preguntan, dice haber luchado en el Ejército de Norte junto al General Manuel Belgrano.

María Remedios del Valle, la Niña de Ayohuma, la Capitana del Ejército del Norte, la Madre de la Patria, nació en la ciudad de Buenos Aires, entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, en 1766. Como establecía el sistema colonial de castas de la época, fue inscripta como ‘parda’ en los registros parroquiales, pues por sus venas corría sangre africana. Por su origen, color de piel y condición de mujer, vivió mamando humillaciones, miseria y discriminación. Sin embargo jugó un rol trascendental en la historia de nuestro país. 

Durante la segunda invasión inglesa al Río de la Plata, formó parte del grupo de mujeres que auxilió a los milicianos del Tercio de Andaluces que defendió la ciudad en la zona de Barracas. El comandante de ese cuerpo, José Merelo, relata en el parte de guerra que María Remedios «asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere». Su esposo integraba el Batallón de las Castas, grupo de voluntarios indios, pardos y morenos que participaron en la reconquista de la ciudad comandado por el teniente Juan del Pino.

En 1810 adhiere a la Revolución de Mayo. En julio de ese año, junto a su esposo e hijos, se incorpora a la división comandada por Bernardo de Anzoátegui del Ejército del Norte. Entonces asiste a la tropa curando heridas y proveyendo alimento. En 1811 combate en la batalla de Huaqui, donde las fuerzas independentistas son derrotadas. En 1812 Manuel Belgrano se pone al frente del Ejercito del Norte, María Remedios participa activamente en el Éxodo Jujeño y en la batalla de Tucumán, donde adquiere un protagonismo relevante cuando, haciendo caso omiso de los prejuicios de su comandante, arremete desde la retaguardia. Se destaca también en la batalla de Salta, donde, tras el repliegue del ejército español, la soldadesca comienza a llamarla “Madre de la Patria”. Desde entonces Manuel Belgrano le permite combatir en el frente de batalla y la designa “Capitana del Ejército”. En cada una de estas batallas recibe profundas heridas, pero la única irrecuperable fue la pérdida de su marido y sus dos hijos. En octubre de 1813 los realistas derrotan al Ejercito del Norte en Vicalpugio y un mes más tarde en Ayohuma.  En esta última batalla, da combate al tiempo que asiste a  la tropa. Pasa a la historia como una de las Niñas de Ayohuma. Pero tras recibir una herida de bala es tomada prisionera por los españoles. No se rinde. Desde el campo de prisioneros colabora en la fuga de varios oficiales de su ejército. Advertidos los realistas de esta maniobra la someten al escarnio público, durante nueve días recibe azotes que dejan huellas en su cuerpo y rostro. No se rinde. Logra escapar y se reintegra al ejército libertador, empuñando las armas y ayudando a los heridos en los hospitales de campaña. Más tarde se une a las fuerzas de Martín Miguel de Güemes y de Juan Antonio Álvarez de Arenales. Herida en seis oportunidades, su ímpetu de batalla es un ejemplo de coraje.

Concluida la guerra, con mucha pena y sin ninguna gloria, regresa a la ciudad de Buenos Aires. Cansada de golpear  puertas y escribir misivas a quienes habían sido sus pares en el campo de batalla y sumida en la más completa indigencia, se refugia en un rancho de las afueras. El hambre, el desamparo y la soledad la llevan a mendigar en los atrios de las iglesias, en La Recova o la Plaza de la Victoria. Cuando la limosna no llega, se las arregla con las sobras que los conventos tiran a los perros.

Una mañana de 1820 el general Juan José Viamonte, con quien había batallado en Alto Perú,  la reconoce vencida por el frío, acurrucada en La Recova. Comienza, sin suerte, a gestionar una pensión de guerra para La Capitana. En 1826, cuando es elegido diputado, consigue que la Sala de Representantes considere otorgar un reconocimiento monetario por los servicios prestados a la patria por María Remedios. Recién en 1828 los ediles conceden una pensión de apenas 30 pesos mensuales. Es decir, 1 peso por día en una ciudad donde libra de aceite rondaba $ 1,45, la de carne $ 2 y la de yerba $ 0,70.

En 1830, el flamante gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, la asciende a «Sargento Mayor de Caballería» y la incluye en la  plana mayor del Cuerpo de Inválidos, con el sueldo íntegro de su clase y jerarquía de, aproximadamente, 400 pesos. En gratitud hacia quien la sacó de la indigencia, María Remedios del Valle cambió su nombre a Remedios Rosas.

Murió el 8 de noviembre de 1847, sin haber recibido en vida nada más que un estipendio en reconocimiento por su colaboración en la Guerra de la Independencia.

“Baja. El mayor de caballería Doña Remedios Rosas, falleció”, informaba el periódico de la época.

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