“Me han preguntado si lo que cuento en Mujeres invisibles es ficción”

Hacer una investigación periodística es transformar la bronca en deseo de cambio y motor de acción. La labor de la historiadora, docente y escritora, Alicia Panero, es ejemplo de este movimiento. El resultado material es, por ahora, dos libros: Mujeres invisibles y Soldado desconocido.
Su trabajo comienza desde la culpa por no haber prestado atención a qué habíamos hecho las mujeres además de ser madres o viudas durante la guerra. “Trabajando en una institución militar, en una cátedra de investigación histórica, habiendo ido a treinta y dos vigilias por el Día del Veterano, y estando casada con un militar, nunca me había enterado de que hubo mujeres en Malvinas. Cuando me lo contó una colega, me propuse saldar esa deuda de reconocimiento”, dice Alicia. Y lo hizo. Repitió sus nombres: Mariana Soneira, Marta Giménez, Graciela Gerónimo, Doris West, Susana Mazza, Silvia Barrera, María Marta Leme, Norma Navarro, María Cecilia Richieri, María Angélica Sendes, Liliana Colino, Maureen Dolan, Cristina Cormack, Silvina Storey, Olga Cáceres, Marcia Marchesotti, buscó las historias, y autogestionó la primera edición virtual de Mujeres invisibles, a la que define como desesperada. “A ninguna editorial le interesó”, explica. En 2022 lo editó nuevamente, en papel y online, la Universidad Nacional del Oeste.
El segundo libro de Alicia, Soldado desconocido, habla de la búsqueda de la identidad póstuma, del derecho a saber dónde están los restos de un ser querido como algo necesario para cerrar el duelo. Surge desde la búsqueda de madres del Chaco por saber qué pasó con sus hijos. Algunas creían que aún eran prisioneros de Inglaterra, otras que se los habían llevado a Estados Unidos. «Eso demuestra la ausencia del Estado. Nunca les explicaron nada”, define Alicia.
Al hacer una revisión del informe de entierro de 1983, redactado por los británicos, Alicia descubrió que había tumbas con nombres incorrectos. “El informe era claro respecto de de dónde procedían los restos. Entiendo que la Fuerza Aérea quiso tener a todos sus soldados identificados, homenajearlos. Pero agarraron cualquier tumba y pusieron nombres que no coincidían”, cuenta Alicia que, con su trabajo, busca modificar esta situación.
Hasta hace poco había familias que tampoco sabían que desde 1983 su hijo estaba identificado en una tumba en Darwin. No tuvieron oportunidad de viajar o cuando lo hicieron, en el año 1991, aún no había sido remodelado el cementerio, las cruces viejas estaban escritas en inglés y ellas, algunas, siquiera sabían español, hablaban en su lengua originaria. Nunca habían entendido por qué se los habían llevado, no habían vuelto y no había un espacio físico dónde llorarlos. En 2019 fueron identificados tres soldados en forma individual y sus mamás pudieron viajar a despedirse. “Al recuperar el nombre, saber qué pasó, tener la identidad, los llevan de vuelta a casa. Porque dejan de hablar del soldado muerto para nombrar al ser humano, el niño, hijo, compañero de escuela”.
Ahora Alicia se ocupa de otra tumba que también tiene mal puestos los nombres, en este caso de militares. Pero como solo se permite abrir las que tienen la inscripción “soldado sólo conocido por Dios”, lleva tiempo. La que necesitan revisar es una tumba múltiple en la que algunas familias pidieron poner nombres. “El año pasado se consiguió un acuerdo para trabajar en ese lugar, que tiene dos restos NN y cinco nombres que no reflejan el contenido. Pero está todo parado porque las relaciones diplomáticas están bastante ásperas. No hay instancia superadora para pensar en lo humanitario, recordar que la guerra no conduce a nada, que nos atraviesa a todos, sobre todo a los que participan directamente. Y que tanto la sepultura digna como el reconocimiento dan paz”.

En Mujeres Invisibles decís que las guerras dejan en invisibilidad a las mujeres y hacerlas visibles es un mensaje de paz , ¿por qué?

Las 16 veteranas que tenemos, que lo son por la misma ley que llama veteranos a los varones, fueron enfermeras, estuvieron embarcadas, y no solo atendieron heridos argentinos sino también británicos. Lo mismo pasó en el buque hospital inglés, donde atendieron más de setecientos argentinos con la misma calidez y calidad que a sus pares británicos. La labor de estas mujeres es humanitaria, la enfermería de guerra apunta a la paz y al bienestar de las personas más allá del color del uniforme o del idioma que hablen.

La invisibilización de las mujeres tampoco depende del idioma ni del color de la bandera.

Nunca formamos parte de la historia de la humanidad, siempre somos un apartado, culpa de la historiografía machista que hemos tenido a lo largo del tiempo. Y siempre hubo en las Fuerzas Armadas un machismo explícito, reciben la incorporación de las mujeres a regañadientes por el mandato de la sociedad actual, pero ellos siguen creyendo que las armas, la administración de las fuerzas y la participación en la formación militar es de los hombres. Eso sucede ahora. En el momento de la guerra, hace cuarenta y un años, que hubiera mujeres era una sorpresa. Pero había. Y se subían a los barcos, eran parte de la Marina Mercante, Comisarios Navales. Eran consideradas de mala suerte en los barcos, pero estaban. Y son precursoras. Lo que pasa es que las mismas fuerzas que las mandaron a la guerra nunca contaron sus historias, no las incorporan en el relato.

En el libro contás, a modo de ejemplo, que un Jefe de Estado Mayor del Ejército creyó que Silvia era fanática de la causa Malvinas y no que había participado.

El Jefe de Estado desconocía que había veteranas mujeres en su fuerza. A mí me han preguntado si lo que cuento en el libro es ficción, si es una novela, si estas mujeres existen de verdad. Por eso ahora, cuando me presento en algún lado, llevo un vídeo. Para que estas mujeres tengan imagen y voz.

¿Por qué elegiste fijar las palabras en un libro?

Los historiadores, para recuperar o reconstruir la historia reciente, tenemos la oralidad, que es muy importante pero se pierde. Entonces me pareció fundamental escribir un libro. En 1982 Argentina fue pionera en la incorporación de mujeres en la Guerra. Tenemos 16 veteranas, dos ya murieron, una tiene noventa años. Y para ellas fue muy importante contar su historia. A partir de la publicación del libro los medios se comenzaron a comunicar con ellas, las reconocen.

¿Ellas tenían prohibido hablar, nombrar, poner en palabras lo que habían vivido?

La guerra fue una herramienta de la dictadura, se perdieron vidas y se vivieron cosas que, después, fueron palabra prohibida. Por ejemplo, para mí, que iba a la escuela en ese momento, la guerra terminó cuando los diarios la dieron por finalizada. Pero no fue así. Hasta el 20 de diciembre las mujeres en los hospitales del continente seguían atendiendo sobrevivientes del Crucero Belgrano. Y esas mujeres que vieron de cerca cómo volvían los soldados desnutridos, quemados por el frío, desabrigados, mojados; que muchas veces avisaron a las casas que estaban vivos, les dieron una taza de bebida caliente, una ropa seca. Eso fue palabra prohibida. Tampoco los varones podían contar sus vivencias. Pero sus historias fueron recuperadas primero, la sociedad se reconcilió y los aplaudió como héroes.

Y el tema con la ley es otro, más allá del reconocimiento social.

La ley las reconoce, pero no las nombra. Es el Día del Veterano y el Caído. Pero la veteranía en nuestro país es geográfica, depende de quién estuvo en el área específica, aunque a muchos les moleste porque consideran que no tener un tiro, no haber portado un arma, hace que no sea lo mismo que un veterano que mató, que abatió al enemigo.
Se necesita un cambio, que se modifique la nominación de la ley, que se las incorpore definitivamente a la memoria colectiva, que sea el Día del Veterano, la veterana, y el Caído en Malvinas. Es esencial para la reconstrucción personal de cada una de ellas y colectiva de la historia reciente de nuestro país.

 

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