Norma Osnajanski. Tan fuerte… tan frágil…

escribe: Julia Pomiés

La primera noticia me cayó como una barra de hielo en el estómago.
Hola. Soy Iván, el hijo de Norma Osnajanski. Ella falleció a las 4.30 am de hoy, domingo, 27 de junio.
Aquí, en Bariloche, donde el sol está presente ahora mismo con su luz y tenue calor invernal.
Quiero agradecerles desde lo más profundo de mi alma por compartir con ella lo que fuere que hayan compartido y por conformar junto a ella esta tribu, de la cual estaba orgullosa. Aquí encontró refugio y plataforma para ejercer lo que mejor supo hacer toda su vida: cultivar y honrar la amistad y a los amigos. Siempre del lado de los buenos.
Te quiero Ma. Gracias.
Te vamos a extrañar mucho.
Debajo de la carta de Iván en face­book escribí: Adiós hermana de tantas hermandades compartidas… y tantas que ya no podremos compartir…
Y el hielo se fue convirtiendo en metal incandescente. Rabia. Como la que ella confesaba más de una vez que ardía en el filo de sus dientes, en el deseo de morder con esa boca grande y hermosa, que también era sabia de sonrisas, de besos, de carcajadas…
Y de ahí derivé a sus ojos, claros, luminosos, espléndidos de dulzura y lucidez, de inventiva y memoria.
Entonces la memoria me llevó a evocar a las tantas Normas que conocí. La militante, la periodista, la exiliada, la argenmex, la artífice de mágicos talleres de escritura, la gestaltista mano derecha de La Nana en Chiloé. La mamá de Iván y la alma mater de una numerosa y variopinta tribu que supo convocar en su facebook a fuerza de poesía, imágenes, música, homenajes y denuncias. La amiga. La más fuerte y la más frágil amiga.
Nos conocimos al principio de los años ’70 en la editorial Abril, en las redacciones y en las asambleas del gremio. Dos muchachas combativas. Después supe que ella lo era más que yo.
Norma se enteró de que estaba embarazada el 24 de marzo de 1976. Una coincidencia tremenda y paradójica. En un artículo para la revista Haroldo, muchos años después, escribía:
Hasta el día de hoy esos dos hechos juntos me resultan casi irreales, un big-bang imposible: en mi cuerpo, creciendo la vida; en el cuerpo de mi gente, la muerte que ya había empezado su marcha con la Triple A y que desde esa noche redoblaría el paso con los militares.
Aun en medio del terror, permanecí en el país durante el 76. Para mí era inconcebible alejarme de mi obstetra y parir en España o en México, desde donde exiliados amigos nos urgían a partir.
Mi hijo nació el 1º de diciembre y en enero del ’77 supe que, como fuera, tendríamos que salir. No porque tuviéramos indicios ciertos de estar siendo buscados, sino porque una mañana recogí el diario y una de las tantas noticias de muertes y desapariciones me llevó hasta el borde de la cama donde aún dormía mi marido para decirle: “Ayer la mataron a Cristina Bettanin y yo no puedo llorar. ¿Te das cuenta de que no puedo llorar? Estoy viva y seca. Este país se acabó para mí. Mi profunda y amorosa amistad con Cristina no se había dado en la militancia, sino que fue germinando en las redacciones, ella con su cámara de fotos y yo con mi grabador. Compartimos eso y mucho más. Como mucho más fue lo que compartí con los otros compañeros del gremio de prensa que hasta hoy están desaparecidos y formaron parte de mi vida: María Bedoian, Marta Mastrogiácomo, Jaime Colmenares, Enrique Raab…

Norma con Iván bebé (1977)

Para todos ellos no he cesado de cavar fosas en el aire. He llevado tempranos carteles con sus nombres en las primeras marchas de las que participé desde el 83, a mi regreso de México, y con ellos -con los 30.000 presentes, hoy y siempre- marcho cada 24 de marzo. Así lo haré este año también. Porque Juan Gelman me enseñó que no es para quedarnos en casa que hacemos una casa, no es para quedarnos en el amor que amamos y no morimos para morir, tenemos sed y paciencias de animal. Tenemos sed aún. Se llama Memoria, Verdad y Justicia. Por eso escribimos. Y por eso marchamos».
Poco antes de su partida a México estábamos trabajando en un suplemento especial de Claudia Belleza. Lo hacíamos a medias, y a ella le vendría muy bien ese dinero que cobraría antes de irse. Se llevó las fotografías de sus páginas para escribir los textos en su casa. El día que vino a entregarlo ¡se olvidó todo el material en el taxi! Creo recordar que la editorial le pagó de todos modos, no estoy muy segura, pero sé que “los Civita” (dueños de Abril) apreciaban a su gente y la ayudaron a irse del país cuando fue necesario. Sí recuerdo con claridad su angustia, y mi apurón para completar las páginas faltantes.

La patota de Uno Mismo: de izquierda a derecha: Julia Pomiés, Juan Carlos Kreimer  entonces director de la revista, Norma (que la dirigió poco después) y Rubén Longas (que pronto sería el diseñador de Kiné, y sigue siéndolo).

Eso fue solo el preludio de otra catástrofe próxima. En la mudanza se perdió la mayor parte de los libros, ropas y objetos que enviara. Años después, ya de regreso, escribió un artículo para la revista Uno Mismo que se llamó Mi vida en 7 canastos. Relato del dolor y su entereza para afrontar la pérdida. En los últimos días he estado buscando infructuosamente esa nota. Y otra más: Vidas re-partidas, escrita ya en Buenos Aires, con la preocupación por sus amigas y amigos mexicanos durante el terremoto de 1985. Textos de una gran profundidad reflexiva y un enorme coraje para exponer y compartir sentimientos, y expandirlos de tal modo que nos alcanzaran y pudiéramos descubrir cuánto nos atañen e implican. Ese era el secreto y la habilidad que Norma profundizó en Uno Mismo. Allí nos impulsaba a escribir “con las tripas en la mano”; el tipo de publicación que hacíamos requería subjetividad a raudales. En la misma dirección orientaba sus talleres de escritura creativa, meditativa, imaginaria o autobiográfica… pero siempre construida a partir de la memoria y, sobre todo, de los sentidos. En muchos encuentros explorábamos olores, tactos, sabores, sonidos, imágenes… con los ojos cerrados… buceando en el mágico mundo interno… Y, en seguida, la consigna era dejar salir la escritura a borbotones, sin censura previa. Releer, corregir, pensar, eran pasos posteriores. Cuando Norma se fue a vivir a Chile me dejó como preciosa herencia su grupo de escritura en el que continuamos trabajando por un tiempo en la misma dirección: explorar sin miedo (ni a la alegría ni al dolor), escribir sin escuchar al crítico interno, pulir después.
El grupo de escritura con las presas de la cárcel de mujeres, lo heredó Cristina Meliante.

 Su búsqueda, sus hallazgos, las claves de su propuesta están en su libro “Escritura meditativa. Un camino de autoconocimiento y transformación” donde sumó, además, toda la experiencia transitada como gestaltista. En Instagram lo presentó en forma breve y concisa: “Este libro despliega herramientas versátiles. Proporciona diversos cuestionarios para despertar los recuerdos, ejercicios de escritura creativa, y admite sueños, fotos, cartas, textos elaborados, intuiciones, confesiones, dibujos, citas. La clave es habitar un territorio libre de juicio previo y de nociones acerca de lo que está bien o mal, y animarse.”
Podemos volver a ese y otros libros que escribió con amor y lucidez: Diario de sueños y El poder de los man­dalas. Siempre con propuestas de auto­­conocimiento, como en sus talleres de teatro terapéutico con máscaras.
Dirigió diversas publicaciones en México, Argentina y Chile.
En Buenos Aires compartimos diversas redacciones: la revista Vivir, Ser Padres, Uno Mismo. Alternamos roles; una fue jefa de la otra en distintos momentos. ¡Y siempre lo pasamos tan bien!
Además, durante varios años, integramos el potente «grupo de los primeros viernes» en el Instituto de la Máscara. Siempre recuerdo que cuando terminó ese grupo Norma dijo: ¿Dónde voy a poner ahora toda mi locura? Coindicimos.
En estos días Juan José Panno (Periodista. Fundador de TEA y Depor­tea) la recordó en un artículo que tituló; Norma, los ojos, la vida. Donde dijo: «Norma Osnajanski tenía unos ojazos hermosos, expresivos, que apuntaban como rayos de luz a las causas nobles; una sonrisa fácil, la voz ronca, dulce. Pronunciaba bien, escribía mejor, era muy buena periodista y excelente maestra del idioma. Todos quienes fueron su alumnado en TEA la recordaran en estos días con mucho cariño. (…) Los que fueron sus compañeros en la Editorial Perfil, en TEA, en Uno Mismo, en el exilio mexicano, los de su querido Chile, donde vivió muchos años, los que editaron sus libros, los amigos de los últimos tiempos en las redes, todos se juntaron en un enorme abrazo que unió tiempos y distancias para homenajearla».
En 1995 Kiné cumplió sus primeros 3 años. El MoTrICS (Movimiento de Trabajadores e Investigadores Corporales para la Salud) estaba en pleno auge. Los encuentros anuales que organizaba en el teatro IFT eran siempre una fiesta, y allí se sumó nuestra celebración: un piso redondo. Fue idea de nuestra asesora de lujo, Patricia Stokoe que dijo, nada de mesa redonda, nosotros vamos a hacer un piso redondo. Justamente en esta semana Carlos Trosman y Gabriela Marquis están trabajando en el rescate de aquellos materiales filmados entonces. Y pude ver y oír la intervención de Norma en esa ocasión. Conmovedora y generosa su opinión desde lo profesional. Y en lo personal dijo: Julia ya contó que nos conocemos hace muchos años, quiero agregar que en ese tiempo hemos compartido tantas muertes y tantos renacimientos…
Me heló la sangre escucharla. Norma querida, esta muerte no la hemos compartido. En esta estoy sola.

Julia Pomiés es periodista, directora de Kiné la revista de lo corporal; Lic. Artes del Movimiento (UNA). [email protected]

Nota publicada en Revista Kiné Nº 148

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *