Presencialidad en las escuelas

Radiografía de un “como si…”

por Federico Coguzza

La Ciudad de Buenos Aires fue la primera en iniciar el ciclo lectivo. La Ciudad de Buenos Aires es la última que ha comenzado a vacunar a sus docentes. La Ciudad de Buenos Aires, por si hace falta aclararlo, es el distrito que más contagios tiene entre docentes, alumnos y auxiliares con más de 1200 casos.
A poco más de un mes del inicio de las clases, la “vuelta a la presencialidad” en las escuelas se ha instalado como tema de agenda y debate en la comunidad educativa y en los medios de comunicación. Sin embargo, quizás la discusión no sea presencialidad sí o no, sino de qué manera y en qué contexto tiene lugar.

Un regreso irresponsable, improvisado y riesgoso
Tan cierto como que la presencialidad en las escuelas es insustituible, es que en el contexto epidemiológico en el que se emplaza puede considerarse irresponsable, improvisada y riesgosa.
En primer lugar, porque el proceso de vacunación de los supervisores, directivos, maestros y maestras hasta 3er grado, más los que se desempeñan en la educación especial, y que conforman el grupo 1 de los cinco grupos establecidos como prioritarios, comenzó una vez transcurridas tres semanas de clases. Tiempo suficiente para que los casos de contagios aparezcan y se reproduzcan en el interior de los establecimientos educativos, y como consecuencia que la meseta de casos en la Ciudad se vea alterada y supere los mil contagios diarios. El secretario adjunto de la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE), Eduardo López, publicó en sus redes sociales que “la curva de contagios de la Ciudad de Buenos Aires volvió a subir desde el 3 de marzo. ¡Justo dos semanas después del regreso a la presencialidad escolar improvisada por Larreta!”.

En segundo lugar, porque el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, de las 33 mil vacunas que le otorgó Nación para el sector educativo, sólo ha destinado la mitad a los docentes. El proceso naufraga entre la lentitud, la desorganización y la desinformación. Apenas hay 5000 vacunados, un promedio de 625 por día, mientras que en la Provincia de Buenos Aires la suma de docentes vacunados supera los 130 mil. Hay jornadas de inmunización con demoras de hasta 3 horas. Y hay asignación de turnos sin especificación de día y horario.

La mitad de las vacunas otorgadas a Educación fueron a “sectores estratégicos” (prepagas, obras sociales, y trabajadores autónomos no esenciales), según el ministro de salud porteño Fernán Quirós. Quirós y la ministra de educación Soledad Acuña minimizaron los impactos de la presencialidad. E incluso dejaron entrever modificaciones en los protocolos que implican flexibilizaciones que ponen en riesgo a la comunidad educativa.

Al respecto la docente de nivel medio, Sandra C., le dijo a Periódico VAS: “El contexto es el menos propicio para la presencialidad, porque justamente no está la totalidad de las personas vacunada. No había ningún apuro en volver a la presencialidad. El contexto no la favorece; ya que no es mucho mejor, tal como está dada, que la virtualidad, con todas las limitaciones con las que la llevamos adelante y sostuvimos el año pasado. No es mucho mejor, porque hace más lento el abordaje de los contenidos al ir alternando la presencia del mismo grupo. La virtualidad sostenida era más ordenada que esta locura caótica y permanente.”

La gestión de Horacio Rodríguez Larreta erigió la vuelta a clases como una de sus banderas, a pesar del fracaso rotundo que significó el ensayo prueba y error de las burbujas del año pasado; desde principios de este año muchos de sus referentes llevaron a cabo un raid por los medios de comunicación hablando de la necesidad de volver a las aulas, y lo negativo que había sido para los estudiantes el 2020 sin presencialidad. Incluso el ex presidente Mauricio Macri señaló que “el daño causado sobre los alumnos” por el cierre de las escuelas en pandemia era “imperdonable y tal vez irreparable”, al tiempo que lanzaba a fines de enero su propia ONG con foco en la educación, como uno de sus movimientos de retorno a la escena política.

En diálogo con Periódico VAS, Gonzalo B., docente de nivel medio en escuelas públicas, sostuvo: “Resulta necesario e importante el regreso con presencialidad; de hecho, en lo personal me hizo muy bien en lo anímico y emocional volver a las aulas, volver a tener contacto con las y los estudiantes, volver a poner la voz, el cuerpo. Creo, incluso, que en general se podía percibir alegría y entusiasmo. Pero sigue primando como cierto aire de rareza, de extrañeza por el clima en el que se da, por los barbijos, las distancias. Era sin duda importante para la sociedad en general que las clases arrancaran. Pero no creo que estén dadas las condiciones para que se den en un contexto de seguridad: primero, porque los docentes recién ahora están empezando a ser vacunados; segundo, por la precariedad de muchas de las escuelas de la Ciudad, en las que no se ha invertido ni un solo peso en infraestructura. La sensación es que había que abrir las escuelas a como dé lugar, y sostener la escolaridad, así como si…”.

Datos, no opinión
Una encuesta virtual diseñada y divulgada por UTE, de la que participaron cientos de personas que están directamente implicadas en el sistema educativo: docentes, auxiliares, miembros de equipos directivos, familias y cooperadoras, aporta datos para pensar en qué contexto tiene lugar la presencialidad. El relevamiento abarca a 611 establecimientos escolares de los 880 de la Ciudad de Buenos Aires, y se centra en las condiciones edilicias y de infraestructura en este contexto epidemiológico.

El primero de los datos arrojados es que más del 50% de los establecimientos educativos no cuenta con dos o más accesos, cuando el Protocolo elaborado por el GCBA estipula que el ingreso y la salida debe ser por accesos diferentes, justamente para evitar el contacto. En esa línea se inscribe el segundo dato: más del 30% de las escuelas no tiene hall de entrada, lo que genera aglomeración de gente y dificulta la realización de los controles pertinentes en el ingreso de las personas, como, por ejemplo, la toma de temperatura.

En lo que respecta a ventilación, más del 40% de las oficinas de dirección no tiene ventilación natural, y más del 65% de las aulas no cuenta con doble ventilación. La distancia social, medida de prevención elemental, tampoco está garantizada, ya que casi el 80% de los escritorios en las oficinas de dirección no la cumplen, y más del 60% de las aulas no cuentan con bancos individuales.

Las condiciones sanitarias son otro de los datos alarmantes que arroja la encuesta: casi un 60% de los establecimientos no cuenta con una cantidad de baños suficiente en relación a la cantidad de estudiantes y personal, y más de un 30% carece de baños para personas con discapacidad, mientras que más del 50% de los inodoros no tiene tapa y casi el 50% de las canillas y descargas está en mal estado.

Si bien la encuesta se centra en cuestiones de infraestructura, también aporta datos sobre otro aspecto importante del contexto, que tiene que ver con la movilidad de aquéllos que componen la comunidad educativa: más del 30% de las personas reside a más de 50 cuadras del establecimiento, y más del 50% utiliza colectivo para trasladarse.
Sobre este aspecto un relevamiento realizado durante el 2020 por la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA) arrojó que más del 20% de los docentes trabaja en tres o más escuelas para poder alcanzar un sueldo digno, lo que implica un mayor desplazamiento en transporte y un aumento en el riesgo de contagio.

Protocolos e ingeniería: un arréglate como puedas.
La gestión es para la foto, el marketing político y los slogans son la moneda corriente de un modelo que dista de tener una preocupación real por la educación y por quienes conforman la comunidad educativa. De allí es que la presencialidad exprese más bien una pretensión por instalarse mediáticamente en un año electoral, como si todo estuviera bien, aunque sea un arréglate como puedas.

La docente de Historia y Antropología, Verónica C., en diálogo con Periódico VAS afirmó formar parte de los “docentes taxis”, “porque trabajo en cuatro escuelas, todas públicas, y viajo de un establecimiento a otro todos los días”. Destacó que “en CABA a los docentes nos habían adelantado, cuando terminaba el año pasado, que el regreso a las escuelas sería a partir del 8 de febrero. Esa semana fue caótica, porque la decisión de retomar la presencialidad era al menos apresurada. El protocolo que bajó del Ministerio de Educación de CABA fue un ‘hacé lo que puedas para diseñar el regreso de los estudiantes’. Esto implicó un trabajo de ingeniería por parte de las escuelas, que día a día se va modificando por las circunstancias cambiantes del contexto”.

En esa línea se inscriben las palabras del docente en nivel inicial, Diego R., que le dijo a Periódico VAS: “En relación a los protocolos, el balance que hago es que hay escuelas donde se hace más hincapié y en otras menos. Quizás la diferencia que pude notar, entre la privada y la pública en las que me desempeño, es que en la escuela privada se tomó como meta garantizar el doble turno, por lo tanto, acomodaron los protocolos a ese objetivo, lo cual disminuye las posibilidades de cuidados, porque la dinámica implica mucha movilidad de alumnos y alumnas, además que para poder hacerlo tuvieron que reacondicionar espacios que no están preparados para dar clases. En cambio, en la pública el protocolo se ajustó al cuidado de los alumnos y alumnas, una semana de presencialidad con una burbuja, una con otra y luego dos encuentros virtuales”.

Entre máscaras y barbijos: poner el cuerpo, dejar la voz.
Si algo sucedió durante el año pasado a nivel educativo es que los docentes tuvieron una sobrecarga laboral inédita. El regreso a la presencialidad en este contexto no la ha mermado. Además del trabajo en plataformas virtuales, además del trabajo que implica preparar las clases, la situación en el aula presenta una serie de elementos agotadores.

El docente Gonzalo B. le dijo a Periódico VAS que “las condiciones en las que estamos trabajando son bastantes complejas y muchas veces atentan contra la profesión. Dar clase con barbijo es muy difícil, porque hay que forzar la voz, y al mismo tiempo se hace muy complejo escuchar, no solo por la protección sino también porque las aulas deben tener las puertas y ventanas abiertas. O sea, se vuelve muy difícil sostener un espacio de clase por un tiempo prolongado. La sensación después de dar dos clases seguidas es la de un cansancio propio de una jornada completa, incluso dolor de cabeza, y la voz diezmada”.

Por su parte, la docente Sandra C. sostuvo: “No deja de ser un problema intentar comunicarse con los estudiantes y construir un vínculo con estudiantes que no conoces detrás de un barbijo que a su vez está detrás de una máscara. Lo que implica que para que te escuchen tengas que alzar la voz, que te aturdas con tu mismo registro. Es lo que menos invita a establecer un vínculo interesante, así todo lo estamos intentando, pero no está bueno.”

Si hay algo a lo que precipitó la pandemia del Covid fue a la incertidumbre. Vuelta la mirada al sistema educativo, queda en evidencia la capacidad de vivir (y trabajar) en la incertidumbre que tiene la comunidad educativa. Una comunidad que año tras año, y máscaras y barbijos mediante, sufre el embate de una gestión que no hace más que precarizar y desprestigiarla, al punto de obligarla a trabajar en la presencialidad sin garantizarle inmunidad.

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