«Quebrada» de Mariana Travacio

«Lo único que tenemos por certero es que al final del camino está la muerte»

por Claudia Lorenzón

En un territorio de aridez y desamparo, Mariana Travacio aborda en su nueva novela, «Quebrada», la historia de una mujer que decide, en absoluta soledad, dejar atrás el caserío que comparte con su marido, empujada por la ilusión de conocer el mar, en una búsqueda que la autora relaciona con la necesidad de los seres humanos de «inventarnos un camino cada día» para huir del destino que lleva inevitablemente a la muerte.

Marcada por la pérdida y el desarraigo, la novela se inicia con el relato de Lina Ramos, quien narra acerca de su antiguo deseo de abandonar esa tierra en la que, como dice, «ya no queda nadie», y de la que su marido, Relicario Cruz, se niega a partir, para no dejar solos a los muertos que yacen en el lugar.

Ante ese panorama y con más dudas que certezas, Lina parte una mañana siguiendo un angosto camino, llevando un atado de ropa, unas semillas y una cantimplora, con la ilusión además, de encontrar a su hijo, Tala, a quien su hermano se llevó cuando éste tenía tan solo 13 años.

En este escenario, Travacio vuelve a personajes y sitios de su novela anterior, «Como si existiese el perdón», pero los hechos que cuenta en esta historia, editada por Tusquets, suceden diez años antes, según explica en diálogo con Télam.

Autora de los libros de relatos «Cotidiano» y «Cenizas del carnaval», Travacio manifiesta que escribe para indagar acerca de cuestiones que la interpelan, como en este caso, el amor, la soledad y la muerte.

Esta obra se entrecruza con personajes de tu novela anterior ¿Hay una intención de escribir una trilogía en base a este territorio y personajes?

Ambas novelas -en algunos momentos- recorren los mismos territorios. Incluso, «Quebrada» retoma algunos hechos y personajes de la novela anterior. No sé si tengo la intención de narrar una trilogía, porque nunca escribo sabiendo de antemano qué voy a escribir. Lo que sí puedo decirte es que, mientras escribía «Como si existiese el perdón», yo sentía que me quedaban historias pendientes, aledañas: historias que el narrador anterior -Manoel- no podía narrar: son historias que aún me rondan en la cabeza y que me gustaría explorar en la escritura. No sé bien adónde me llevarán, pero sé que son asuntos que quiero indagar. Suelo escribir como indagación de lo que me interpela. No me interesa tanto hacia dónde me lleve esa pregunta. Como decía la querida (Marguerite) Duras, escribir con lo que precede al escrito es siempre estropearlo y, sin embargo, estropear el fallo es volver sobre otro libro, un posible otro de ese mismo libro. Un poco siento eso: que voy a estar escribiendo ese mismo libro unas cuantas veces más. Hasta sentir que el lenguaje pueda dar cuenta de algo de lo que quiero decir. Sé que no ocurrirá, porque el lenguaje no es suficiente, pero también sé que no podré sustraerme al intento.

La historia está enclavada nuevamente en un territorio de aridez y soledad, del que Lina busca huir, deseosa de conocer el mar y una nueva vida, y se arriesga en esa soledad. ¿De dónde surge este personaje femenino?

La voz de Lina nace de una entrevista que leí hace algunos años. Era una entrevista a una maestra rural. Se llamaba Aída. Había tenido un accidente, con su mula, o con su burro, mientras iba a la escuela. Su voz, la singularidad de su voz, me llamó tanto que tuve la necesidad de tomar notas. Escribí, en un archivo, su fraseo, su música, y me la guardé. Cuando estaba escribiendo esta novela, me acordé de ella. Fui a buscar ese archivo y ahí estaba su cadencia. Decía cosas como «se demora según como esté el tiempo. Si hace sol y los ríos no están crecidos, de siete a nueve horas. Sino, se echan doce a veinte o se echan dos días». También decía: «Me acordé de todos los rezos que me habían enseñado. Yo, que estaba medio a las patadas con Dios, y me ayudó tanto». De modo que Lina nace de ese fraseo, de la voz de Aída: esa maestra que se desbarrancó yendo a la escuela. Esa voz me llevó a este texto.

 El viaje que emprende Lina también está impulsado por la necesidad de encontrar a su hijo. ¿Ese viaje lleva implícito un camino de búsqueda, de sanación?

Creo que el camino que emprende Lina es un camino inevitable. Me parece que ella no ha tenido opciones. Se me ocurre que tomó el camino que podía tomar. Me pasa lo mismo con los demás personajes de la novela: siento que cada uno fue haciendo lo que tenía que hacer. Borges decía que cuando se tiene una voz, se tiene un destino. Y eso mismo sentí: que cada personaje iba tomando las decisiones que podía en función de su historia, de sus mandatos, de sus raíces.

Eso se observa en el caso de Relicario, atravesado por el tema de la muerte, que queda en un encrucijada cuando Lina parte.

A eso mismo me refería. Cuando Lina le dice a Relicario que se quiere ir, él le replica que no se abandona la tierra, que no se abandona a los muertos. Pero cuando Relicario la extraña, cuando él entiende que no puede vivir sin ella, se encuentra frente a un dilema: cómo responder a ese mandato -no se abandona a los muertos- y, al mismo tiempo, a lo que él siente -no puedo vivir sin ella-. Y creo que encuentra la única manera posible para él de responder a ese dilema.

El nombre Relicario Cruz tiene un peso importante, ¿A qué respondió esa elección?

Lo elegí para que él tuviera, en su nombre, todo el peso de su decisión: relicario es eso que se lleva al cuello, colgado, con un objeto que trae un recuerdo; la cruz se lleva en las espaldas. Quise que su nombre tuviera todo el peso de la carga que él iba a llevar en ese camino.

Luego de un largo camino, Lina llega a un lugar que no es árido, sino rodeado de verde, pero acá tampoco la naturaleza es propiciatoria de dicha. ¿Son personajes condenados a pagar culpas o a hacer un camino de padecimiento?

Lo que sucede es que no hay donde ir, me parece. Lo único que tenemos por certero es que al final del camino está la muerte. No sabemos cómo. Pero sabemos que ese es el final. Y la vida es un mientras tanto: ese recorrido singular, de cada quién: eso que nos obliga a inventarnos un camino, cada día, para salir de la cama. Lo curioso es que acabamos por dotar, a ese mientras tanto, de un sentido. Como si lo tuviera.

 Esta historia está cargada de significados, como el título «Quebrada», entonces me parece atinado preguntarte ¿por qué lo elegiste?

El título remite a varias cuestiones, creo. Por un lado, al territorio donde viven Lina y Relicario: la quebrada misma. Por otro lado, remite a las rupturas vinculares, y -también- a las rupturas históricas, emocionales, que se van dando a lo largo del relato. Y, por último, creo que remite a la estructura misma de la novela, que está partida en dos relatos.

La idea de Lina de conocer el mar, está vinculada simbólicamente a la necesidad de unirse a una figura materna, o a la inmensidad que el mar representa en cuanto a nuevos horizontes y agua dadora de vida?

Creo que el mar, en el caso de Lina, es ese lugar al que nunca se llega. Es una metonimia. Queremos llegar a alguna parte, pero ese sitio está siempre un poco más allá: nos obliga a seguir caminando. Y, al mismo tiempo, si pensamos en las coplas de Manrique -nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir-: llegar al mar es llegar al final de la historia singular que hemos habitado. La literatura es la singularización de una historia cualquiera, y de la de todos.

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