Terrorismo de Estado y violencia sexual

por Alejandra Paolini*

Los delitos sexuales en contextos represivos fueron históricamente invisivilizados. En Argentina durante años los procesos de investigación y juzgamiento sobre los delitos cometidos por la dictadura cívico-militar soslayaron este tipo especial de violencia como delito autónomo, pese a que desde 1983 cientos de víctimas declararon las agresiones sexuales sufridas mientras estuvieron sometidas al accionar represivo. Ellas se animaron a poner en palabras el horror vivido y algunas pudieron identificar a sus agresores. Si bien estas agresiones fueron ejercidas contra mujeres y varones, fueron las voces femeninas las que más se escucharon, muy pocos varones pudieron hablar en esta etapa.

Pero por aquel entonces ni la sociedad, menos aún la Justicia, estuvieron dispuestas a escuchar y reconocer que las agresiones sexuales eran un delito diferente al de torturas y, menos aún, que la violencia sexual formo parte del aparato represivo. Se los consideraba como hechos aislados, producto de voluntades individuales, y por ello se los relegaba a la prescripción e impunidad. Las escasas sentencias que relevaban los abusos y violaciones, englobaban bajo un mismo manto jurídico: el delito de torturas, negando así la especial afectación que producen en las personas las agresiones sexuales.

Esta invisibilización social e institucional produjo un doble efecto: desalentó a las víctimas a seguir denunciando y alimentó la impunidad de los represores. La invisibilidad impide conocer la verdad, el castigo a los culpables y la reparación a las víctimas.

Pero otra vez fueron las palabras de quienes durante sus cautiverios sufrieron todo tipo de vejámenes sexuales las que impulsaron y obligaron a les jueces a reconocer la violencia sexual como parte del dispositivo represivo. Fue en 2010, en Santa Fe en el marco de la causa «Barcos», cuando mujeres víctimas, sin que les fuera preguntado, relataron las agresiones sexuales padecidas durante sus cautiverios. La contundencia de sus relatos obligó al Tribunal a pronunciarse y reconocer que la violencia sexual existió y constituía un crimen de lesa humanidad. Dos meses después, en Mar del Plata, en la causa «Molinas» se reconoció a la violencia sexual como delito autónomo del de tormentos y se advirtió que las mujeres eran especialmente agredidas sexualmente por su condición de mujer. Fue la primera vez que se aplicó la perspectiva de género en los procesos de delitos de lesa humanidad.

Hoy es una verdad indiscutible que la violencia sexual desplegada por el terrorismo de Estado fue masiva y reiterada ya que la mayoría de las víctimas denuncian haber sufrido algún tipo de violencia sexual (violaciones, abusos, amenazas de violación, embarazos y abortos forzados, acoso sexual, esclavitud sexual, esterilización forzada, desnudez forzada), que los agresores pertenecían a las distintas fuerzas involucradas en la represión y a distintas jerarquías.

Los delitos sexuales fueron particularmente crueles, humillantes produciendo severas afectaciones en la integridad de mujeres y varones, siendo en el caso de las mujeres un tipo especial de violencia ligada a su condición de género. Este plus se evidenció en el mayor ensañamiento, en las violaciones diarias y grupales, en los embarazos forzados, en la burla y la humillación hacia todo lo femenino.

En la mayor parte de los casos, la violencia sexual no buscaba más que castigar, humillar, en definitiva, deshumanizar. En el caso de las mujeres se perseguía, además, un castigo disciplinador hacia quienes desde su condición de mujer y compromiso político-social, habían osado desafiar el rol que históricamente les tiene asignada la hegemonía patriarcal.

Este reconocimiento, contribuye a procesos sociales e individuales reparatorios. El proceso de memoria, verdad y justicia, que venimos construyendo desde hace 45 años, se nutrió de este especial reconocimiento y fue posible gracias a la valentía y compromiso de las víctimas, quienes una y otra vez ofrecieron sus relatos, vaya hacia ellxs mi admiración, respeto y eterno agradecimiento.

* Abogada feminista, integrante del Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres (Cladem). Co-autora del libro «Grietas en el Silencio una investigación sobre la violencia sexual en el marco del terrorismo de Estado».

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