VAStardear la fiesta

por Emiliano Blanco*

Después de la resaca pasional que nos provocó la tercer copa del mundo, un tercer brindis histórico burbujeó alegría y se nos escapó algo más que un bailecito y el canto bien aprendido: ¡MUCHACHOS! Enseguida el agite argento obtuvo el coreo que todavía rebota en nuestras cabezas…

El hitazo no discriminó generaciones ni cordones conurbanos, porque saltó las fronteras de las jurisdicciones federales y se animó a nadar los charcos geográficos: la memoria soberana por ‘los pibes de Malvinas’ y el reconocimiento a un Maradona intercesor, cábala indiscutible de una caravana devenida en procesión; atropelló al folclore insultante del último cantito transodiante dedicado al goleador francés Mbappé en medio de un mundial en territorio controversial, que le debe un par de derechos a un sector condenado por el poder en Qatar. Ni hablar de la omisión a la condena de muerte al futbolista iraní Amir Nasr-Azadan por manifestarse a favor de los derechos de las mujeres en su país.

‘Todo lo demás es fútbol’ dicen quienes argumentan sobre este rebrote contagioso ‘pura cepa’. ‘Pero no lo entenderías’, explican también quienes acuerpan el gozoso espíritu festivo y se largan a las calles sin otra necesidad de reconocerse con otrxs y perderse en la marea de gente blanquiceleste que aguarda adeptxs insaciablemente.

¡El argentino no elije donde nacer…! ¡Es!

Y si algo tiene la reciente fiesta, en una corriente estética, es el sentido neobarroco: límite y exceso, desorden y casos, ritmo y repetición, inestabilidad y metamorfosis, detalle y fragmento, nodo y laberinto, complejidad y disolución, ‘más o menos’ y ‘no sé qué’ y distorsión y perversión.

Las volutas glotonas del desparpajo, le hicieron honor a una promesa anterior al mundial que nos debía una orgía masiva para coronar el fin de la pandemia… y el erotismo desfiló entre pieles bien cerca como transpiradas. El rábido sol de diciembre no perdonó feriado y cocinó a fuego agitado la rosca política que esperó en el balcón de ‘La Rosada’ cual ‘Penélope en la estación’, mientras la masa que no paraba de leudar entre el Obelisco y la autopista 25 de Mayo.

Quienes simpatizan con el purismo de la civilización, no pudieron más que aborrecer el desenfreno vandálico, que arremetió el paisajismo contorneante del epicentro, y criticar la barbarie de la estirpe sudaka, grotesca y carnavalera. La vulgaridad efervescente sacrificó sus mejores ‘memes’ al momento de presentar en escena viral los cuerpos dañados por la experimentación de las fuerzas de gravedad y las distancias: las redes sociales televisaron los registros y alimentaron la agenda mediática del cuarto poder antidemocrático.

Por otro lado, desde el aterrizaje hasta el nuevo despegue en helicóptero, poética de una efemérides dolorosa a 21 años de aquel 20 de diciembre del 2001; los campeones estrenaron el acercamiento con un pueblo que canalizaba en su victoria un sentido hondo de pertenencia, como una catarsis ante tanta desolación política y cultural.

Hubo de todo porque la simpatía alrededor del calor que agitaba la sed, el baile, el canto… no pudo con la impunidad y quizás no alcanzó infraestructura alguna para contentar a grupos de un lado o del otro de este binario país, que esperaba la foto parecida al balcón que Maradona hubiera perpetuado si viviera; como así también a la fuerza política que tanto criticó ‘El Diego’ hasta consumirlo, porque el poder no lo tiene quien gobierna, sino quien tiene la plata para pagar las decisiones.

Ese corrimiento A-POLÍTICO de no balconear en ‘La Rosada’ para que tampoco se roben la alegría de un pueblo estafado por la deuda en dólares, un pueblo preso de las ejecuciones judiciales, un pueblo rehén de la inflación un pueblo confundido por una oposición fraudulenta que justifica con violencia un sinfín  a través de políticas públicas, de las que tampoco se hacen cargo, un pueblo sumergido en un mar de descalificaciones por parte de los periodistas de las cooperaciones de la comunicación, empeñados en atacar al sector vulnerable, difamando su forma de organización cual si se tratara de un ganado ‘populista’…

Esa máscara, esa maldita máscara A-POLÍTICA no hizo más que darle hueso a las ‘mascotas del poder’, que ladran desde sus cómodas y disciplinadas cuchas apátridas e internacionalistas, para bastardear lo imperdonable: la fiesta popular de la gente sencilla que no le teme a la ley ni a sus patrones, porque esa revolución de la alegría les espanta el miedo machacador y nos lanza a los mismos caminos que nos guían a nuestros cotidianos y laboriosos trabajos. Imperdonable que nos escuchen cantar en la aglomeración de trenes y colectivos, porque el micrófono en las terminales ya no iban a noticiar fastidio y enojo con otrxs trabajadorxs.

Esa revancha malparida, como bien dicen en mi barrio, ‘bolacear’ a un gobierno eclipsado por la tibieza y pegarle duro a quienes ponen el cuerpo a que la cosa circule y no estalle… se llama COBARDÍA.

¡Lo demás es fútbol! Pero no lo entenderías…

Emiliano Blanco es profesor de Artes en Danzas, mención Danzas Folklóricas (EMBA), mención Expresión Corporal (UNA). Bailarín y performer. Sikuri y canto popular. Desobediente y bastardo.

Foto: Télam

2 comentarios en “VAStardear la fiesta”

  1. Buenísimo Emi!!! Tu pluma sigue creciendo con el empuje de tu sensibilidad y lucidez. Abrazos orgullosos!!!

  2. La fiesta fue una FIESTA y los que siempre tiran para atrás quedaron sumidos en su pobreza de espíritu y su cobardía solo deja entrever a los que ya los conocemos, que no pueden parar aquello que ya es, que pueden ganar un gobierno pero no pueden parar un pueblo que se levanta y eso les dió muchísimo miedo.
    Como dijera el gran Diego “la tienen adentro”
    Un abrazo y gracias por ser la buena gente que son!

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