Los lugares por donde ocurre la vida

por Cristina Sottile

 

Si caminamos por Paseo Colón hacia La Boca, allí donde llegamos a la calle Brasil, vemos la barranca del Parque Lezama. Esta es una de las dos barrancas originales que nos quedan en la Ciudad de Buenos Aires, y en ese lugar empezaba la zona del Río, esa amplísima playa con toscas, de mareas bajas, en las que el Río se perdía en el horizonte, y donde las mujeres lavaban la ropa en la época colonial y aun bastante después.
Pero todavía antes, mucho antes de las construcciones y desembarcos, los pacíficos gliptodontes marcaron con pasos pesados y lentos la arcilla de la ribera. Y mucho después, fue lugar de querandíes, pueblo cazador y pescador, que también dejó su huella en la zona: lugares de acampe, herramientas de caza, todo aquello que deja el ser humano en su paso por el mundo.

En este lugar, dicen, es posible que haya ocurrido la Primera Fundación de Buenos Aires, cuando Mendoza hace tierra en 1536. Garay, en 1580, adjudica tierras, en la primitiva Aldea, con callecitas y manzanas al modo español. La Aldea crece, inmigración y desplazamiento de población originaria mediante, y para mediados del Siglo XIX este lugar, alrededor de “la quinta de los ingleses” (llamada así por la costumbre que tenía su propietario de izar la bandera inglesa), es un lugar de veraneo de los pobladores de Buenos Aires.

Lezama adquiere la propiedad en 1857, su objetivo es construir un palacio con jardines que no tuvieran igual en la Ciudad, y lo hace trayendo profesionales calificados para la tarea e importando materiales, objetos preciosos, esculturas y flora. El resultado es la mansión que hoy es el Museo Histórico Nacional, que estuvo rodeado de uno de los jardines más hermosos que supo tener la ciudad de Buenos Aires. Cuando en 1858 una epidemia de cólera atraviesa la ciudad, aquí funciona un lazareto; y cuando en 1871 sucede la epidemia de fiebre amarilla, se convierte en lugar de refugio y albergue para quienes huyen de los terrenos bajos, imaginando encontrar alguna protección.

En 1896, cuando las ocho hectáreas del Parque Lezama ya pertenecen a la Municipalidad de la Ciudad, el entonces Director de Parques y Paseos, Arq. Thays, diseña el trazado de un jardín soñado, comparable a los que ya había diseñado en los palacios franceses y en París. Incorpora el diseño inglés original y agrega construcciones vinculadas con el uso del Parque, que se piensa como público: un tren para recorrerlo (tal como en el Parque Avellaneda), un tambo (como en el Parque Chacabuco), un teatro al aire libre (como en todos los parques que diseñó), rosedal, restaurante integrado al diseño y un espacio para circo. La reja victoriana que rodeaba el Parque se retira en 1931, y desde entonces permanece abierto al uso sin restricciones horarias.

La Continuidad de los Parques

¿Por qué este relato desde el gliptodonte hasta Thays, y qué tiene que ver con nosotros? Para mostrar, brevemente y teniendo en cuenta solamente algunos hitos históricos, la importancia de los sucesivos y diferentes usos dados al mismo territorio, y la adecuación del mismo a las necesidades humanas.
Tiene que ver con nosotros, porque nuevamente estamos ante un momento de introducción de cambios en el paisaje urbano, y aquí está la diferencia: los cambios antes mencionados fueron planificados sobre la base de necesidades de la población, y producidos colectivamente desde el plano cultural.

La necesidad de la instalación de la primera urbanización y el primer puerto, fueron necesidades desde el reparto de tierras de Garay. La belleza y el disfrute del espacio verde, la expresión artística, ligados a los parques decimonónicos, fueron considerados en todos los diseños de Thays. Y es posible que por este motivo, por el aparente “desorden” del trazado, por la falta de líneas rectas en los senderos (tan acordes con lo que la Naturaleza hace), es posible que por esto, los parques de Thays hayan recibido todas las agresiones posibles desde las gestiones autoritarias, tanto dictatoriales como democráticas. La llamada “arquitectura represiva” de este tipo de gobiernos instaló e instala autopistas, fuentes geométricas de cemento, caminos de cemento, mesas de cemento y rejas, sobre todo rejas. Que poco tienen que ver con el presunto cuidado del parque, sino más bien con la expulsión del ciudadano del espacio público: vigilar y castigar, diría Foucault.
En el Parque Lezama, el uso del lugar excede en mucho al paseo o la lectura bajo los árboles, aunque esto es justamente lo que describe Sábato en su libro “Sobre héroes y tumbas” (1961), sentarse en un banco a la sombra.

En el Parque se festejaron carnavales, fue lugar de candombe del barrio de San Telmo, hubo festejos barriales de fin de año, se festejó la recuperación de la democracia y se llevaron adelante encuentros de Derechos Humanos. Hubo recitales, chicos por la suya cantando con su guitarra, juegos con los chicos de las escuelas, lugar de dibujo para los alumnos de La Belgrano, lugar de encuentro de novios, feria artesanal… Y un lugar donde todavía hoy, a pesar de los destrozos de la Dictadura Cívico Militar y el reciente abandono, se puede subir a mirar hacia Paseo Colón y pensar en cómo habrá sido ver el río desde allí.

La ferviente oposición de los vecinos a la intervención del Parque, que se manifiesta desde 2006 a la fecha, no tiene que ver sólo con la baja calidad material y estética de las rejas, no tiene que ver sólo con los 23 millones que se asegura haber gastado en el Parque. Tampoco tiene que ver con diferentes posiciones político-partidarias, como se pretende minimizar.
Más allá de la ilegalidad del enrejado y de la introducción del cemento sin autorización de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos (en esta categoría se encuadra este Parque desde 1997), tampoco se cuenta con el aval del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, hay un patrimonio arqueológico sin relevar, y la posibilidad del hallazgo de la Primera Fundación de Buenos Aires.
Tampoco el conflicto del Parque Lezama es una compulsa entre Nación y Ciudad, como se pretende simplificar: la legislación en este caso se asemeja a las capas de una cebolla. La legislación de Nación está para proteger y proveer herramientas para proteger todo aquello que pueda no estar contemplado por las legislaciones provinciales y municipales. Pretender cualquier otra cosa, es minimizar la cuestión y banalizarla. A lo que se apunta es a un tratamiento igualitario de los bienes que son patrimonio de todos los argentinos.

El “No a las rejas” por parte de los porteños, repetido en varios parques, tiene que ver con el autoritarismo y la discrecionalidad puestas en juego por la gestión actual, tiene que ver con un “no a la exclusión”, que priva a los barrios y a la Ciudad de un lugar necesitado y utilizado como formador del entramado social local, como hito de identidad, como nodo integrador de barrios. Es por esto la vigilia de los vecinos, es por esto que se roban horas al descanso, a la familia, al recreo: para cuidar el Parque, espacio de propiedad común por excelencia.
Nada de esto hubiese sido necesario si se hubiese pensado en el sentido de la belleza, en el sentido de restaurar lo que la Dictadura había depreciado, como preveía un proyecto de 2008. Las obras llevadas adelante por el autoritarismo están destinadas a ocupar un rol paupérrimo en la historia, para ser luego borradas como signo de violencia urbana. En el Parque Lezama se sigue de guardia: por la belleza y por la Vida.

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