50 años de Artaud

Las habladurías del mundo no pueden atraparnos

por Federico Coguzza

En su obra “Meditaciones sobre el Quijote” de 1914, el filósofo español José Ortega y Gasset escribió: “Yo soy yo y mi circunstancia; y si no la salvo a ella no me salvo yo”. A 50 años de la presentación del disco Artaud en el Teatro Astral, la reflexión vitalista del filósofo español encaja perfectamente en dos direcciones: por un lado, se trata de una obra que, si bien salió bajo el nombre de Pescado Rabioso por un tema contractual, fue compuesta en su totalidad por Luis Alberto Spinetta y forjada al calor del seno familiar de un artista que creía “más en el encuentro de la perfección y la felicidad a través de la supresión del dolor que mediante la locura y el sufrimiento”; y por el otro, porque en las nueve canciones que componen el álbum, quizá uno de los mejores que se han hecho en nuestro país, se materializa una síntesis acabada de la obra del artista: el impulso natural como instinto de transformación.

La obra: el hombre y sus circunstancias
En el libro “Spinetta. Crónica e iluminaciones” de Eduardo Berti, Spinetta afirma: “Antes que nada te quiero aclarar que yo le dediqué ese disco a Antonin Artaud (poeta, ensayista, novelista y dramaturgo francés), pero en ningún momento tomé sus obras como punto de partida. El disco fue una respuesta al sufrimiento que te acarrea leer sus obras”. Influenciado por la lectura, centralmente de Heliogábalo, el anarquista coronado y Van Gogh, el suicidado por la sociedad, Spinetta edificó su obra como un antídoto contra la desesperación. Una desesperación que no escapaba del contexto social en el que se hallaba inmersa: “Si yo no hubiera aprendido a escapar de ésa y ubicarme en mi país, no estarías conmigo en este momento. Spinetta sería apenas un nombre en una chapita de bronce, chorreada de caca, en la inmensidad de un cementerio”, declaraba Spinetta en un reportaje publicado en El Periodista de Buenos Aires el 30 de febrero de 1986.

Por esos años, la liberación funcionaba como una meta. Como el elemento por el cual luchar para lograr romper con las ataduras de un sistema y una sociedad alienantes. En ese contexto, el álbum Artaud puede leerse como una respuesta al nihilismo y al dolor de la obra del poeta francés. Un disco donde el amor es transformación personal y comprensión del otro, un acto de rebeldía que implicaba despojarse de todo, incluso de las palabras que “nunca son lo mejor para estar desnudos”.

Un objeto de culto con canciones maravillosas
La idea de Spinetta era romper con todo, despojarse de aquello que lo aprisionaba. En esa línea, la tapa de Artaud, el diseño de su packaging, creado por el artista Juan Gatti, no es más (ni menos) que un intenso anhelo de ruptura y libertad. Un objeto incómodo nacido de la disconformidad. Poco importaba si no entraba en las bateas, por no respetar los cánones de la cuadratura, y si ello se traducía en pocas ventas. Lo que primaba justamente era no encajar. Dejar en claro que lo que se perseguía, de alguna forma, era algo nuevo.

Sin embargo, ningún objeto se vuelve de culto solamente por su presentación, sino, más bien, por su contenido. Y en Artaud, las canciones no dejan fibra por tocar. Desde la iniciática “Todas las hojas son del viento” pasando por la surrealista “Por”, hasta “Cantata de Puentes amarillos”, “Bajan” y “Cementerio Club”, la experiencia es maravillosa y vital.

El vitalismo propio de Ortega y Gasset es la reflexión racional frente a una circunstancia particular que constituye el vivir: recuperar la vida para la razón y la razón para la vida. Artaud, de Spinetta, late bajo esa impronta hace 50 años y goza de muy buena salud.

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