Villas de CABA: Entre el olvido y el marketing político

por Fernanda Miguel

En el discurso de apertura de las Sesiones Ordinarias de la Legislatura porteña, Horacio Rodríguez Larreta afirmó que durante su gestión se llevó adelante “el proceso de integración de barrios populares más ambicioso de la historia del país”. ¿Pero qué es lo que pasa realmente en estos barrios? ¿Cuál es la urbanización que tanto pregona? ¿Se olvidó de la pandemia?

En n la Villa 21-24 abundan los “riesgos” y la falta de absolutamente todo. La Villa de Barracas está muy cerca del enorme y moderno edificio que tiene como sede el Gobierno de la Ciudad en Parque Patricios; pero, aún así, el Sur sigue en el olvido, muy alejado del marketing que promueve el oficialismo porteño.

En la Villa de Barracas, una de las más pobladas de la  Ciudad, con más de 70 mil habitantes, existe un severo riesgo eléctrico por la gran cantidad de conexiones a cielo abierto que hay. Lo que representa un peligro latente. Tampoco cuenta con presión de agua o directamente este servicio es inexistente.

Situación que obliga a los vecinos y vecinas a levantarse a la madrugada para realizar algunos quehaceres diarios o bien para poder bañarse. Esto se vio reflejado en el Cesac 8 (uno de los cuatro Centros de Salud de Atención primaria del barrio), que durante casi todo el verano, y en particular los días más tórridos, estuvo prácticamente sin suministro, esto llevo a que la salita tuviera que cerrar en varias ocasiones y, por ende, derivar los pacientes a los otros Cesac o al hospital Penna. Demás está decir que todos estos lugares estaban desbordados.

Juan Calvetti, jefe del Cesac 8, comenta que tienen sólo seis consultorios de atención. “Con eso no nos alcanza para atender toda la demanda. Acá en el barrio hay cuatro Centros de Salud. Algunos tienen varios consultorios pero les faltan profesionales. Hay otros, como el nuestro, donde no sobran los profesionales pero nos faltan consultorios para atender”.

¿Salud mental? Bien, gracias
Pese a la Ley de Salud Mental y a las buenas intenciones de algunos profesionales, el acceso a esta especialidad únicamente es para quienes pueden pagarla. La medicación y las consultas psicológicas o psiquiátricas representan un gasto que no todos  pueden afrontar. Este problema se multiplica en las villas.
En la Villa 21-24 la crisis se acentuó durante y después de la pandemia.
Al respecto, Calvetti relata: “El problema de la salud mental es gravísimo en todos lados, nosotros casi no tenemos posibilidades de derivar a psiquiatría. Hay muy pocos psiquiatras, y los psicólogos son insuficientes, esa es otra problemática importante”.

En el mes de marzo el diario La Nación hizo una nota donde los profesionales que trabajan en el barrio cuentan que están colapsados -ya que tienen sólo cinco psicólogos- y hay personas en lista de espera de hasta seis meses, con problemas del aquí y ahora. Uno de los puntos claves son los adolescentes, quienes registran una tasa de suicidio mayor. La espera para los casos graves es de tres meses, mientras que los moderados llegan a los seis.
Para paliar esta problemática, diversas organizaciones están realizando dispositivos de ayuda psicológica a través de espacios grupales e individuales, pero aún así no alcanza, y en muchos casos las personas directamente no preguntan por un turno porque saben de antemano que tendrán mucha espera. Este grave problema carece de propuestas de políticas públicas.

Lo que la pandemia dejó
Nos pedían que nos quedáramos en casa y que nos laváramos las manos varias veces al día. Algo absolutamente inaplicable en las villas. Allí, sí las personas no salían a trabajar nadie comía.

Agua para higienizarse no había. Distanciamiento social tampoco. Los grupos familiares son enormes y en cada casa suele haber un solo baño imposible de limpiar ante la falta de agua, de manera que los contagios se multiplicaban.

Al principio el Gobierno de la Ciudad intentó hacer una especie de ghetto en cada villa, directamente le pedía a los vecinos y vecinas que no salieran de sus casas. Esta medida  duró muy poco tiempo, por la propia necesidad de trabajar para poder comer que tiene cada familia. Por otra parte, quienes iban perdiendo su trabajo, tampoco podían alimentarse adecuadamente. A los comedores populares les bajaban escasas partidas de provisiones y, al no tener agua para la higiene, los contagios se multiplicaron.

Los primeros muertos por Covid comenzaron a hacerse públicos con Ramona Medina de la Villa 31 como la cara visible de lo que estaba pasando. En ese mismo barrio también perdió la vida Gladys Argañaraz, una referente histórica por su gran trabajo en el comedor Comunidad Organizada. Los nombres se fueron sumando en la triste lista de los barrios vulnerables. En la Villa 21-24 no fue distinto, pero allí los propios vecinos tomaron la iniciativa de comprar insumos, y con trajes, máscaras y químicos salieron a desinfectar pasillo por pasillo, cuidándose mutuamente. Así y todo cada muerte la recibieron como una bofetada. La vida en las villas es de comunidad y todos se conocen desde niños, por lo que ningún fallecido resultaba un número más. También comentan que desde los Cesac el trabajo de médicos y otros profesionales de la salud fue clave en ese contexto de tanta vulnerabilidad e incertidumbre.

Juan Calvetti relata que durante la pandemia no tenían un horario fijo de trabajo: “había llamadas, mensajes, etc.,  que se hacían en cualquier momento porque las personas atravesaban la pandemia aterrorizadas por el inmenso desconocimiento de lo que estaba pasando. Algo obvio, porque si bien los profesionales teníamos un poco más de información, tampoco sabíamos qué pasaría con el correr de los días. Inevitablemente algunas acciones fueron improvisadas porque no sabíamos cómo actuar. Después fuimos entendiendo que algunas cosas eran innecesarias.

Lo cierto es que tratamos de sostener un determinado servicio y eso tuvo un costo; de hecho hubo muchas renuncias de profesionales de la salud, no sólo acá, en el sector privado también”.

El sentido de comunidad
Cuando el Estado falla, las personas se organizan y tejen sus propias redes para hacer mejorar la propia calidad de vida y la de los vecinos y vecinas del barrio. Muchas veces en las villas las organizaciones sociales cumplen un rol fundamental. Sus intervenciones, a veces, logran paliar algunas necesidades básicas. El sentido de comunidad se vuelve muy útil en una ciudad expulsiva, cuyos gobernantes no ofrecen soluciones a las necesidades básicas, vulnerando así los derechos ciudadanos y reduciendo drásticamente el presupuesto destinado a la urbanización, como lo viene haciendo el Ejecutivo porteño.

¿Se pasará del discurso a la acción alguna vez? Por el momento  lo único que se vislumbra es el propósito de que siga creciendo el negocio inmobiliario, construyendo lujosas viviendas ociosas, mientras la calidad de vida de las personas que habitan las villas se deteriora cada día más.

Fotos: Télam

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