60 años del Teatro San Martín

Esa enorme pared de cristal que emerge en la avenida Corrientes al 1500, alarde arquitectónico de la ciudad, es el Teatro San Martín cumplió el 25 de mayo 60 años de su inauguración, y guarda, fuera de los datos técnicos y burocráticos, una fábrica de sueños que ni las peores penurias políticas del país pudieron entorpecer.

Se abrió simbólicamente como Teatro Municipal General San Martín (TGSM) en esa fecha patria de 1960, durante la presidencia de Arturo Frondizi, aún sin terminar y con un año por delante para entrar en funciones, y su prehistoria contiene jugosos acontecimientos en los que entran el arte, la política y hasta el azar.

Esa cuadra de la vereda impar de Corrientes parecía predestinada: en diciembre de 1936 el pionero de la escena independiente Leónidas Barletta recibió de la Municipalidad la sala Nuevo Teatro, que databa de 1911 con una concesión de 25 años para su Teatro del Pueblo -que había vagado por distintas sedes-, pero el golpe de Estado de 1943 se lo arrebató por cuestiones ideológicas.

El lugar pasó a llamarse Teatro Municipal de Buenos Aires y estaba destinado a la divulgación de obras argentinas, hasta que en 1950, en homenaje al centenario de la muerte del Padre de la Patria fue bautizado Teatro General San Martín; sin embargo, el gobierno peronista de entonces quería algo mayor: un edificio monumental que, en medio de la manzana y en el centro neurálgico del espectáculo porteño, estuviera rodeado de un gran espacio verde.

No sucedió, pero todos los edificios de la manzana constituida por las calles Paraná, Corrientes, Montevideo y Sarmiento iban a caer bajo la piqueta.

Comenzó a erigirse en 1954 sobre planos de los arquitectos Mario Roberto Álvarez y Macedonio Ruiz, con gran repercusión en la prensa de la época y no poco escepticismo en la oposición.

El golpe de 1955 demoró la construcción, a la que se veía como símbolo del gobierno depuesto y su megalomanía -en Parque Centenario el peronismo había levantado un teatro de verano para ¡10.000! almas-, hasta que en 1960 los 30.000 metros cuadrados de edificación, con trece pisos y cuatro subsuelos fueron mostrados a autoridades y público, aunque en forma simbólica.

Hubo que esperar un año para que subiera el telón sobre «Numancia», de Miguel de Cervantes, con el elenco de la Comedia Cordobesa dirigido por Jorge Petraglia, el primero de los casi 1.500 espectáculos que desde entonces pusieron de manifiesto las virtudes técnicas de sus salas, equipadas con maquinarias de última generación -con la suma actual de los prodigios digitales- y que son el sueño y el orgullo de numerosos creadores.

En ese edificio funcional y cuya imponencia no pasa de moda funcionan tres salas teatrales y una de cine -Leopoldo Lugones, en el piso 10-: la mayor, Martín Coronado, alberga 1.049 espectadores en dos plantas y su escenario tiene una tecnología que compite con los grandes teatros del mundo: todo lo que pretenda un director en cuanto a plataformas móviles, trampas, segmentos giratorios, telones levadizos, luminotecnia, sonido y efectos de cualquier índole, allí es posible.

Está suspendida sobre «patas» que se observan dentro del amplio hall de entrada, ahora llamado Alfredo Alcón y antes Carlos Morell, del que sirve como techo, para albergar un espacio para intervenciones artísticas, una confitería, una fotogalería, la famosa boletería agregada a último momento -porque en los planos de Álvarez había sido olvidada- y el acceso a los baños públicos, que de acuerdo a algún directivo «son los más visitados de Buenos Aires», aun cuando no hay función.

La sala Casacuberta, para 566 espectadores, no tiene tantas posibilidades técnicas pero es una de las más gratas de la Argentina; tramada como un abanico con centro en el escenario y con un declive notorio, suele sorprender, según las puestas, con la subida o bajada de un proscenio que tanto puede ser foso de orquesta como tablado adicional.

La menor y última en inaugurarse (1979), Cunill Cabanellas, está ubicada en un subsuelo y es un gran cuadrado con sus 200 butacas disponibles a gusto de puestistas y escenógrafos; suele ser utilizada para espectáculos experimentales y es raro que algún espectador salga desairado de lo que ha visto en ella.

Por esos escenarios pasaron grandes figuras de la escena nacional y también internacional.

Con habituales visitas de elencos extranjeros, el San Martín albergó a Tadeusz Kantor con sus formidables «Wielopole, Wielopole» y «¡Que revienten los artistas!», el Théâtre National de la Colline (Francia) dirigido por Jorge Lavelli, Salvador Távora y La Cuadra de Sevilla (España), Pina Bausch (Alemania), la Escuela Hosho de Teatro Noh (Japón), los elencos de El Galpón y Teatro Circular de Montevideo (Uruguay), Denise Stoklos (Brasil), Dario Fo y Franca Rame (Italia), el Teatro Máximo Gorki de Leningrado (entonces URSS), el Teatro Rustaveli (Georgia), Núria Espert (España), Denise Stoklos (Brasil), Piccolo Teatro di Milano (Italia), el Shakespeare Globe Theatre (Inglaterra), la Comédie Française (Francia), Mummenschanz (Suiza), el grupo Rajatabla (Venezuela), la compañía de Philippe Genty (Francia).

El Teatro tuvo su elenco estable, como los grandes teatros comunales del mundo, pero fue despanzurrado durante los 80, y mantiene en cambio su Ballet Contemporáneo, dirigido en la actualidad por Andrea Chinetti, y el Grupo de Titiriteros, comandado por Adelaida Mangani, viuda de Ariel Bufano, su creador en 1977.

El San Martín tuvo varios directores artísticos emblemáticos: entre ellos Kive Staiff, fallecido en 2018, que estuvo a cargo entre los períodos 1971-1973, 1976-1989 y 1998-2010; bajo su política cultural el Teatro quintuplicó el número de espectadores y se convirtió en uno de los polos culturales del país.

En la actualidad comanda este complejo el ex intendente (provisorio) porteño, ex secretario de cultura del gobernador de la provincia de Buenos Aires Daniel Scioli  y ahora acólito de Horacio Rodriguez Larreta, el inefable Jorge Télerman.

 

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