A 10 años de la tragedia de Once

sobrevivientes y familiares reclaman Justicia

por Clara Olmos

Familiares de las víctimas de la tragedia de Once expresaron que «tanto dolor» por las vidas perdidas debe honrarse a través del compromiso de garantizar un transporte público «digno» para que «no vuelva a suceder», al cumplirse el martes próximo una década del siniestro ferroviario que dejó 51 muertos y casi 800 heridos.

El 22 de febrero de 2012 a las 8.33 de la mañana, el tren Chapa 16 de la línea Sarmiento, que circulaba desde el oeste del conurbano bonaerense, chocó contra los paragolpes de contención de la plataforma 2 de la estación de Once, en el barrio porteño de Balvanera.

A una década del siniestro, familiares de las víctimas se reunieron en el escenario de la tragedia y coincidieron en que el mayor homenaje a las vidas perdidas es «no olvidarlas» para que «no vuelva a suceder».

«Pesan los 10 años, hoy mi hijo tendría 42 años y no tener su compañía, sobrellevarlo es pesado», expresó Juan Frumento, el padre de Leonel, un hombre de 32 años que, como tantos otros, esa mañana había tomado el tren para ir a trabajar.

Frente al andén 2 de la estación de Once, Juan aseveró que «la pérdida de mi hijo es irreparable», y que lo único «que podemos enmendar es lo que viene, que no ocurra lo mismo».

A su hijo y a todas las personas que perdieron la vida, aseguró, las siente «como mártires», cuyo sacrificio «tendría que tener algún significado, el que yo le encuentro es que el transporte sea digno».

Este siniestro indubitablemente fue un quiebre, una bisagra en el transporte, consideró por su parte Paolo Menghini, el padre de Lucas, el joven de 19 años que fue hallado 60 horas después del choque. «Como resultado de las muertes existió una manera distinta de mirar la calidad de los servicios, de eso estoy absolutamente convencido», señaló y aseguró que «la tragedia de Once está en el inconsciente colectivo del país».

Que los pasajeros cuiden y valoren las unidades es un gran homenaje a quienes se fueron y a nuestra lucha, consideró Menghini y, acerca de las muestras de afecto que constantemente reciben de la sociedad, agregó: «Que a 10 años eso siga sucediendo significa que no sólo no se olvidaron las vidas perdidas sino que se valora todo lo que hicimos para que no vuelva a suceder».

La de ellos nunca fue una lucha motivada por «el odio ni la venganza», sino por la búsqueda de «obtener justicia por nuestros familiares que murieron», la cual llegó tras los juicios conocidos como Once I y II, iniciados en 2014 y 2017 respectivamente.

«Nunca dejamos de sentirnos acompañados por la sociedad, desde el primer momento hasta hoy», señaló el padre de Lucas, a la vez que reflexionó que el tiempo «ayuda a convivir con el dolor pero no cierra las heridas».

El sentimiento es compartido por Ángel Cerricchio, el papá de Matías -de 33 años- y el suegro de Natalia Benítez, una pareja de recién casados que había tomado el tren en esa mañana que no se va a borrar nunca de mi vida, aseguró. «Salí desesperado a buscarlo por hospitales, con mi señora y mis hijos pero no lo encontraba. A medida que pasábamos los hospitales era más la desesperación, pero no me resignaba», relató sobre las horas previas a conocer la noticia que cambió la vida de toda su familia.

«Desdichadamente el 22 de febrero es el cumpleaños de la mamá de Matías. Cuando ellos se fueron de casa, Matías le dijo: ‘dejo la torta en la heladera y cuando vuelvo festejamos’. Nunca más pudo festejar un cumpleaños la madre», contó.

A Gloria Machicao «la bronca y la impotencia» aún la atormenta a cada momento desde el día en que su sobrina, Micaela Cabrera, una joven estudiante de enfermería se tomó el tren Sarmiento para rendir un examen y «ya no regresó», recordó sumida en la angustia. «Son 10 años pero para mi es como si hubiese pasado ayer», reflexionó la tía, quien se encargó de criar a los hijos de Micaela que tenían 5 y 8 años cuando sucedió.

«Ella era una chica alegre, tenía un futuro por delante, quería salir profesional. Era buena madre, buena hija. Nos hace mucha falta», expresó aferrada a la foto de Micaela que lleva impresa en un cartel.

Sobre el nombre de Nayda Tatiana Lezano registrado en el Memorial de los Corazones, en el andén 1 de la estación, se frena y posa los ojos su esposo, Edwin Ojeda, y mirando hacia el cielo se hace la señal de la cruz.

Esa mañana, Ojeda perdió a su esposa y la mamá de sus tres hijas, quien había tomado el tren para ir al consulado de Bolivia donde trabajaba como abogada, y también a Uma, de quien Nayda estaba embarazada de seis meses.

«Estos 10 años para mí fueron muy difíciles, porque tuve que dejar de trabajar para poder hacerme cargo de los chicos», dijo Ojeda, quien pidió que el Estado «ayude a todos los familiares» mediante una reparación económica a familiares de las víctimas fatales y sobrevivientes de Once.

Ojeda cuestionó «la completa desolación» por parte de todos los gobiernos que pasaron, tanto a nivel nacional como en la Ciudad de Buenos Aires.

Leonardo Sarmiento, que quedó atrapado durante cuatro horas entre fierros y personas vivas y fallecidas, expresó que los recuerdos «dolorosos» aún lo atormentan «todos los días».

Ese día, como todos los anteriores, Leonardo (40) había tomado el tren de la línea Sarmiento desde El Palomar, apremiado por llegar a una changa de plomería que tenía en el centro porteño. Para ganar tiempo, se había acercado al primer vagón del Chapa 16 cuando éste chocó, ese 22 de febrero de 2012, contra los paragolpes de contención de la plataforma 2 de la estación de Once.

Por el impacto, el segundo vagón se encimó y tragó parte del primero y los pasajeros, entre ellos Leonardo, salieron despedidos de un lado al otro del tren. A partir de ese momento, él se convirtió en una imagen que resumiría el horror de la tragedia. De la cintura para arriba, su torso se asomaba por una de las ventanillas; de su cintura hasta los pies, su cuerpo permanecía inmóvil atrapado entre los fierros del ferroviario y pasajeros vivos y muertos.

«Estuve casi cuatro horas atrapado esperando que me saquen y fue bastante doloroso por todas las cosas que vi, los fallecidos, la gente que pedía auxilio, que todavía hoy lo tengo en mi cabeza».

Tras permanecer unos minutos inconsciente, Leonardo despertó y se encontró con los rostros horrorizados de las personas que acudían en auxilio de las víctimas, mientras que cada vez más cámaras y micrófonos se ubicaban frente a él para registrar el siniestro.

«A medida que pasaba el tiempo y sentía más dolor le pedía a Dios que me lleve o que me saquen rápido, no aguantaba el dolor de estar ahí aprisionado sin poder moverme», contó Leonardo, a quien aún hoy todavía lo aquejan los dolores en sus piernas y en su columna. Su diagnóstico era estremecedor: aplastamiento del ciático, fractura de pelvis y tobillo, rotura de ligamentos y pérdida de la oreja derecha, una herida que cada día le recuerda aquel siniestro que le cambió la vida.

Casado con una novia de la adolescencia y papá de un niño de 5 años, Leonardo aseguró que después de ese día le da «mucho más valor a la vida» y que si todavía continúa la lucha, es para que «esto que nos pasó a nosotros no le pase nunca más a nadie».

«Para mí no pasaron los años, yo lo recuerdo todos los días. Pero hoy sigo adelante por mi hijo, por mi familia y mis amigos», contó.

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