Almamate: veinte años de construcción teatral comunitaria

por Maia Kiszkiewicz

2002: calles, plazas, murgas, asambleas. Personas con ganas de transformar y producir. Entre ellas, Alejandro Schaab, parte de quienes convocaron a la primera reunión para conformar un grupo de teatro de vecinos y vecinas en Flores. Así fue como la fría tarde del 6 de julio se reunieron cincuenta subjetividades en la Plaza de los Periodistas, ubicada en la confluencia de la Avenida Nazca y las calles Páez, Terrada y Neuquén. “En ese momento el lugar era la calle”, dice Alejandro, que fue el director de la parte teatral de la murga de la plaza y ahora lo es de Almamate, grupo de teatro comunitario que, tras veinte años, se continúa juntando en su lugar de origen, los sábados de 15:30 a 19:30. El equipo también cuenta con una orquesta, que se agrupa de 11:00 a 13:00. “Nuestra convocatoria es permanente. Nos interesa que la gente entienda que hablar de lo que a uno le pasa como grupo, es transformador. Y resulta importante hacerlo sin productores en el medio, sin mentiras baratas. Para mentir, hay que mentir caro. Y el que miente caro es el teatro. Crea su propia ficción. Somos creadores de ficción. Y eso es vital”, dice Alejandro.
La celebración por los veinte años será una tarde de primavera, para aprovechar el calor en la plaza. Apenas esté confirmada la fecha lo anunciarán en su Instagram, @almamatedeflores. Pero, antes, el 24 de septiembre, Almamate estrenó su quinta obra. “Habla sobre el tiempo. Hay tres viejas que están en un geriátrico. Tienen una rutina, pero logran salir. Y la puesta en escena es en unas mecedoras atadas a los árboles con unas lanas. Nosotros trabajamos mucho con la plaza. Es nuestro escenario. El color predominante suele ser el verde”, explica Alejandro.

¿Qué necesidad hizo que, en 2002, sucedieran los primeros ensayos?

Se ve que era el momento exacto. Funcionó. Y así pasó nuestra vida. Han habido hijos, separaciones, matrimonios, gente que se mudó. Una de las características del teatro comunitario es que es móvil. Se nos acaba de ir una chica, por ejemplo, que consiguió un trabajo que incluye los sábados. Se despidió llorando y todo, pero no tenía otra opción. Esa realidad no cambió. Incluso ahora es peor que en 2001. Hay menos posibilidades de contener gente por temas económicos. La persona que tiene que trabajar un sábado, el día que nos juntamos en Almamate, tiene que trabajar un sábado y punto.

¿Por qué les resulta importante actuar en una plaza?

El espacio público es un territorio hostil para la cultura. No desde el barrio, que nos quiere y nosotros queremos mucho. El espacio público. Por ejemplo, hace poco estábamos ensayando y se prendieron los riegos automáticos. Nos bañaron a todos. Duró 7 minutos. O cuando cumplimos 15 años nos cerraron la plaza. Los del Gobierno de la Ciudad rompen veredas, hacen veredas, rompen, hacen. Y en un momento estaban haciendo algo en la plaza y la cerraron. Nosotros fuimos a avisar qué día cumplíamos 15 años y nos prometieron que una semana antes iba a estar lista para que festejemos ahí. Pero cuando llegó el día, no la pudimos utilizar. Entonces cortamos medio Nazca, en las afueras de la plaza, fue un éxito total. Pero la hostilidad es permanente.
Y la decisión política de estar en la plaza, además de mostrar lo que hacemos, tiene que ver con que la gente que está ahí se acerque y se sume.

La convocatoria está siempre abierta, ¿cómo se incorpora alguien cuando ya están trabajando en un proyecto?

Todas nuestras obras están pensadas para que haya un lugar en el que pueda participar la persona que viene hace uno o dos meses. Siempre es en partes muy grupales, la idea no es exponer. Que ingresen, que sepan que pueden. Cada persona puede más en algo determinado, no todos somos iguales. Pero juntos podemos un montón.
Y nuestra idea es que el grupo se mueva. Los que vienen siempre traen cosas nuevas. No es mucho lo que tenemos para enseñar, es más lo que tenemos para aprender.
Por ejemplo, hace un tiempo llegó un chico de 14 años que es un músico extraordinario. Entonces, cuando el director no está dirige las voces. Y hay muchos que cuando los conocemos dicen que no saben hacer nada. Eso no existe. Nosotros creemos que todos pueden hacer cosas.

Todo es importante para hacer una obra.

Totalmente. Un grupo es un grupo. Todas las cosas que se puedan hacer, sirven. Sin esas patas, ese sostén, no se puede crear la totalidad. El que quiere, viene a la plaza y se suma a la construcción colectiva y grupal. La búsqueda es que sea un espacio en el que no se compita, se colabore. Yo, por ejemplo, dirijo y no juzgo. Ya nos juzgan demasiado desde afuera. Así que tratamos de tener una lógica diferente. Y hay personas que estuvieron cuatro años sin hablar y ahora dirigen. Otras que nunca habían tomado un mate en grupo. Trabajamos desde la confianza. Eso es un montón, cambia la mirada. Después salimos y vamos a los sopapos. Pero hay cosas que se transforman de a poco. Lo solidario. Hay gente que entra y es muy individualista, y tres años después se ve el cambio. Y en adolescentes, tener un grupo que contenga es invalorable.
Nuestro grupo es muy heterogéneo en edades. Va desde 83 a 6. Hay una nena que ahora participa, que sus papás se casaron en el grupo, se fueron, y ella pidió volver. Mi asistente de dirección tiene 23 años, y empezó con 3. Esas cosas, esas construcciones, marcan para siempre. Sobre todo a los chicos y adolescentes.

¿Cómo se relaciona lo que hacen en Almamate con la identidad barrial?

Los grupos de teatro comunitario, en general, una de las características que tienen es que son territoriales. No competitivos, pero sí territoriales. Eso da identidad. Porque básicamente se trata de escuchar y ver qué pasa, tratar de comprender por dónde va el lugar en el que estamos. Nuestras obras son de Flores. No porque profundicemos en eso, sino que de alguna manera hay referencias. El aroma a Flores no nos lo podemos sacar de encima.

Ustedes alquilan un espacio que usan, principalmente, para guardar los materiales de Almamate. Estaban con complicaciones económicas, ¿cómo sigue esa situación?

Tan mal como antes. Pero generamos algunas estrategias, alternativas no teatrales que nos dan cosas para bancar, sobre todo el alquiler. Hicimos alguna varieté, tenemos un taller de zamba, a veces alguien del grupo quiere usar el espacio para hacer un evento o cumpleaños y se lo alquilamos muy barato. Somos muy colaborativos. Una de las ventajas que tiene un grupo de teatro comunitario es la cantidad y eso hace que haya más propuestas para resolver. Pero es difícil.

Hay un interés cultural y social en un grupo de teatro comunitario. ¿Tienen algún tipo de apoyo o subsidio?

No. La Ciudad de Buenos Aires tiene una ley específica para Teatro Comunitario. Si uno presenta un proyecto, la ley tiene fondos para eso. Y toda vez que se abren los concursos, nos presentamos. También cuando hay posibilidad de tener mecenazgo. Hay alternativas. Pero nunca se sabe qué cantidad de plata nos otorgan y no son suficientes para pagar los sueldos de la gente que necesitamos que se quede trabajando en Almamate. Para eso hay que inventar nuevas cosas.

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