Arte por un plato de comida

por Diego Mudano

Pocos artistas pueden dar cuenta de una producción tan prolífica como la de Vicente Walter (1940-2004), albañil, muralista y escultor que solía esculpir relieves en cemento a cambio de un plato de comida y dejó un legado artístico invaluable de más de 400 frisos que custodian los populares caminos aledaños al Riachuelo y que convierten al barrio de La Boca en una meca del arte popular callejero vinculado a los inmigrantes italianos, mayormente genoveses, los «xeneizes».

“Vicente trabajaba por encargo, por pedido, y la verdad que las obras eran maravillosas, de una técnica absolutamente singular, nunca vista”, relata a Télam, Omar Gasparini, un artista plástico y vecino del barrio, que conoció a Vicente y lo describe como una persona solitaria, simple e introvertida, de pocas palabras, reflexivo y muy querido por quienes compartían con él algún rato en la cantina “Los Amigos”, en Olavarría y Necochea, donde era habitué.

Además del talento que desplegaba en las paredes, lo curioso en el caso del artista eran sus herramientas de trabajo. Fiel al oficio de la albañilería y condicionado por una realidad económica que lo atravesaba, usaba como instrumento aquello que tenía más a mano, esos utensilios que lo acompañaban en la cotidianeidad y que estaban al alcance de su bolsillo: el canto de un tenedor, una espátula y un balde donde producía la mezcla que le servía para, una vez subido al andamio, comenzar con su arte.

“Yo me pasaba horas mirándolo, completamente absorto, viendo cómo plasmaba casi de memoria a la tercera dimensión, la tenía incorporada. Una cosa es dibujar algo en el plano, que es chato, pero otra cosa es llevarlo a que tenga alto, largo y profundidad”, recuerda Gasparini.

Foto: Raúl Ferrari/mcl/Télam

Una bohemia que lo cautivó para siempre

Vicente Walter vivía en Mataderos, pero no contento con su barrio, partió hacia La Boca atraído por la bohemia característica de una zona que representa el paisaje urbano de antaño. Allí conoció amigos que supieron contenerlo como persona y como artista. Walter llevó consigo la impronta de un artista emergente que estaba decidido a recuperar los valores del maestro Quinquela Martín, mostrándolos desde su particular mirada.

Se enamoró de los puertos, se identificó con los marinos, los navegantes y las mujeres que vendían su mercadería, que trabajaban a orillas del río y que terminaron de encantar al artista, que se encargó de eternizar en sus obras la identidad de un barrio que hoy lucha por el mantenimiento de sus grabados.

De perfil popular, alejado de los límites de la academia y por convicción autodidacta, Walter jamás monetizó sus obras. Quienes lo conocieron relatan que todos los trabajos que realizaba los ofrecía a cambio de un plato de comida para él y sus 18 gatos. Su perfil ideológico y su postura política siempre lo empujaron a hacer arte era en la calle: no concebía que alguien tuviera que pagar para ver sus grabados, quería que todos los trabajos estén expuestos al público.

Maggi Persincola, quien se define como “artivista” de La Boca cuenta: “Vicente era un anti-sistema, no tenía acceso ni le interesaba que su obra fuese reconocida por la academia ni por los poderes hegemónicos y artísticos del momento” y, según relata, no estaba interesado en darle un valor económico a sus obras. Vicente “no transaba» y eso no le permitía entrar en las leyes del mercado.

“Su obra no se podía vender, estaba pegada a una pared, él le ponía un valor material a su trabajo, no a la obra, por eso lo cambiaba por comida, cultivaba el trueque”, enfatiza Persincola, y aclara que eso no permitió que sea lo suficientemente reconocido.

Los estragos del tiempo y la falta de regulación normativa impactaron negativamente sobre el estado de conservación de las obras de Walter (1940-2004), algunas de ellas concretadas en el interior de algunas cantinas, bodegones y hasta incluso en una casa de velatorios de la zona. Las piezas -unas 400- fueron concretadas entre los años 70 y 90.

Foto: Raúl Ferrari/mcl/Télam

Surgimiento del colectivo «Vicente Walter Presente» y la gestión de Acumar

Una tarde, Persincola supo de una posible demolición de una de las cantinas que contiene a la obra más imponente de Walter, la antigua «Barca de Bachicha». Frente a esto, no dudó, y rápidamente tomó la iniciativa de divulgar entre vecinos del barrio y algunos artistas la triste noticia. Les propuso encontrarse en la Plaza de los Suspiros (Magallanes al 800), en el mes de septiembre. Un grupo de siete personas decidió entonces, y después de varias reuniones, darle vida al colectivo “Vicente Walter Presente”.

La iniciativa tiene una noble misión: que todos los relieves bajos y altos trabajados en cemento de Vicente Walter sean reconocidos por la Legislatura de la Ciudad como Patrimonio Cultural para la preservación y señalización. Si bien algunas de las 400 obras están deterioradas por el paso del tiempo, todavía pueden ser recuperadas. De esta manera, se evitarían vandalizaciones, se protegerían ante una posible desaparición del lugar físico que las contiene y estarían sujetas a un proceso de restauración y manutención del cual carece actualmente.

Para ello, el 20 de abril del 2021 se dio inicio a una audiencia pública donde expusieron los vecinos y artistas a favor del proyecto de ley impulsado por iniciativa del colectivo para que la Legislatura de la Ciudad asuma la responsabilidad de preservarlo, catalogarlo y difundirlo.

La medida de reconocimiento de las obras puesta en agenda por los vecinos, estuvo acompañada por la Coordinación de Cultura y Patrimonio de Acumar (Autoridad de la Cuenca Matanza Riachuelo), encabezada por Lorena Suárez, quien también expuso sus argumentos en la audiencia pública sobre la importancia del proyecto de ley.

El área específica está bajo la dirección de Fortalecimiento Comunitario y Promoción del Desarrollo y se encarga de abastecer de cultura al barrio que linda con la Cuenca Matanza. En este sentido, Suárez detalla que “es una falsa dicotomía pensar el rol desde el binomio saneamiento o cultura” y refuerza la idea de que “la transformación de ciertos hábitos, la revalorización de todas las expresiones culturales y las miradas respecto del río van de la mano del saneamiento, es una contribución”.

Foto: Raúl Ferrari/mcl/Télam

La esperanza de una generación a la espera de la ley

El proyecto de ley consta de seis artículos que una vez aprobados permitirán comenzar con la protección del patrimonio cultural. A su lado, la custodia de una larga lista de fundamentos que pregonan la calidad de los murales de Walter, que enfatizan el vínculo entre el artista y la identidad cultural del barrio.

Por último, existe una ley -la N° 1227- que establece pautas para “la investigación, preservación, salvaguarda, protección, restauración, promoción, acrecentamiento y transmisión a las generaciones futuras del patrimonio cultural”. En su artículo 4 inciso J, este mandato declara que “busca preservar expresiones y manifestaciones intangibles de la cultura ciudadana, que estén conformadas por las tradiciones, las costumbres y los hábitos de la comunidad, así como espacios o formas de expresión de la cultura popular y tradicional de valor histórico, artístico, antropológico o lingüístico, vigentes y/o en riesgo de desaparición”.

Tanto quienes integran el colectivo Vicente Walter Presente, como el resto de la escena artística de La Boca, definen sus trabajos como obras majestuosas e irrepetibles, cargadas de una energía identitaria que acopla, nutre, enriquece y divulga los valores estéticos y los principios barriales enaltecidos en su momento por Quinquela Martín.

Walter dejó unas 400 obras en el barrio que adoptó y en el que murió, en 2004. Hasta el último de sus días vivió en una piecita en los fondos de una cantina, con sus 18 gatos.

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