La Otra Historia de Buenos Aires

Antecedentes
PARTE IV

por Gabriel Luna

Corte de Valladolid
Al término de la asombrosa audiencia real ocurrida en Valladolid el 12 de marzo de 1518, donde un marino y un cosmógrafo portugueses proponen dar la primera vuelta al mundo navegando hacia lo desconocido y llegar cargados de riquezas, surgen varios interrogantes. Si Magallanes no llega a las Islas de las Especias ¿será un fracaso político para el rey, además del económico? ¿Este fracaso podría impedir que Carlos I sea nombrado emperador del Sacro Imperio Germánico? Por otra parte. ¿Y si Magallanes llega a esas Islas, de qué modo podrían afectarse las relaciones con Portugal? (que ha llegado antes de España). ¿Qué características tendrá la flota de la expedición, cuál será su costo y cómo se financiará? Estas y otras preguntas se plantea el Consejo del rey para valorar la propuesta y llegar a una conclusión.

El proyecto resulta auspicioso aunque Magallanes y Faleiro sean portugueses y haya cierta hostilidad y una fuerte rivalidad militar y comercial entre España y Portugal, a pesar de la diplomacia, del acuerdo de Tordesillas, y de las uniones matrimoniales entre las coronas. La ventaja para la Corte de Valladolid consiste en servirse del conocimiento náutico y secreto sobre la ruta oriental a las Indias trazada por los portugueses y además, de la información reciente y de primera mano sobre las Islas de las Especias. Una desventaja resulta la desconfianza: Magallanes y Faleiro no dejan de ser portugueses pese a haber renunciado al rey Manuel y convertirse en súbditos de Carlos I; pero esta desconfianza puede mitigarse con el control. Otra ventaja es la enorme riqueza que supone el proyecto. Las especias, que recorren miles de kilómetros expuestas a cientos de riesgos y pasan por más de diez intermediarios, cobran un valor inusitado al llegar a Europa. Un pequeño saco de pimienta, de clavo o canela, equivale a los jornales de toda la vida de un marinero. Un tonel puede pagar un barco, y seis toneles toda una flota. La riqueza resulta fabulosa si se considera que un solo barco puede cargar cien toneles. Los granos de pimienta se usan como moneda. Y el rey necesita dinero para sostener y extender sus dominios, y dinero para distribuir entre sus electores si quiere ser nombrado Emperador del Sacro Imperio Germánico, título por el que compite con Enrique VIII de Inglaterra y Francisco I de Francia. Por otra parte -y esta es otra ventaja-, la Casa de Contratación de Sevilla ya ha encontrado la forma de financiar la expedición. Cristóbal Haro, un comerciante de especias y banquero de las casas alemanas Fúcar (Fugger) y Bélzar (Welser), prestaría a Carlos I la mayor parte del dinero y aportaría además las mercaderías para ser trocadas a los nativos por especias. Hay más ventajas que desventajas.

El rey acepta el proyecto y firma con Magallanes y Faleiro las capitulaciones o contratos de la expedición el 22 de marzo de 1618. Ambos serían capitanes generales de la flota, almirantes, y adelantados y gobernadores de las tierras que descubriesen para España. Tendrían títulos hereditarios, y obtendrían el 20 % de los beneficios que esas tierras produjeran. El rey pagaría los barcos, los pertrechos, los bastimentos, más los sueldos de la tripulación. Obtendría, si los hubiera, el 80 % de los beneficios. Y nombraría inspector general de la armada a un jefe contable de la Tesorería Real, para decidir y controlar todas las transacciones comerciales de la flota, quien vigilaría además -como si tuviera una autoridad paralela a los almirantes- el cumplimento de las instrucciones y mandatos reales sobre el comportamiento de la tripulación y el trato a los nativos (queda aquí de manifiesto el control por la desconfianza, y la injerencia de fray Bartolomé de Las Casas por los derechos indígenas).

Todo parecía resuelto en el control de la expedición, en lo político y en lo económico. Sin embargo, el gran inconveniente sería geográfico, ocurriría en las zonas difusas de ese globo terráqueo que señalaba Las Casas durante la audiencia. Magallanes y Faleiro no sabían -pese a la cartografía secreta- si realmente había un paso interoceánico. No sabían de las tremendas galernas y tormentas del Atlántico Sur. Y lo que es peor, no conocían la extraordinaria dimensión del océano Pacífico. La tierra era redonda, sí, pero más grande de lo que suponían. Habían ubicado a las Molucas más al este de donde estaban. Suponían que a partir del paso las encontrarían en pocos días.
Si Magallanes -por más tenacidad y ansia de gloria que se le atribuyan- hubiera sabido que a partir del estrecho tendrían que navegar veintitrés mil kilómetros durante más de cien días hasta encontrar tierra, jamás habría propuesto la expedición. Era algo inconcebible, una distancia tres veces mayor a la recorrida en los viajes de Colón.

Sevilla, ciudad de la maravilla
La Corona encarga cinco barcos para la expedición a los mejores armadores. Propone a los almirantes que contraten una tripulación con experiencia de 240 hombres. La Corona costeará sus sueldos durante dos años y pagará seis meses por adelantado. Costeará los bastimentos -las provisiones de la flota-, y los pertrechos: cañones, arcabuces, ballestas, lanzas, adargas, armaduras de metal y cuero, espadas, pólvora y munición. Costeará los instrumentos de navegación y las mercaderías diversas para trocar por especias. Y todo esto: puertos, astilleros, armadores, marinería experta, banqueros, almacenes, tenderos, bastimentos, pertrechos, instrumentos náuticos, mercaderías raras, pueden conseguirse en un solo lugar de España: Sevilla.
“Quien no ha visto Sevilla no ha visto la maravilla”, reza un refrán de la época. Y es cierto, Sevilla y Venecia en el siglo XVI son los centros marítimos y comerciales más importantes de Europa. En Sevilla pueden hallarse los mejores armadores, la marinería más experimentada, los navíos que arriban de los lugares más insólitos, y puede conseguirse todo lo que se produce en el mundo. De modo que ya firmados los contratos, Magallanes y Faleiro van a la maravilla para preparar la expedición más ambiciosa y audaz jamás habida, que zarpando de Sevilla y yendo al oeste llegaría hasta donde Colón no pudo. Llegaría a Indonesia, cargaría en las Molucas un fragante tesoro de especias, y -siempre navegando hacia el oeste- cruzaría el océano Índico, rodearía África y volvería a Sevilla dando la primera vuelta al mundo y probando su redondez.

Mientras se construyen las naves en el astillero, Magallanes recluta la tripulación. Asombra el destino, la búsqueda de especias, los muchos días de navegación, la paga adelantada de seis meses, los almirantes que son portugueses. La audacia de la expedición crece en las calles, sobre todo en el barrio marinero de Triana, cruzando el Guadalquivir. Y también cruza fronteras, asombra en Lisboa donde el rey Manuel, alarmado por las derivaciones de esa empresa, envía diplomáticos a Carlos I para desprestigiar a los almirantes Magallanes y Faleiro, y envía por otro lado agentes para manipular a Magallanes y Faleiro con el fin de hacerlos desistir, ya mediante amenazas o prometiéndoles reconocimientos y un lugar en su corte.
La consecuencia de estas gestiones resulta contraria a lo buscado: descubierto el interés del rey Manuel por malograr el proyecto, se confirma la riqueza en juego y se afirma la decisión de Carlos I y su Consejo de emprender la expedición precisamente con estos almirantes (porque no hay otros posibles).1 Renueva entonces Carlos I los votos a Magallanes y Faleiro, les asigna guardaespaldas por las amenazas y manda otra remesa al astillero apurando la construcción de las naves. Pero existe otra razón para el apuro y la renovación de los votos reales. Hay cierta reticencia de la marinería española hacia los almirantes portugueses, de hecho hubo que extender la zona de reclutamiento de la tripulación hasta Cádiz y luego hasta Málaga. El rey otorga la orden de Santiago a los almirantes para darles su respaldo. Sin embargo tampoco alcanza, hay otros intereses y presiones. Se ha excedido el porcentaje portugués de la tripulación, señala la Casa de Contratación. Y aquí puede verse una sanción para los almirantes y un motivo nuevo del rey para apresurar la partida. La cuestión de la Iglesia.
Porque Sevilla, además de centro marítimo y comercial, es un centro religioso. Su catedral ya tiene más de cien años y la torre rojiza con el campanario tiene más de cien metros y se impone desde el sonido y la altura en la ciudad -aunque todavía no esté coronada, como desde el año 1568, con esa mujer gigante llamada Giralda que seducirá a Cervantes-. Hay también una docena de iglesias, monasterios, palacios episcopales, universidades, colegios, retiros… La Iglesia es un centro muy importante en Sevilla, que además de edificios concentra poder político (también corrupción); y como centro de poder, la expedición transoceánica no le resulta ajena. La Iglesia controla e incide concretamente en la expedición a través del obispo Fonseca, que maneja la Casa de Contratación. Fonseca -que también se yergue en Sevilla como una torre- ha logrado imponer como inspector general de la flota a su hijo bastardo Juan Cartagena. Y va por más, porque ahora trata de desacreditar al cosmógrafo Faleiro, basándose en los dichos de los agentes de Manuel I, para restar peso a los portugueses. El obispo Fonseca es de temer, fue el principal opositor y flagelo del almirante Colón. Intensa lucha de poder. Con el resultado de que el Obispo ahora goza de poder y buena salud, mientras que Colón yace enterrado en un monasterio de Sevilla hace más de diez años.2

(Continuará…)

1.Más allá de la animadversión de Carlos I por su tío, era conocido en las cortes europeas que los únicos movimientos de Manuel I se debían a asuntos comerciales. Se lo conocía como el rey tendero. Si Manuel había hecho esos movimientos era porque veía amenazados sus intereses comerciales en la India.
2. Cristóbal Colón fallece el 20 de mayo de 1506 en Valladolid y sus restos son enterrados en 1509 en la capilla de Santa Ana del monasterio de la Cartuja de Sevilla.

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