Crónicas VAStardas

Iluminate

por Gustavo Zanella.

Caballito. A unas cuadras de Acoyte y Rivadavia. El gentío está a un paso de cortar la avenida. Extrañamente no reclaman nada, no se quejan de nada. Están celebrando. Lo curioso es que celebran cosas distintas. Unos, que egresan de la escuela cheta y de misa diaria que está frente al parque. Ochenta púberes pre adolescentes saltando, gritando y mandándose mano no tan a escondidas. Otros, que se recibieron de algo, y salen haciendo trencito del Starbucks. Son como veinte. Como la vereda es estrecha avanzan sobre la avenida hasta ocupar casi la mitad. Hay un embotellamiento de la hostia y bocinazos ensordecedores. Por Campichuelo doblan unos flacos con facha de partidito de viernes con los pibes que arengan a la selección, cantan que en Brasil son todos putos, que le ganan a Francia y vuelve Cristina. Salen unos cuantos chiflidos de algún lado. O de varios. Los flacos se detienen, de golpe. Miran envalentonados. Nadie recoge el guante. Por suerte no retrucan. Siguen caminando, pero sin cantar. Les pincharon la onda.

Por la vereda del parque vienen caminando varios nenes de no más de tres o cuatro años. Sus padres, a unos pocos metros. Todos tienen la remera de la selección y todas dicen Messi. Les llueven fotos de las madres y de gente cualquiera que pasa y se enternece. La cara de orgullo de los padres cuando un desconocido les pide fotografiar a sus hijos es impagable. Deben pensar

-Fue un polvo re laburado, me lo merezco.

Los nenes posan cual modelos. Hijos de una generación hipermediatizada, el posar es para ellos una cualidad natural. Les sale de taquito, tienen la experiencia de toda una vida. Y posta que son nenes de revista, modelos para los programas para madres de Utilísima satelital y Cosmopolitan. Sonríen, saludan, cantan, balbucean

-Muuuuchhaaaaachossssss…

Lo hacen a coro. Eso es notable. Y afinados, lo que es más llamativo. Tienen práctica. Son cinco: tres nenes unos pasos más adelante y unos más atrás dos nenas exactamente iguales, indistinguibles la una de la otra. Ellas saltan y pegan alaridos alrededor de los otros. Los cinco llevan gorritos navideños. Es extraño y risueño. Cuando vuelven a entonar el

-Muuuuchhaaaaachossssss…

parte del gentío sobre Rivadavia hace lo mismo. Algunos levantan los brazos, miran al cielo. Otros se dan la mano. Algunos se abrazan y besan. Hasta los cinco nenitos se amuchan en la vereda a cantar de la manito en pose Instagram, Twitter y Facebook. Es una suerte de coro mancomunado con bocinazos de fondo que dura diez segundos porque al parecer la mayoría aún en su fervor colectivo no puede recordar qué sigue luego de esa parte. Es un momento mágico porque todos, como en un inside, como en una revelación colectiva, un Nachträglich, o lo que fuere, todos, se dan cuenta que no saben más de la canción, que no pueden seguir cantándola. Ríen mientras se miran unos a otros. Algunos, pocos, gritan la letra que sigue, pero no cala. Un anticlimax inoportuno y mala leche les hizo pito catalán y les apagó la luz. Una fracción de segundo después siguen cantando y gritando con igual intensidad, exaltados, con dicha y esperanza y alegría, pero está vez cada uno con lo suyo. Los bocinazos desquiciados siguen.

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