Crónicas VAStardas

Rincones oscuros

por Gustavo Zanella

La calle está dura. Se sabe hace rato, pero mientras la clase media no acusa el golpe la ficha no salta. Mucho no importan esos informes en el noticiero que bombardean con el índice de inflación, la delincuencia y los amoríos de turno. La cosa salta cuando, por ejemplo, la gente de bien la pone en la calle por falta de guita.

Salgo del laburo. Es de noche y el chiflete te congela la peluca. Paseo Colón y Estados Unidos. De un lado, un edificio del Estado que funciona como gestoría de los sojeros. Del otro, la Facultad de Ingeniería. Si no fuera por el recién inaugurado metrobús la zona sería una boca de lobo. No hay un alma. En un momento, antes de llegar a la esquina escucho un grito de mujer, no es muy fuerte pero es lo suficientemente audible como para prestarle atención. Primero, me julepeo, porque de mí se puede decir mucho pero no que soy valiente. Segundo, estiro el cogote a ver si encuentro a la del grito. Mucha modernidad, mucho edificio público, mucha cámara en la zona, pero igual te afanan y te violan como en el San Telmo de toda la vida. No veo a nadie. Camino unos metros. Veo unas figuras detrás de unos árboles a la vuelta de la facultad. Se adivina una pareja. El tipo, con medio culo al aire. La piba, contra el árbol, con una teta afuera que el tipo chupa y mastica como si fuera maná. Hay dos mochilas en el piso y varias fotocopias anilladas. La piba cada tanto grita un «no, no». Mido al tipo, tiene una contextura medio escuálida, como la mía. Así que me animo.

-Flaca ¿Todo bien? – le pregunto por las dudas. Conozco gente que se arma cuentitos de violación para darle a la matraca y no da cargarle el polvo a éstos. Ante la duda tampoco da hacerse el boludo. No me dan pelota, están en lo suyo. Insisto.

-Flaca ¿Todo bien? – Imposto la voz, para parecer un adulto hecho y derecho.

Reaccionan. El tipo se da vuelta. No debe tener 20 pirulos. Ella, igual. Están colorados. No sé si por vergüenza o agitación. Ella me contesta que todo bien, que no pasa nada, mientras se baja el pulóver y se acomoda el aro del corpiño. Él ni mú. Más que a miedo, el ambiente huele a sexo. Y si hay miedo es porque flashearon que los quería afanar. No tienen facha de ser unos nenes pobrecitos. Tampoco de estar en pedo y no aguantarse. Simplemente les pareció oportuno sacarse las ganas en un lugar oscuro después de cursar, pongámosle, tecnología del hormigón, que como bien se sabe, es una materia que te erotiza cualquier agujero.

-¿Seguro, no? – le pregunto a ella.
-Sí, sí – contestan ambos. Parecen dos pollitos mojados.

Les admiro las ganas porque con el frío que hace deben estar congelados. Se les ve el aliento a trasluz. Pienso en decirles algo, cualquier cosa, que se vayan a coger a su casa o algo así, pero todo lo que se me ocurre es de viejo choto moralista. Les digo un

-Ok, ok, disculpen – y sigo caminando.

Al doblar la esquina, veinte metros más adelante, me encuentro un patrullero estacionado a la que te criaste sobre la avenida. Luces apagadas, el motor prendido. Dos milicos fumando un pucho, apoyados en el coche. Cuando me ve uno me interrumpe el paso. Por puro automatismo me hace una venia. Nunca supe cómo responder a eso así que sólo me detengo. Me mira de arriba abajo sacándome una radiografía. Lo convence mi look de oficinista pobre. Me pregunta en tono confianzudo

– ¿Qué onda esos de allá? – Parece que vieron la secuencia.

– Dos nenes dándose besos – le contesto con una sonrisa cómplice. También le guiño un ojo para que no le queden dudas. Le cuento lo de los grititos de la piba y lo que me contestaron. Lo mira al otro. Ponen cara de fastidio. A santo de nada me cuenta que tienen las pelotas llenas de girar por la zona y detener pibitos de la facultad que salen a ponerla, que como ahora el turno de los telos se fue al carajo, toda esa parte de San Telmo es un cogedero. También me cuenta que unas noches atrás detuvieron a una parejita que se había encerrado en el baño de la estación de servicio a darle a la matraca, y unos días antes a unos que habían saltado las rejas del monumento a los desaparecidos que está bajo el puente de la autopista, a hacer lo mismo.

-Hasta la mantita y el termo tenían, los hijos de puta. Le creo. Las calles alrededor de Paseo Colón amanecen regadas de preservativos usados. Peor sería que no los usaran, pero no les cuesta nada tirarlos en los tachitos.

Nunca me hubiese imaginado que ponerla en la puerta de la CGT fuese erotizante, pero como no soy peronista mejor no opino. Además, aunque les sobrara un billete, no es que tengan muchos lugares en la zona donde verle la cara al Señor. Antes de la pandemia hubo varios que sobrevivieron de milagro al macrismo, pero no al coronavirus. Quedó uno en Cochabamba e Ing. Huergo y otro en Chacabuco y Humberto 1°. El resto, chau, gracias por hacer feliz a la monada.

Mientras los milicos hablan, vemos pasar a los pibitos que van de la mano acomodándose la ropa. Uno de los tipos no puede con su genio y les grita:

– ¿Estuvo bueno, no? Lástima el frío.

Los pibitos apuran el paso. Cruzan la avenida y se meten en el metrobús.

Los milicos se cagan de risa. Aprovecho y les mangueo fuego. El que les gritó me cuenta que antes los levantaban y les labraban una contravención, pero que después caían los padres, todo quedaba en la nada y ellos perdían tiempo y quedaban como unos forros.

-Nosotros también fuimos pibes – Me dice como justificándose. Pienso que también fueron humanos, pero no se los digo, me faltan 15 cuadras, el viaje es largo y pierdo el bondi. Me voy masticando envidia.

Portada:  La mordida de Eduard Munch (1914)

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