Diversidad cultural. Nadie mejor que nadie

por Celeste Choclin

Vivir en la diversidad. Prejuicios y estigmas en relación al migrante. Experiencias en la escuela. La necesidad de romper rótulos para conocer y reconocer.

“Somos hijos de los barcos” es la frase más frecuente de muchos argentinos que quieren expresar su origen. Millones de inmigrantes se establecieron en el país y conformaron una cultura mestiza. A la vez cuando los tiempos se pusieron difíciles, muchos argentinos debieron marcharse del “país de las oportunidades”: encontraron en otros lugares la preservación de la vida y la libertad en tiempos del terrorismo de Estado o la posibilidad de trabajar y sobrevivir cuando las crisis económicas estrangulaban a la población (en el 89´, en los 90, en 2001-2002). De idas y vueltas los argentinos somos migrantes y recibimos migrantes. Ya no mayoritariamente europeos como a principio de siglo -aunque la crisis en el viejo continente ha forzado a marcharse a muchos jóvenes-, sino que otras nacionalidades conforman nuestro crisol de razas: bolivianos, paraguayos, peruanos, chinos, coreanos. Hombres y mujeres llenos de sueños, de esperanzas, con una gran incertidumbre, arriban al país y forman parte de nuestra rica, diversa y heterogénea sociedad.

Estigmas: el rótulo delante
Fiel a esa cultura eurocentrista tan arraigada en nuestro país desde el siglo XIX, se tiende a valorar positivamente incluso con admiración a aquella persona que proviene del autodenominado Primer Mundo. Cuestión que es de lo más loable, sino fuera porque la misma gente, que se enorgullece de que el europeo haya elegido nuestro país para vivir, subestima fuertemente al latinoamericano, y al proveniente de Asia o de África. Los modelos televisivos, los eventos deportivos, la publicidad, la construcción de las noticias, colaboran fuertemente en la creación de un imaginario social que avala esta diferenciación: mientras unos nos vienen a “cultivar”, otros nos vienen a “invadir”, a “desplazar”, a “sacar el trabajo”… “Chinito”, “bolita”, se escucha repetidamente. Solemos usar diminutivos para indicar algo que es pequeño, que es menor, ¿es que no somos todos seres iguales?, ¿cómo nos sentiríamos si nos dijeran “argentinitos”?, ¿cómo lo vivimos, cuando en Europa nos llaman “sudacas”?
La discriminación a veces es manifiesta, pero en el común de los casos está solapada bajo la idea de tolerancia: se acepta al migrante, pero se lo considera inferior. Y en este marco los prejuicios y la falta de conocimientos van de la mano. Escuchamos reiteradamente apreciaciones sobre distintas comunidades que tienden a agrupar bajo un mismo calificativo a todo un colectivo como si en un grupo todos fueran iguales: el peruano es de una manera, el boliviano de otra, el paraguayo de otra. Estigmas que se ponen por delante de la persona portadora de esa nacionalidad y en general tienden a ser peyorativos (“es mentiroso, no le creas”, “es lento, pero obediente”, “hoy está y mañana se va y te deja el trabajo por la mitad”). Incluso en ocasiones la misma nacionalidad se utiliza como un insulto: “¡Sos un boliviano!”.
Estos discursos tan instalados en la sociedad motivan la desconfianza, la distancia emocional, una relación meramente instrumental -relación laboral, en la compra y venta- y el desinterés por conocer realmente cómo es esa persona en concreto que se juzga antes de entablar cualquier diálogo. En ocasiones, aunque no se exprese verbalmente, se percibe esta valoración negativa en muchas actitudes cotidianas: la mirada desconfiada frente al señor de nacionalidad china, el trato altanero para con la señora boliviana o la distancia hacia la joven que dejó toda una historia y una familia en su país y trabaja de empleada doméstica. ¿Por qué se juzga y se presume?, ¿por qué no sacar los estigmas? ¿Por qué no conocernos y pensar qué le pasa, qué siente, cómo es su historia, cómo es su cultura, con qué se identifica, qué le gusta, qué podemos compartir, qué podemos intercambiar, qué podemos aprender?

Lección de hoy: discriminación
Como señala la antropóloga Liliana Sinisi, en muchas instituciones educativas se ponen en evidencia prejuicios en relación al migrante. A veces se advierte de manera solapada cuando se selecciona la matrícula, se crean estereotipos en relación a la nacionalidad o se cambian al español los nombres de niños coreanos o chinos. Se van alimentando estigmas que se atribuyen a problemas entre los niños, cuando el discurso discriminador está creado socialmente y muchas veces aparece avalado por la propia institución educativa. La antropóloga Sinisi realizó una investigación en escuelas de la Ciudad de Buenos Aires donde analizó el prejuicio que maestros y directores tenían en relación a los niños de origen boliviano. Los alumnos eran juzgados de antemano como si en su cultura ya estuviera prefigurado un modo de ser, un comportamiento y un rendimiento escolar determinado. “Todavía están bajando del cerro, cuando están en 5to grado recién llegan” era la expresión estigmatizante de muchos maestros en relación a los niños bolivianos. Y este rótulo -la supuesta “lentitud”- que operaba como una marca “natural” e igualaba a todos, se basaba en un profundo desconocimiento. Y lo peor es que funcionaba como una profecía autocumplida porque ese chico estigmatizado “disminuye su participación social aislándose o cumpliendo con el mandato impuesto, se autodesvaloriza y resignifica negativamente su identidad cultural“, declara Sinisi. Este prejuicio en un ámbito de formación y sociabilidad como es la escuela produce un daño muy grande en los chicos.

Expresar el sentir
La escuela no es una isla dentro de una sociedad donde los prejuicios muchas veces están por delante de las personas, sin embargo es un espacio donde se pueden plantear modos de convivencia y respeto, parte fundamental de la educación. Dos años atrás,  el ciclo Igual de diferentes (Canal Encuentro) mostraba la labor de una escuela media en el Bajo Flores cuya población mayoritaria proviene de la villa 1-11-14, el Barrio Illia y el Barrio Rivadavia con un alto porcentaje de chicos migrantes que suelen ser agredidos, amenazados, incluso golpeados. “Lo más importante es no naturalizarlo, es no dejarlo pasar sino trabajarlo puntualmente sobre cada uno de los hechos que se presentan”, comentaba el director de la escuela. Para tratar estos temas sin caer en el típico recurso de sancionar al agresor que no termina solucionando demasiado, han creado un Consejo de Convivencia formado por docentes y alumnos para llegar a acuerdos que permitan un cambio de actitud. “Para que no nos sigan diciendo ´paragua´ ¡Yo tengo un nombre!”, afirmaba una de las alumnas.
La violencia cotidiana va horadando la autoestima de los chicos agredidos: “Te miras al espejo y te llegas a odiar a vos mismo, ¿por qué soy así?”, sostenía otro de los chicos que sufre el acoso de sus compañeros. Otras iniciativas que llevó adelante la escuela fue la de la circulación del micro escolar por estas tres zonas que suelen tener sus rivalidades, evitando que los chicos sean parte de esa violencia y reuniéndolos en el trayecto del viaje.
En el Programa Cuando hay equipo (que se transmitió desde la señal Paka Paka hasta principios del año pasado) los chicos de un colegio primario en Banfield pusieron el cuerpo para expresar lo que sentían al ser discriminados por ser migrantes. Con una obra de teatro pudieron expresar lo que sufrían ante frases tan habituales como “Andate a tu país”.
La dramatización resulta una experiencia más que interesante para ahondar estos temas ya que se trabaja en grupo, los chicos se relacionan desde el juego y pueden expresar aquello tan guardado, tan tapado y a la vez tan sentido. Además se puede alimentar mejor la escucha y hacer visible la problemática a toda la comunidad educativa.

respeto

¡Respeto!
“Vivimos en la diversidad”, afirma el sociólogo francés Michel Wieviorka. Esta simple frase, propone pensar en identidades que no son fijas, ni estáticas, sino que se van construyendo a lo largo de la vida donde nadie es en esencia “el argentino”, “el peruano”, “el boliviano”, sino que todos somos un poco Otros. Desde allí la necesidad de distanciarse de los estereotipos para pensar la diversidad desde la construcción particular de cada uno en relación con su comunidad, sus afectos, sus vivencias, su historia y la imperiosa necesidad del reconocimiento en ese proceso de identificación: “Afirmarse es molestar a los otros, es reclamar un reconocimiento, es decir que su identidad colectiva amerita un lugar, que no es una infamia o una barbarie o la carencia debida a una inferioridad, como dice el discurso dominante; es revertir una definición negativa o que hace de alguien un ser inexistente, en una definición positiva, lo cual no es desde luego fácil”, sostiene Wieviorka.
Las diferencias sin duda enriquecen a la sociedad. Las distintas comunidades están permanentemente en la tensión entre lógicas de apertura y de cierre. En la tensión entre la integración y a su vez en la necesidad de preservar sus costumbres en ocasiones diferentes a las del país de residencia. De modo tal de no aislarse del conjunto social, pero a su vez no disolverse.
Tres modelos teóricos en relación a la diversidad cultural se vienen planteando en los distintos países del globo: en primer lugar, las políticas asimilacionistas que suponen una cultura hegemónica, oficial y válida. Por lo tanto se trata de educar a aquel que es diferente para que se asimile a dicha cultura, desechando de cuajo sus propias creencias, saberes, prácticas. Esto dio lugar a conductas represivas hacia las distintas culturas -en Latinoamérica la relación con los pueblos originarios da buena cuenta de ello-. Otro modelo es el de la integración, a partir del cual se toleran las distintas culturas siempre y cuando no ocasionen conflictos. Puede haber barrios bolivianos, chinos o peruanos, pueden visitarse como “pintorescos”, pero no se interactúa, no se intenta conocer o entablar una relación, incluso si se puede, se evita -pensemos en la reticencia de cierta clase media a mandar a sus hijos a determinadas escuelas públicas porque tienen gran población inmigrante-.
El tercer modelo es el de la interculturalidad, desde donde se promueve el respeto y el reconocimiento hacia las diferentes culturas. Es este último, el modelo deseado y muy pocas veces practicado. Se trata de no pretender que el otro sea igual a mi, ni tolerarlo desde la superioridad o mientras se mantenga callado, sino interactuar con respeto a su cultura, sus vivencias, sus creencias. Una mirada que debería estar presente en las políticas públicas, las instituciones, los medios de comunicación, los lugares de recreación -sobre todo en el ámbito deportivo donde la discriminación es tan latente- y en el conjunto de la sociedad que construimos entre todos.
Hablamos de la globalización y pedimos la libre circulación de bienes. Sin embargo no toleramos el derecho de las personas a buscar una vida mejor en otro país y los tildamos de “cerrados” cuando no intentan asemejarse a nuestra cultura. Nos reconocemos como “hijos de los barcos”, hemos sabido traspasar la frontera cuando la cosa se puso fea, pero pedimos que no vengan migrantes a nuestro país ¿Cómo lo entendemos? ¿Es que nos creemos superiores?
No somos más, ni somos menos. Somos todos humanos. Y parafraseando a nuestro querido Hugo Midón: “Pisamos la misma tierra/Tenemos el mismo sol/Pinchamos la misma papa/con el mismo tenedor/Yo no soy mejor que nadie,/Y nadie es mejor que yo/Por eso tengo los mismos derechos/Que tenés vos” (canción Derechos Torcidos compuesta junto con Carlos Gianni).

Para seguir leyendo
Grimson, Alejandro, Relatos de la diferencia y la igualdad. Los bolivianos en Buenos Aires, Eudeba, Buenos Aires, 1999.
Halpern Gerardo, Etnicidad, inmigración y política, Prometeo, Buenos Aires, 2009. Mera, Carolina, “La comunidad coreana en Buenos Aires. Una experiencia de convivencia intercultural”, Revista Sociedad, Facultad de Ciencias Sociales UBA, Nº 27, 2008.
Novick Susana (comp.), Las migraciones en América Latina, Catálogos, Buenos Aires, 2008.
Sinisi Liliana “´Todavía están bajando del cerro´. Condensaciones estigmatizantes de la alteridad en la cotidianidad escolar” en VI Jornadas sobre Colectividades, Buenos aires, 22 y 23 de Octubre de 1998.
Wieviorka, Michel “Diferencias culturales, racismo y democracia”. En Daniel Mato (coord.): Políticas de identidades y diferencias sociales en tiempos de globalización, FACES-UCV, Caracas, 2003.

 

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