El amor blanco o la deconstrucción de la pareja romántica

por Milena Heinrich

A partir de unas vacaciones en el Delta de Tigre, la narradora de «El amor blanco»,  primera novela de Agustina Paz Frontera, revisa la relación con su pareja y ensaya reflexiones sobre el amor como espejo de una geografía que cambia, se transforma, mientras el río sube y baja, y la pareja se estanca.

«Para estar en pareja debemos disimular el descontento», se dice a sí misma la protagonista. ¿Cuál es el límite de lo que se puede soportar por el hecho de estar en una relación? Una relación sexo afectiva está hecha de ficción, de deseo, de micropoderes en los que se ponen a prueba la elección de un queso o convidar un café. El amor no es sustancia pero tampoco materia, se considerará después de estas páginas.

En «El amor blanco» (Híbrida), Frontera tensiona la dualidad de lo real y la ficción, del reconocimiento de la opresión y la imposibilidad de salir de ahí, diluye el amor del deseo. En esta historia, una pareja se toma vacaciones en el Delta, donde los días pasan más o menos parecidos para una relación que parece adormecida en un loop, entre saques de cocaína y siestas, y a la que sólo la despierta la noticia de la muerte del fiscal Alberto Nisman.

Mientras el río sube y baja, inunda, se funde con la tierra y hace barro, la naturaleza del agua opera como punto de vista para la narradora, quien en la quietud reafila su mirada sobre el vínculo. No hay villanos, ni violentos, sólo ese instrumento llamado deseo, contrato preestablecido, microchip cultural. «Teníamos tantas ganas de proyectar un amor que nos lo inventamos», escribirá más adelante.

Agustina Paz Frontera, periodista y escritora, autora de libros de no ficción como «Una excursión a los mapunkies» o «Lila y el aborto» y libros de poesía («Para llegar al piso»), empezó esta novela sin intención clara, como pequeñas anotaciones hasta que la pandemia le dio el tiempo para hacer de ese registro una escritura por fuera de ella: «Quería estallarlo, llevarlo a un lugar de ficción y que perdiera todos los rasgos de referencialidad de mi vida», dice.

¿Cómo fue el trabajo con el texto?

Es un libro que se está escribiendo desde ese verano de la muerte de Nisman. Desde entonces era un germen, pequeños apuntes, comenzó siendo un diario, fue abandonado y despreciado como proyecto. Lo retomé en pandemia, en 2020, la etapa más cruda, cuando el contexto era no saber si se iba a terminar el mundo. Eso determinó un poco la forma de la escritura, medio desprejuiciada.

Por otro lado, ese contexto de encierro, ahogamiento, opresión que fue la cuarentena estricta me sirvió para emular esa presión del Tigre y de la pareja. Ahí el territorio y la pareja funcionan como dos espacios de opresión.

¿Y qué habilitó esa geografía para mirar?

La naturaleza cambia y se transforma sola de una manera más libre. En cambio, en las relaciones tan convencionales, como son las de pareja y heterosexuales, hay un intento de conservación y por eso dice que trata de disimular, que no se note que esto en realidad no me convence tanto, que dure, que esté igual. Preservemos esto porque hicimos un contrato entre nosotros y con el resto de llevar hasta lo imposible el vínculo y la estabilidad.

Quería ver si los cambios de la naturaleza, de ese territorio tan móvil, podían ser un reflejo para la narradora. Ver si mirando tanto como el río sube y baja ella se anima a subir y bajar también. Es un poco eso lo que se me fue armando, un sistema que vas descubriendo en la medida que va avanzando en la escritura porque yo no tenía el plan de escribir cómo es la relación entre ese territorio tan extraño y caluroso y lleno de plantas y una relación completamente normal aparte, porque no es ni siquiera una relación violenta, es una relación tradicional.

 Y ahí aparece que una relación de lo más «clásica», esperable, también puede sofocar mucho y ese agotamiento se vuelve violento.

Claro y no necesariamente con el varón como opresor. Lo opresivo es la dinámica, el género romance, la novela de amor que es lo que tenemos fichado en la cabeza y queremos sostener a toda costa. Incluso desearlo, esa idea de tener tantas ganas de estar en pareja y de vivir un amor como el de los demás que me lo inventé.

Incorporás materialidades para contar la relación al punto de que el queso que se elige es muy determinante porque pone en juego relaciones de poder.

En esos pequeños micropoderes está jugando toda la cartografía de una relación, no en los grandes actos ni en los grandes discursos sino en cómo me pasas la botella de agua, cómo me contestas cuando te hago una pregunta inofensiva. Esas cosas hacen a lo más material del amor. Está todo acá hasta que te hacés un café y no me preguntas si quiero, esos gestos de desamor, de desatención, de desapego. Yo quería contrastar ese gesto y, a la vez, digo te amo. Ahí puede más la ficción, el deseo porque no pondero su gesto de desaprensión: voy a seguir insistiendo en que te amo.

¿Y ahí interviene también la fantasía en el plano discursivo?

No hay un amorómetro. Quería establecer esa duda constante que aparece incluso en las relaciones más piolas, ¿es correcto que me haya respondido así?, ¿es esta la vida que quiero? El personaje se permite esas dudas como mujer contemporánea pero creo que muchas generaciones anteriores no pudieron hacerse esas preguntas. Son preguntas muy de nuestras generaciones. Tampoco quería jugarla de heroína feminista y de «enojate hermana y rajá de acá», esa cosa tan voluntarista…. No es tan fácil, porque los deseos también están puestos efectivamente ahí y porque también participamos del mundo que queremos cambiar .

El cuestionamiento o la mirada sobre el amor está en foco en este tiempo, desde la teoría como desde las producciones culturales que revisan eso que llamamos amor.

No es tan fácil decir a partir de ahora no voy a hacer más monogámica. Voy a pasar de este contrato a otro contrato, el poliamor o como quieras llamarle. Para mí es muy raro haber escrito este libro porque como lectora de ensayo y de teoría no es un tema que me importe.

Y creo que también eso tiene de fresco porque yo no me propuse escribir un libro sobre amor, si no hubiese leído veinte libros antes, lo hacía más metódico, más pensado. Pero salió así historia y al mismo tiempo ensayo, con una narradora que es contemporánea y que es feminista y que tiene pensamientos completamente románticos y no está en ese lugar de la heroína de irse y dejarlo todo.

 Sin embargo sí proponés una reflexión sobre lo que llamás amor blanco y amor negro ¿qué significa?

El juego entre amor blanco y amor negro tiene que ver con la imposibilidad que encuentro de darle un tinte definitorio a la cuestión: blanco y negro al mismo tiempo, bueno y malo al mismo tiempo. El amor no es un paraíso o, en todo caso, si es un paraíso es un paraíso que no tiene cloacas como el Tigre. Los dos terminan confluyendo.

Otro eje es la convivencia ¿Cómo opera en una relación?

¿Qué significa cuando alguien dice que se separó por la convivencia? Hay un aspecto muy materialista, que es la división de los roles y las tareas, “la convivencia mató a la relación”. Para mi es reduccionista esta visión porque en la convivencia lo que pasa es mucho más complejo: es una serie de actos materiales pero a la vez hay un remolino de expectativas y de resistencias y una cantidad de fuerzas que se cruzan, situaciones de potencia y de impotencia, como el juego de fuerzas y me cuesta reducirlo como ordenamiento de lo doméstico.

Justo estaba estudiando un programa de actualización en marxismo y siempre me interesó el punto donde se cruza la política y lo afectivo, que es una deuda del marxismo así como es una deuda de las novelas de amor incluir lo económico.

Ella en un momento se pregunta qué hacer: si agudizar las contradicciones o tratar de pactar. ¿Voy al mango y trato de hacer la revolución?, o bueno, vamos a ver cómo reformamos un poco la situación. Juega con esas dos opciones, porque son reflexiones sobre las subjetividades y lo colectivo. Si bien son teorías que refieren a momentos históricos particulares nos sirven para pensar estas encrucijadas en lo individual, personal y afectivo.

Mientras revisa su relación a partir de esas vacaciones, la narradora sostiene que para armar un relato hay que unir los puntos ¿Qué son esos puntos?

La mirada, donde la posás. Esa idea de si es posible que el texto sea espejo del mundo. Lo que está diciendo es que no alcanza la foto, hay que hacer un poco más para que esto sea literatura. De hecho en ese pasaje del diario, de las anotaciones muy esporádicas, a la novela hay una elaboración de unir puntos y volver a desunirlos y pasarle por arriba y pasarle por el costado, inventar que vi un punto que, mentira, no lo vi.

¿Por qué finalmente el amor blanco y no el amor negro?

Se podría haber llamado el amor negro pero el término negro está tan codificado, muy atravesado por el racismo, el sentido de lo oscuro, lo podrido. Y el amor blanco me pareció más opaco. Quería jugar con los múltiples sentidos que puede tener el blanco y también el blanco vinculado a la cocaína claramente, no quería escaparle a ese tema. Me parece que no está lo suficientemente escrito por mujeres, por lo menos en nuestra literatura y siempre aparece de un modo vinculado a lo lúdico, a la libertad, a la superpotencia, o en relatos más catastróficos. Esta es una posición intermedia que escribe sobre el consumo en una relación de jóvenes que tiene efectos en la relación sexo afectiva bastante deplorables, no es inocua.

Y también quería jugar con el amor blanco como blanco burgués, como promesa de casamiento o el amor blanco felices para siempre, la pureza, la blancura. No quería que se llame el amor negro porque el amor negro para una persona negra no tiene que ser un amor de mierda, así que preferí que un amor de mierda se llame blanco.

Foto/Fuente: Télam

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