El arte como GRITO

Sacudiendo la consciencia del mundo para visibilizar la corporalidad negada de las mujeres afro

 

El arte no es un espejo para reflejar el mundo,
sino un martillo con el que golpearlo.
Vladimir Maiakovski

por Mariane Pécora

Como una flecha arrojada al vacío, el arte atraviesa nuestra subjetividad. El peligro, advierten Gilles Deleuze y Félix Guattari, es que al ser capturado por la maquinaria capitalista, despojado de todo significante y reproducido hasta convertirse en un mero objeto de consumo; lo que alguna vez fue arte, devenga en un catalizador para homogeneizar subjetividades.

En contrapartida, existe un arte que altera emociones, interpela y subvierte el paradigma dominante. En esta categoría, la expresión creativa de una comunidad históricamente esclavizada, negada e invisibilizada, como la afrodescendiente, cobra fuerza en la producción artística de mujeres que, en el empeño de suturar esa herida tajante que la hegemonía blanca se empecina en mantener abierta, exorcizan, deconstruyen y producen las mutaciones necesarias para despojar al arte de cualquier subjetividad homogenizante.

Todo un desafío de sanación, narrado en primera persona por sus protagonistas.

El arte como modus vivendi
La actriz y directora teatral afrocubana, Alejandra Egido, concibe el arte como su modus vivendi. Hija de la destacada actriz cubana Elvira Cervera, ha trabajado toda su vida en teatro: en Cuba, en Barcelona y en nuestro país, donde en 2010 fundó la compañía de Teatro en Sepia – TES, integrada por profesionales afroargentinos y afrolatinos.

Se define a sí misma como una trabajadora de la cultura, concepto con el que se formó en su Cuba natal, donde, explica: “Te pagan por hacer teatro, ensayar, estudiar, actuar. Tienes estatus de trabajadora, con vacaciones, jubilación y todos los demás beneficios del trabajo regularizado. Formas parte de una compañía, con lo cual tienes un espacio de pertenencia, incluso estética y estrenas hasta tres obras por año”.

A diferencia de Maiakovski, Alejandra Egido considera que el arte es una forma de pasar de la política a poética. Este concepto yace en la esencia de Teatro en Sepia – TES, propuesta artística que apela a generar cambios de sentido común a partir de la puesta en escena de la invisibilidad y estereotipación de la comunidad afro en nuestro país. En este empeño de modificar y subvertir el imaginario de nación blanca y europea, su creadora revisita historias solapadas para exponer, desde una teatralidad no canónica, esas corporalidades invisibilizadas.

En esta concepción del arte como motor de transformación social, la propuesta de Alejandra Egido establece un punto de coincidencia con el Teatro Comunitario y se asocia al Teatro por la Identidad en el planteo de actuar para no olvidar, actuar para encontrar la verdad y generar un discurso crítico en el público, apunta la historiadora y antropóloga Lea Geler.1

El arte como artivismo
“El arte es una expresión, un sentimiento genuino y también una acción, como artista me reconozco artivista. Es decir, encuentro en el arte el espacio para militar la causa que llevo adelante y lo hago a través de las obras que presento”, dice Maga Pérez, artista plástica y periodista afroargentina.

Cuando hablamos de artivismo, estamos hablando de arte con un contenido social explícito, este es el sentido, Maga Pérez explica: “La causa que intento plasmar en mi obra es la reivindicación del legado histórico, cultural, político y económico de la comunidad afrodescendiente de la que formo parte. Una categoría política que fuimos construyendo con mis mayores y denominamos afroargentinos del tronco colonial. Formamos parte de ese pasado histórico que en nuestro país se niega sistemáticamente: se dice que no hay negros, que no hubo una historia de trata esclavista o que si pasó fue en tiempo muy breve. Lo cierto es que nuestra presencia es el testimonio vivo de la esclavitud existió y que formamos parte de la identidad nacional. Esto es lo que expreso en mi obra y, por supuesto, la lucha contra el racismo”.

Al igual que Maiakovski, Maga cree que el arte debe golpear, sacudir, interpelar el orden imperante. “Como artistas tenemos en nuestras manos cambiar el lenguaje de representaciones que se hace sobre nuestra comunidad”, sentencia y asegura que no existe inocencia en el arte. “La historia misma da cuenta que siempre ha representado el sentir de una época y de un determinado orden institucional. Lo vemos en los cuadros de la época colonial, del siglo XVII, donde hay mucha pintura explícitamente referida a la esclavitud. Vos te preguntarás, ¿a quién se le ocurriría colgar en su casa un cuadro de personas siendo azotadas?, pero resulta que entonces poseer esclavos era símbolo de poder y estatus. Por eso, lo que intento promover a través de mi obra es una subversión de todas las representaciones sociales sobre la esclavitud que aún persisten en el arte, modificar algo en esa subjetividad homogenizada. Y, en este sentido, creo que todas las reacciones son validas, tanto las positivas como las que generan resistencia”.

Profundamente identificada con el legado artístico de León Ferrari y su capacidad de expresar con su obra todo lo políticamente incorrecto, Maga también piensa el arte como una forma de exorcizar el mundo interior. “En las obras también expresamos nuestra propia rabia, canalizamos lo que sentimos, lo que llevamos dentro. Expresarnos, llevar al lienzo lo que queremos contar, hace bien. Por supuesto que no hablo en términos de curar, aunque sí podemos decir que en algún punto sana. Por otra parte, presentar una obra, exponerse como artista te fortalece, tanto desde la aceptación, como desde el rechazo”.

El arte como la certeza de otras narrativas
“En un mundo pandémico, supremacista y desigual, el arte que nos puede es el arte capaz de romperlo y recomponerlo todo”, sostiene la escritora y activista afrovenezolana, Lilia Ferrer Morillo.

Autora del poemario Imba Voces del Tiempo (CICCUS, 2019), colaboradora en numerosas revistas nacionales e internacionales2 e integrante de la Federación Internacional de Escritoras y Escritores por la Libertad (FIEL), Ferrer Morillo concibe el arte como “la certeza de otras narrativas consustanciadas con cartografías-tiempos invisibilizados, negados, oprimidos, silenciados, capaces que irrumpir el universalismo pedante de los códigos e ideales estéticos canónicos de Occidente. El arte al que llegamos, tal vez un poco tarde, es el que nos sabe y nos nombra en nuestra propia lengua, sin la vergüenza de lugares periféricos y subalternizados al que nos relegó la pretendida Historia del Arte hegemónico”.

Asimilando el concepto de Maiakovski, expresa: “Me imagino ahora mismo a artistas como la afrocubana radicada en Chicago, Harmonía Rosales, golpeando la conciencia del mundo con sus obras de arte metamorfoseadas en martillo que exorcizan el estereotipo patriarcal y blancocéntrico de un Dios que en sus representaciones de una contracultura que es negra y es mujer. Pienso en Miriam Makeba, la Mamá África golpeando con su Carta más larga (Une si longue lettre), el sistema de castas y la poligamia en Senegal. Esto sería impensable con el denominado arte por el arte o el arte ingenuo y no comprometido”.

En este sentido, considera que el arte no debe ser dimensionado en dicotomías reduccionistas de actantes únicos, dispuestos en relación dialógica complementaria y hasta opuesta. “Prefiero pensar el arte en términos metafóricos equiparables a ecosistemas donde, hasta la especie más inesperada, inerte o equidistante posee un valor superlativo en la preservación y funcionamiento equilibrado del mismo. Claro que el arte nos cura, nos reconcilia y tiene esa cualidad maravillosa de salvar un ecosistema en peligro de extinción, la Humanidad”.

Nota Publicada en Kiné, la revista de lo corporal Nº 149

1. Teatro y afrodescendecia en Buenos Aires, CONICET Digital 
2. Revista Internacional de Arte
& Literatura “Voces del viento” (Argentina), Semanario Cultural “Todas Adentro” (Venezuela), Revista Extrañas noches: Literatura visceral (Ediciones Frenéticos Danzantes, Buenos Aires), Pandemia: Antología Poética (Biblioteca de las Grandes Naciones, País Vasco), entre otras. Ha participado en festivales internacionales de poesía como: Festival de Poesía y Música Afrocaribeña: Cantar la Resistencia (República Dominicana, 2020); Poesía Realenga (2019, 2020), Insurgencia Cultural (2020), La Luna con Gatillo (2021), Minga Poética (2021).

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