El carnaval porteño: una historia de poderes, confluencias culturales y políticas racistas
por Marta Gordillo
El carnaval porteño, que se festeja desde la época colonial y en el cual confluyen distintas culturas, fue una de las expresiones que desde mediados del siglo XIX revelaría -detrás de la risa y la máscara- las diferencias sociales de un país y una ciudad fuertemente racista, en la que existían diferentes cosmovisiones y donde se impondría la visión europea, en tanto la población afrodescendiente terminaría replegándose al mundo privado ante la burla de «los blancos».
Así lo expresó el antropólogo especialista en estudios afroargentinos y afroamericanos de la Universidad de La Plata, Norberto Cirio, a raíz de la charla que brindó recientemente en el Museo de Arte y Memoria de la Comisión Provincial de la Memoria en la ciudad de Buenos Aires, en el marco de los festejos del Dios Momo.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX «se entabló una lucha de sentidos muy fuerte entre la sociedad envolvente, blanca, y la comunidad afroporteña, que eran afroargentinos de tronco colonial, porque festejaban el carnaval de manera distinta», señaló.
Esa idea del carnaval de subvertir el orden, que proviene de Europa, es traída por la dominación colonial a este lado del Atlántico alrededor del 1600, y se impone sobre una población originaria que tenía festejos de tradiciones religiosas y culturales que coincidían con las fechas de febrero y marzo. Entonces, aseguró Cirio, «se fusionan o prácticamente se impone esa versión europea y todo queda como carnaval, un ‘carnaval mestizo’, se podría decir».
En tanto, la población negra, aquella que había sido traída de África -donde «no existía el concepto de carnaval»- y había vivido esclavizada por los amos colonialistas, tenía otra cosmovisión, otra cultura, en la que «la práctica de la música era cotidiana, y entre los afroargentinos era cotidiana también, no es que en carnaval salían a tocar y divertirse sino que eso lo hacían todo el año», precisó.
Destacó que durante el proceso de Conformación del Estado Nacional, después de 1850, un estado que se erigía sobre una fuerte desigualdad, control y exclusión social, que pivotaba en las herencias coloniales, y donde los festejos de cada sector social era diferente, «surgió un elemento inesperado y terriblemente desnivelador».
Eso nuevo fue la moda de los blancos de salir pintados de negro, «una moda de Estados Unidos que había impactado a Sarmiento, muy afecto al carnaval, al ver a los ‘Minstrels’, que eran compañías cómicas circenses de blancos que se pintaban de negro parodiando en tono despectivo a las plantaciones del sur y a los negros con el estereotipo de holgazán, sonriente, hipersexuado, siempre amigo de las fiestas y del alcohol», relató el especialista.
En el carnaval de 1870 Sarmiento, que era entonces presidente de la Nación, trae esa comparsa que hace furor y desde entonces empiezan a haber decenas de comparsas de falsos negros.
«Eso produjo un hondo dolor en la comunidad afroporteña, recién recuperable en los últimos años, porque se burlaban de ellos y eran sus propios amos y los hijos de sus amos; no podían entender ese tipo de burlas, porque las reglas de los negros en carnaval eran otras», señaló el antropólogo.
Para los blancos, el carnaval era diversión: se cambiaban los roles y todo estaba bien, pero para los negros la lógica era que, como tocaban los tambores durante todo el año, también lo hacían en carnaval.
En esa relación asimétrica de los negros como descendientes de esclavizados, la lógica de los festejos de los blancos no entraba, «entonces se retiraron del espacio público de carnaval y se llamaron a silencio, retiraron sus comparsas y replegaron el candombe al ámbito privado familiar».
Esto se dio alrededor de 1880, cuando se consolidaba un modelo de país que, como señaló Cirio, era fuertemente europeizado, en donde la membresía de ciudadanía era ser blanco, europeo en piel y cultura; ninguna otra tradición no blanca se podía mantener con dignidad en la arena pública.
«Ese repliegue y pacto de silencio duró hasta 2007, cuando se creó en la localidad bonaerense de Merlo un grupo de candombe porteño que fue el primero formado para mostrarlo a la sociedad y con un criterio cultural de reivindicación y orgullo», explicó el antropólogo.
En este sentido, marcó una profunda diferencia entre Buenos Aires y la historia de la población afrodescendiente de Montevideo, donde hubo otra dinámica, otra relación con el Estado.
No obstante, expresó que hubo persistencia aislada y que se mantuvieron algunas asociaciones afroporteñas que festejaban el carnaval público, como el «Shimmy Club» en la Casa Suiza, en el barrio de San Nicolás, entre 1929 y 1978, que festejaban ocho noches y luego salían por las calles próximas bailando candombe y rumba al son de los tambores.
Cirio destacó que este cambio más reciente se dio en el marco de un incipiente reverdecimiento de las identidades no blancas con la democracia; primero fueron los indígenas con mucho esfuerzo y a fines de los 80, principios de los 90, empieza a resurgir la comunidad afroargentina, con muchos contratiempos, y con una necesidad actual de visibilizar y socializar tradiciones que estaban desconocidas.