El incendio de la Patria

Hace menos de un año, el 8 de noviembre de 2022, la Comunidad Afrodescendiente en nuestro país celebraba la instalación de la escultura en homenaje a María Remedios del Valle, la «Madre de la Patria», la mujer negra que batalló junto al general Manuel Belgrano en la guerra por la Independencia de nuestro país.

La madrugada del viernes 1 de septiembre el monumento ubicado en la plazoleta Alfonso Castelao del barrio de Constitución apareció incinerado.  La escultura de 3,70 metros de altura realizada con resina y laca poliuretánica por el artista Alexis Minckiewicz fue totalmente destruida. Lo único que sobrevivió fue un pedestal de piedra, la placa conmemorativa y un esqueleto de metal.

«La escalada de negacionismo y discursos de odio no es ajena a este hecho», dijo Maga Pérez, directora de la Comisión para el Reconocimiento Histórico de la Comunidad Afroargentina, del programa Afrodescendientes del INADI. «La negación del racismo es grave en nuestra sociedad. Hay acciones concretas, vulneración de derechos, expresiones discriminatorias y racistas en nuestra vida cotidiana y es urgente que toda la sociedad reflexione y se sume contra esta violencia. Las trayectorias de vida de las personas afrodescendientes son difíciles por los prejuicios, la violencia y estigmas del racismo».

«El 31 de agosto, se celebra el Día Internacional de los Afrodescendientes en conmemoración del legado de la africanidad en todo el mundo, que refleja la importancia de reivindicar y reconocer con políticas afirmativas a nuestra comunidad históricamente vulnerada en sus derechos humanos. Por eso esta violencia racista no es casualidad, forma parte de la multiplicación y naturalización de los discursos de odio en nuestro país», reflexionó Maga Pérez, quien consideró, también, que «la comunidad siempre alertó acerca de los discursos de odio y el racismo estructural que se acrecienta si no se toman decisiones políticas contundentes que trabajen contra la desigualdad económica y social que padece la comunidad afrodescendiente».

El Ministerio de Cultura de la Nación, promotor del concurso de homenaje a María Remedios del Valle que materializó la escultura de la Madre de la Patria, repudió este acto de vandalismo y advirtió que «es necesario poner freno de manera urgente no sólo a la violencia, también a cualquier discurso y expresión de odio y toda forma de intolerancia, discriminación racista».

María Remedios del Valle, la Niña de Ayohuma, la Capitana del Ejército del Norte, la Madre de la Patria, nació en la ciudad de Buenos Aires, entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, en 1766. Como establecía el sistema colonial de castas de la época, fue inscripta como ‘parda’ en los registros parroquiales, pues por sus venas corría sangre africana. Por su origen, color de piel y condición de mujer, vivió mamando humillaciones, miseria y discriminación. Sin embargo, jugó un rol trascendental en la historia de nuestro país.

Durante la segunda invasión inglesa al Río de la Plata, formó parte del grupo de mujeres que auxilió a los milicianos del Tercio de Andaluces que defendió la ciudad en la zona de Barracas. El comandante de ese cuerpo, José Merelo, relata en el parte de guerra que María Remedios «asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere». Su esposo integraba el Batallón de las Castas, grupo de voluntarios indios, pardos y morenos que participaron en la reconquista de la ciudad comandado por el teniente Juan del Pino.

En 1810 adhiere a la Revolución de Mayo. En julio de ese año, junto a su esposo e hijos, se incorpora a la división comandada por Bernardo de Anzoátegui del Ejército del Norte. Entonces asiste a la tropa curando heridas y proveyendo alimento. En 1811 combate en la batalla de Huaqui, donde las fuerzas independentistas son derrotadas. En 1812 Manuel Belgrano se pone al frente del Ejercito del Norte, María Remedios participa activamente en el Éxodo Jujeño y en la batalla de Tucumán, donde adquiere un protagonismo relevante cuando, haciendo caso omiso de los prejuicios de su comandante, arremete desde la retaguardia. Se destaca también en la batalla de Salta, donde, tras el repliegue del ejército español, la soldadesca comienza a llamarla “Madre de la Patria”. Desde entonces Manuel Belgrano le permite combatir en el frente de batalla y la designa “Capitana del Ejército”. En cada una de estas batallas recibe profundas heridas, pero la única irrecuperable fue la pérdida de su marido y sus dos hijos. En octubre de 1813 los realistas derrotan al Ejército del Norte en Vicalpugio y un mes más tarde en Ayohuma. En esta última batalla, da combate al tiempo que asiste a la tropa. Pasa a la historia como una de las Niñas de Ayohuma. Pero tras recibir una herida de bala es tomada prisionera por los españoles. No se rinde. Desde el campo de prisioneros colabora en la fuga de varios oficiales de su ejército. Advertidos los realistas de esta maniobra la someten al escarnio público, durante nueve días recibe azotes que dejan huellas en su cuerpo y rostro. No se rinde. Logra escapar y se reintegra al ejército libertador, empuñando las armas y ayudando a los heridos en los hospitales de campaña. Más tarde se une a las fuerzas de Martín Miguel de Güemes y de Juan Antonio Álvarez de Arenales. Herida en seis oportunidades, su ímpetu de batalla es un ejemplo de coraje.

Concluida la guerra, con mucha pena y sin ninguna gloria, regresa a la ciudad de Buenos Aires. Cansada de golpear puertas y escribir misivas a quienes habían sido sus pares en el campo de batalla y sumida en la más completa indigencia, se refugia en un rancho de las afueras. El hambre, el desamparo y la soledad la llevan a mendigar en los atrios de las iglesias, en La Recova o la Plaza de la Victoria. Cuando la limosna no llega, se las arregla con las sobras que los conventos tiran a los perros.

Una mañana de 1820 el general Juan José Viamonte, con quien había batallado en Alto Perú, la reconoce vencida por el frío, acurrucada en La Recova. Comienza, sin suerte, a gestionar una pensión de guerra para La Capitana. En 1826, cuando es elegido diputado, consigue que la Sala de Representantes considere otorgar un reconocimiento monetario por los servicios prestados a la patria por María Remedios. Recién en 1828 los ediles conceden una pensión de apenas 30 pesos mensuales. Es decir, 1 peso por día en una ciudad donde la libra de aceite rondaba $ 1,45, la de carne $ 2 y la de yerba $ 0,70.

En 1830, el flamante gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, la asciende a «Sargento Mayor de Caballería» y la incluye en la plana mayor del Cuerpo de Inválidos, con el sueldo íntegro de su clase y jerarquía de, aproximadamente, 400 pesos. En gratitud hacia quien la sacó de la indigencia, María Remedios del Valle cambió su nombre a Remedios Rosas.

Murió el 8 de noviembre de 1847, sin haber recibido en vida nada más que un estipendio en reconocimiento por su colaboración en la Guerra de la Independencia. Desde 2013 y a partir de la sanción de la Ley 26.852, ese día se conmemora en Argentina el Día Nacional de las y los Afroargentinos/as y de la Cultura Afro.

¿Suma votos la derecha al vandalizar las Baldosas de la Memoria? ¿Suma votos la derecha al habilitar el Salón Dorado de la Legislatura porteña a la hija de un genocida para que, solapadamente, reivindique el Terrorismo de Estado? ¿Suma votos la derecha al incinerar el monumento en homenaje a María Remedios del Valle, inaugurado hace menos de un año en la plazoleta Alfonso Castelao?

¿Qué nos está pasando como sociedad? ¿Cómo se inició esta barbarie? ¿Somos conscientes de que esta es la llama de un nuevo fascismo conveniente al poder económico internacional?

En este país no existen salvadores ni salvadoras, hay sí una deshonrosa voluntad entreguista de quienes encabezan las candidaturas presidenciales. Hay secuaces, hay miserables y hay imbéciles. La desesperación económica del día a día, sumada a la falsa ilustración -que nos proporcionan los medios de comunicación y las redes sociales-, hacen caer a millones de personas en la peligrosa trampa del odio y el resentimiento.

No queremos ser negros, pero venimos de esos barcos, los que trajeron a este continente a millones de personas esclavizadas desde África. No queremos ser indígenas, pero por nuestras venas fluye la sangre de esta tierra. Queremos ser europeos, pero olvidamos que los que llegaron a este continente, nuestros ancestros, tal vez, fueron los desclasados y los parias de esa tierra blanca. Es hora de que nos aceptemos como hijos e hijas de este continente maravilloso, rico, diverso, y sin embargo terriblemente desbastado por contiendas estériles.

Es hora de que aceptemos nuestra Historia, la verdadera, esa que no está escrita en las páginas mitristas, sino la que persiste en las venas y en la memoria colectiva, en los archivos negados por los «liberales», la que explica los hechos que hoy mismo nos conmueven.

Fotos: Télam 

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