Entrevista a Camila Sosa Villada

“Escribo cursilerías sobre las luchas que libran las personas contra la pobreza»

por Josefina Marcuzzi

Bajo una impronta de delicadeza y sensibilidad y con una pluma soberbia, Camila Sosa Villada, autora de “Las malas”, vuelve a romper todos los esquemas con “Soy una tonta por quererte”, un libro de nueve cuentos en donde retoma la furia travesti y la vida en los márgenes mediante personajes cotidianos que se funden con criaturas exóticas para dar cuenta de los límites que a veces se tienen que transgredir para sobrevivir. «Como soy travesti a mí me han robado toda la puta vida, todo, me han sacado absolutamente todo de las manos», dice.

Sosa Villada prende la cámara y aparece en un primerísimo plano con los ojos con un delineado de gato perfecto y la piel brillante, espléndida. Pide perdón porque de fondo suena el lavarropas, se ríe. Hace unos días volvió de una gira por Europa, donde fue a presentar su libro, y está como con jet lag. Y también un poco harta, pero feliz.

La escritora, actriz y poeta nació en La Falda, Córdoba, y estudió Comunicación Social y Teatro. «Las malas» es la novela que la consagró como una de las autoras argentinas más sólidas y transgresoras de la escena literaria de hoy, historia que además la llevó a ganar los premios Sor Juana de la Feria de Guadalajara y el Finestres de Narrativa.

Sosa Villada se divierte. Pareciera que el humor y lo lúdico fueran el rayo que la salva del barro y la eleva. Es escritora y actriz pero también es La chico Camila en Twitter: ahí se pone picante y publica fotos desnuda. Es «La novia de Sandro», la exbloggera, hoy poeta; es también un poco mexicana, país que quiere y admira. ¿Es, acaso, algunas (o todas) las protagonistas de los cuentos de este libro que acaba de publicar Tusquets?

La constitución del yo, de la voz narradora, es muy diferente en los cuentos de “Soy una tonta por quererte” que en la novela «Las malas». ¿Cuánto hay de elección y cuánto de imposición (o presión) de “lo travesti” en las voces de estos cuentos?

Ninguna presión. Sí hay una intención oral, y en eso me ha servido ser actriz y estar en los escenarios, porque yo pensé a la narradora de cada cuento como un personaje particular, en primera o en tercera persona. Los pensé como personajes diferentes, siempre. Podría sentarme y describir como son cada una de ellas. Quienes escriben esas historias no alcanzan a ser yo, Camila, en esa escritura. Lucrecia Martel decía que en «La ciénaga» ella ponía la cámara como si la escena la estuviera mirando un niño. Ese es su lugar como directora, la mirada que tiene sobre su propia película. Entonces pienso, ¿qué espacio hay para mí como escritora en estas historias? Más allá de los personajes y de la semántica de los cuentos, también pienso en mi lugar como escritora dentro de cada historia. Y es una pregunta que me hago: ¿Dónde estoy en «Las malas», dónde estoy en «El viaje inútil», dónde estoy en «La novia de Sandro»? y para todo tengo una respuesta más o menos de qué clase de persona está escribiendo eso.

¿Y qué lugar tenés como narradora, concretamente, en «Soy una tonta por quererte»?

Es como si yo tuviera una casa de muñecas, si se quiere un poco siniestra, un poco derruida, o raída, que tiene criaturas que de alguna manera han sido apartadas. Han sido apartadas por su cabeza, por su apariencia: por circunstancias de un orden. De un orden que supuestamente protege a las personas. Son seres que están como si fueran del movimiento sin tierra: no tienen casa, no tienen techo, no tienen dónde ir a pedir auxilio. Por lo general están, como se decía antes, «dejados de la mano de Dios».

En la génesis y el proceso de este libro estuvo Juan Forn. ¿Qué fuerza tomó tu obra bajo su acompañamiento, cuál es la impronta que dejó?

Él me sugirió escribir cuentos. Sólo eso. No se la va a llevar de arriba, aunque esté muerto. Siempre me dijo que yo tenía que escribir cuentos para que me tomaran en serio, como una narradora y no como una cronista de mi propia vida. Yo estaba enojada con él por el prólogo que me había hecho en «Las malas», porque a raíz de ese prólogo todo el mundo me preguntaba si existía la Tía Encarna, si existía tal o cual personaje. Hubo toda una épica alrededor del libro que yo no entendía, y él lo hizo sencillamente para vender libros. Fue muy inteligente. El cuento que le da título a este texto, «Soy una tonta por quererte», se lo envié a él para que lo lea. Y él me respondió: “mirá, yo le veo tufillo a ‘Las malas’, le veo un deja vu”. Y yo le dije: “qué pelotudo que sos, sabía que me ibas a responder eso”. Y cuando llegó la hora de armar el libro y de mandar todo el material a Liliana (Viola), ella miró ese cuento y dijo: “este es el cuento que te hace quedar mejor parada que en ‘Las malas’”. Y para mí fue súper importante esa diferencia de mirada, y que ella haya entendido algo de esa historia que a él se le escapó.

 Venís de una gira por la península escandinava, donde llevaste tu libro a varios países. Con «Las malas» hubo algunos problemas con las traducciones, por ejemplo con el alemán y la palabra travesti. ¿Qué dificultades específicas tienen las traducciones de tus libros que construyen un mundo muy específico, donde el significado de cada palabra es fundamental?

En alemán no tienen el plural, travestis. En Suecia también. La traducción al sueco, de hecho, fue muy criticada, porque no habíamos encontrado una traducción mejor para esa palabra. Y cuando fui les pegué una sacudida… No existe traducción porque no tienen idea de lo que es ser travesti, la palabra travesti, lo que significa en Latinoamérica ser travesti. Y lo que comenzó a significar después de toda esta teoría queer, que baja con Paul Preciado, que estatuye cada decisión de género tomada. Eso a las travestis nos queda muy chico, no es posible encasillarnos en alguna de esas categorías. En la edición yanqui escribí un pequeño prólogo, poético, mínimo, de una página, que también va a salir en una edición portuguesa. Lo curioso es que cuando tienen que hacer promoción del libro me dicen: ‘lo que pasa es que si decimos travesti, va a haber mucha gente que se va a ofender’. Y me preguntan si pueden usar la palabra trans. Usen la que se les cante el orto, si yo ya escribí el prólogo, ¿Qué me importa? No es un problema para mí, es un problema para quienes traducen. Yo les respondo, les explico lo que pienso de esto. Porque además tampoco es algo que yo haya nombrado así desde siempre. Yo decía travesti, después cuando vi que era un poco más higiénico decir mujeres trans, comencé a decir mujeres trans. Y después en algún momento la sola vocación de hacer la contra me llevó a plegarme por usar la palabra travesti. Hay muchas mujeres trans que no pueden nombrarse travestis. Y no es por una cirugía que te hayas hecho o por el grado de intervenciones hormonales que pueda llegar a tener tu cuerpo, sino por una cuestión de circunstancia, de modo de vida, una disposición en contra tuyo del mundo que hace que vos te termines nombrando de esa forma.

En este libro de cuentos hay robos: un reloj, una pulsera de oro, el diamante de Billie Holiday, el robo de Flor de Ceibo a sus clientes. ¿Qué te pasa con eso? ¿Te divierte?

Claro, poner algo de suspenso en la historia. Es decir, en determinada estructura de la historia, el hecho de que ellas roben algo hace que se ponga en peligro en la cabeza del lector la tranquilidad con la que viene leyendo. Si la protagonista del cuento de los rugbiers (¡alerta spoiler!) es descubierta con el reloj al salir, porque bien la podrían haber revisado, hubiera tenido un desenlace diferente.

Y como lectora se siente como un triunfo…

Creo en eso, sí. No van a faltar los discursos de: ‘Ahhh, están robando, ahhh, qué mal’. Pero bueno, como soy travesti a mí me han robado toda la puta vida, todo, me han sacado absolutamente todo de las manos. Y todos estamos siendo robados. Entendiendo que todas las personas se quedan con algo ajeno, no me preocupa tanto el tema de la ética, o si es una venganza. Lo miro como un gesto natural, un gesto inevitable. Yo me robaba las medias de un negocio o un rímel de una farmacia cuando era pendeja, porque no tenía la posibilidad de hacerlo de otra manera. No robarlo significaba no tener nada para mí. A los clientes los he bolsiqueado alguna vez, 40 o 50 pesos. No me preocupa la ética en ese sentido.

No te preocupa la ética en tu literatura en general….

(Risas) Para nada. Ni en la literatura ni en la vida real. Conozco mi existencia y la existencia de las personas que están cerca de mí. No sé si ellos están todo el tiempo pensando como un católico apostólico romano, a ver si los pasos que están dando los demás están atentando contra algo o alguien. A veces fantasmean a una mina, fantasmean a un vago, a veces son hirientes, a veces son injustos con sus parejas. Y en el medio van viendo cómo hacer las cosas. Yo también hago lo que puedo, como puedo.

Hay varios cuentos que retoman la idea de pobreza y de otredad, también de la identidad marrón. ¿Cómo es tu relación con ese mundo hoy?

Ahora tengo una mirada que es literaria sobre esa vida. Una especie de cursilería alrededor de las luchas que libran las personas contra la pobreza. No es una mirada activista ni política, ni de interés social. Es exclusivamente literaria, poética, del orden de la belleza y del orden del horror. Creo que no estamos acostumbrados a leer cosas que vengan de otras regiones que no sean la clase media porteña. Todo está anclado en Buenos Aires y en una clase, y lo que se sale de eso es mirado como algo extrañísimo. ¿Cómo se merienda en el campo antes de salir a defender tu casa de unos maleantes? ¿Cómo se baña una persona que no tiene agua caliente? Hay todo un ejercicio literario, una descripción, un movimiento que me parece interesantísimo en esos rituales. No voy a escribir sobre reuniones de mi madre con sus amigas jugando al bridge, porque no sé nada. Escribo sobre lo que sé.

Foto/Fuente: Télam

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