Eso que llaman amor al arte, también es trabajo no remunerado

por Maia Kiszkiewicz

El reconocimiento de la labor cultural como trabajo es una deuda que se sigue traduciendo en precarización. Esto, incluso, influye en la propia percepción de quienes le ponen el cuerpo a las práctica. “A raíz de la situación económica que devino de la pandemia, entendimos que somos trabajadoras. Algunas no habíamos caído en la cuenta. Y, en eso, nos dimos cuenta de que somos un sector súper precarizado y de que vamos a tener que trabajar juntos fuertemente”, contaba, en 2020, en comunicación con Periódico VAS, Marisa Vázquez, cantante, compositora, abogada y miembro de Tango transfeminista. “Muchos trabajamos de otras cosas para poder trabajar de escritores”, decía, en una nota realizada en julio por este medio, Marcelo Guerrieri, presidente de la Unión de Escritoras y Escritores, docente, tallerista y autor de cuentos y novelas. Ese mismo mes, la actriz y directora teatral afrocubana Alejandra Egido, relataba a este medio, que «la fragilidad en términos laborales y artísticos que se evidenció con la pandemia es tan inmensa que nos hizo tomar conciencia de la inconsistencia de larga data que sobrellevamos como hacedores de cultura”.
En estos dichos quedan a la vista dos problemáticas. Por un lado, que el quehacer artístico difícilmente tiene el reconocimiento económico que posibilita la subsistencia de quienes deciden ocupar su tiempo en investigar, pensar y producir materiales sonoros, visuales, literarios o escénicos, entre otros. Y, por el otro, que cuando aumenta la brecha entre salarios e inflación se necesita dedicar más horas a eso que es remunerado y queda menos tiempo para la producción de arte.
Con el fin de que se reconozca la labor de quienes producen capital cultural, desde diferentes áreas se juntaron a pensar y expresar sus necesidades y proponer alternativas que generen herramientas para reconocer económica y discursivamente sus trabajos. A la vez, la búsqueda por los derechos se hace evidente ante el primordial reclamo de obtener jubilaciones reguladas que se relacionen con sus campos de labor.

Artes visuales
Artistas Visuales Autoconvocades Argentina (AVAA) es una red colaborativa que incluye a personas de todo el país y surge a partir de la emergencia sanitaria por el COVID-19 para seguir trabajando colectivamente sobre las problemáticas del campo de las artes visuales a corto, mediano y largo plazo.
Desde este espacio, expresan que el impacto multidimensional de la pandemia evidenció aún más la precarización del sector. Una amplia mayoría de artistas y trabajadores de la cultura quedaron prácticamente sin ingresos y sin posibilidad de acceder a trabajar o desarrollar sus actividades. AVAA produjo un proyecto de ley que incluye la importancia de que en las escuelas se muestren obras de artistas locales y destaca el rol de la producción visual en el flujo económico a través de los consumos intermedios. Es decir, la compra de pinturas, pinceles o todo insumo que se requiera para producir. “El proyecto está listo, ahora necesitamos llegar a la instancia de revisarlo con asesores de Cámara de Diputados o Senadores”, dice, en comunicación con Periódico VAS, Sofía Torres Kosiba, parte de AVAA.
La búsqueda incluye una Ley de Jubilación y de Monotributo, subsidios específicos y un Instituto Nacional de Artes Visuales que regule las condiciones laborales y sea un organismo rector de la promoción, fomento, estímulo y apoyo.
Al mismo tiempo, quienes conforman AVAA se encuentran trabajando en el análisis de los datos recolectados en el Primer Auto-Censo Nacional de Trabajadorxs de las Artes Visuales, creado por Artistas Visuales. A la vez, el 13 de agosto lanzaron, en conjunto con Nosotras Proponemos, la Asociación de Artistas de Rosario, Trabajadorxs del Arte Feministas y La Lola Mora, un tarifario actualizado sugerido para el sector que sirve como herramienta reguladora del precio estimado por colaboraciones, muestras, charlas o talleres.

Danza
El Frente de Emergencia de la Danza es un espacio que aúna a más de 45 agrupaciones y proyectos de danza del país. Surgió ante la Emergencia Cultural de 2020 y, además de difundir y promover actividades, sostiene antiguas luchas del sector. Mientras busca la forma legal de regular la labor para tener jubilaciones correspondientes, promueve la creación del Instituto Nacional de la Danza. El proyecto para generar este espacio que fomente, promocione y estimule la actividad se presenta en el Parlamento, cada dos años, desde el 2012. Pero aún sigue sin ser sancionado.
La creación del Instituto no solo brindaría la posibilidad de que quienes hacen danza puedan generar proyectos que atiendan a las particularidades de la actividad. Sino que, también, incluiría un Centro Nacional de Documentación de la Danza para la recopilación, recuperación, conservación, difusión y estudio del patrimonio; un Observatorio para el estudio, evaluación, cuantificación y planificación de políticas para el sector; y un Registro Nacional de la Danza como base de datos de acceso público de artistas, grupos, docentes y espacios, incluyendo las actividades de formación, creación, producción, exhibición, investigación, documentación y cualquier otra que pudiera surgir en el futuro.

Literatura
“¿En qué lugar estamos? Podemos arrancar en 2001, con la Ley de Fomento a la industria editorial. Ley que se aprobó y está en vigencia pero nunca se reglamentó ni se llevó adelante. Podemos expresar eso como un antecedente. Después hubo un intento, la llamada Ley Coscia, en 2008, 2009, que fue el intento de crear un Instituto del Libro. Hubo un debate intenso, se aprobó en Diputados. Llegó a Senadores y se cayó. En 2019, Filmus presentó un proyecto, avivó el debate. Ese proyecto no se pudo tratar. Ese es el estado en el que estamos”, dijo Marcelo Guerrieri, el 14 de agosto, en un conversatorio en el que representantes de editoriales, imprentas y personas que se dedican la escritura se reunieron para seguir pensando y debatiendo sobre la importancia de la creación de un Instituto Nacional del Libro que ordene, regule y fomente la producción editorial argentina. Desde la Unión de Escritores y Escritoras, también buscan que el reconocimiento de la labor lleve a la posibilidad de acceder a una jubilación.

El arte como derecho
Uno de los mayores obstáculos a la hora de debatir sobre los proyectos, es la economía. Las agrupaciones dedicadas a distribuir o editar artistas independientes son, muchas veces, también espacios que no dependen de empresas ni manejan grandes cantidades de dinero ni reciben subsidios e, incluso, en muchos casos, esa persona que es parte de una sala de arte o de una editorial también tiene otros trabajos para poder vivir. Por eso, en ese espacio que se abre ante la imposibilidad de que, por ejemplo, una editorial independiente reconozca de forma económica todo el proceso de trabajo de escritura, y la persona que imagina historias y las pone en palabras, se necesitan políticas públicas de fomento a la creación.
“Aportamos a la construcción simbólica de nuestra sociedad y nuestra historia; imaginamos y comunicamos otras formas de hacer mundo y relatarlo, creamos nuevas narraciones con cada realidad que transmitimos. En nuestro país, pareciera que la retribución por dicho aporte estaría sustentada básicamente por la posibilidad de venta de la obra como objeto de mercado, cuando en realidad el mayor esfuerzo que hacemos es el intercambio y la comunicación de ideas”, expresan quienes hacen artes visuales. Y repiten: “La producción artística es trabajo”.
Encerrar el quehacer artístico en el modo de producción que paga según la duración de la jornada laboral, sería inútil. No se puede anticipar con absoluta precisión cuánto se tarda en producir ni qué tamaño tendrá una obra. Intentar hacerlo sería parte de la pre producción, del trabajo. Sin embargo, hay posibilidades. Quienes son protagonistas expresan necesidades y proponen salidas para seguir aportando desde la práctica. Pero es necesario que estos sectores sean escuchados por quienes legislan y deciden los modos de apoyo y fomento a la producción local. Porque no solamente el acceso al arte es un derecho, sino que también lo es el tener la posibilidad de proyectar, desde las infancias, un futuro en el que la escritura, la música, la plástica o cualquier expresión poética pueda ser tomada con la seriedad que merece por el trabajo que implica y el aporte que hace a la historia, a la sociedad y a la cultura.

 

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