«Fulguraciones» de Renata Schussheim en el Cultural Borges

por Marina Sepúlveda

Simbólicas figuras de nadadoras y osos polares se dan citan en la novedosa muestra de Renata Schussheim bajo el nombre de «Fulguraciones», que presenta el Centro Cultural Borges hasta julio, en un cruce donde la profundidad del mar se eleva retroalimentando el misterio de la vida con sus luces y sombras, como si una dualidad onírica conectara la luminosa cúpula de Galerías Pacífico con una de sus salas, en un gris profundo, habitado por curiosas fotografías intervenidas.

Pensada para el espacio de ese centro cultural, la exposición es la primera que realiza Schussheim donde sus dibujos se trasladan a la tridimensión como eco de la experiencia del año pasado en la Sala Cronopios, del Centro Cultural Recoleta, lo que le planteó un desafío a la artista conocida por su trabajo como dibujante y vestuarista, sus colaboraciones con el coreógrafo Oscar Araiz y su estrecha relación con músicos como Charly García.

«Siempre es un desafío, aparte la muestra es tan rara para mí, tan fuera de lo habitual, ya que no es con dibujos, es como una instalación: fotos intervenidas, esculturas en otra escala, es algo muy nuevo, muy raro y muy misterioso», destaca Schussheim.

La muestra juega en ese «clima muy distinto entre una luminosidad blanca y radiante y todo lo otro que es más oscuro», explica Schussheim acerca de la exhibición que comienza con la instalación aérea de nueve nadadoras que sobrevuelan el piso de la Plaza de las Artes, en clara elipsis ascendente impulsadas hacia el techo de la cúpula vidriada.

¿Por qué las nadadoras? «Es una obsesión mía. Tiene que ver con algo muy femenino, con el mar, con zambullirse, con el agua», explica sobre un tema que la acompaña hace mucho tiempo al igual que «los gorros de nadadoras», delicadamente pintados en las livianas esculturas por sus manos.

La nadadora «es la vida misma, es sumergirte, nadar, nadar a favor, en contra de la corriente, zambullirte, salir, bracear, es un poco eso, en mares oscuros -hace una breve pausa- a veces, y la posibilidad de ascender», explica desde toda su franqueza y calidez.

La instalación de las nadadoras en tamaño real -salvo las que están más arriba- se hizo a partir del escaneado tridimensional del cuerpo de una bailarina y luego su impresión, lo cual constituyó un desafío, ya que «es difícil que sea una cosa linda, bella y no sea un arbolito de navidad, porque eso ero lo único que me asustaba», entonces se trataba de «encontrar un punto de equilibrio con algo luminoso y bello y que no fuera decorativo», dice sobre el conjunto que despierta la atención de los paseantes; y a sólo unos pasos, está el tránsito hacia la penumbra y el mundo de los «osos», en la sala gris.

«Siempre me fascinaron los osos polares. Tan blancos, misteriosos, como Moby Dick. Creí enloquecer cuando descubrí en internet (¡gracias J.M. Donat!) fotos que reproducen situaciones surrealistas con señores disfrazados de osos», escribe Schussheim en el texto introductorio de la sala que cobija la muestra, representada en una postal donde un oso sigue atento con su mirada «nostálgica» a las nadadoras del aire, porque para él es imposible poder volar.

A esto «se suma y entrelaza otra vieja obsesión que son las nadadoras. Aéreas, intensas, zambulléndose en falsos mares y cielos estrellados», un resultado en el que concilia y une esos «mundos», en su muestra «Fulguraciones».

Y como contrapunto que quita seriedad al ensueño de una travesía sugerente hacia otras historias, puede vérsela en una pequeña foto, casi como si fuera un chiste, en compañía de dos personas disfrazadas de simpáticos osos. El lugar, Madrid durante 2022, de regreso de un viaje por trabajo, y con la muestra ya en proceso.

Para esta muestra, la artista agradece al «equipo que me acompaña en concretar mis sueños», según escribe en el ingreso a la sala gris cerca del mural con su oso polar mirando las esferas que se elevan como estelas y las nadadoras.

Porque «Fulguraciones», como explica la artista no podría haber sido concebida sin el trabajo de Mario Astutti en la realización 3D de las esculturas, la música de Damián Laplace, la iluminación de Roberto Traferri o el video de la «gran ola» con Matías Otalora, así como la producción de Romina Del Prete, la Impresión fotográfica de Hernán Gigante y el diseño gráfico de Martín Gorricho en el espacio cultural anfitrión dirigido por Ezequiel Grimson y recuperado por el Ministerio de Cultura en marzo del 2022.

«Fulguraciones» puede, tal vez, pensarse explicada en esa definición de «Fulgurar: resplandecer, despedir luz o brillo intenso», como impulso a imaginar realidades, dice sobre la pared.

A un costado se ubica su poema gráfico «Nada» creado en pandemia durante 2020 donde entrelaza los temas y temporalidades de la muestra con la docena de dibujos pequeños sobre una nadadora y el mar, pensados como libro-objeto, aún en busca de editor.

La gran sala pintada de gris promete una sensación de inmersión con la música -compuesta por el hijo de Renata, Matías-, que envuelve el trayecto: «hay algunas palabras que no se entienden, música un poco de circo, pero como destruida, que tiene esa cosa infantil, pero tremenda», describe.

Al fondo, se observa un video que proyecta una ola que sube en eterno dinamismo hipnótico y exhala pequeñas burbujas al cielo. Ese video fue el resultado del trabajo realizado con Matías: «la ola pasó por miles de diferentes formas, primero pensé que la iba a dibujar, pensé en las nadadoras, después en Nada, en la ola de Hokusai («La gran ola de Kanagawa») y finalmente él dibujó y armó esta ola» y para establecer el momento del loop surgió como interrogante «¿y si no rompe nunca?», explica.

En las paredes de la sala, en un juego de tensiones y tantas historias y emociones como personajes representados, hay 22 dibujos realizados sobre fotografías de la década de 1930 y 1940, en blanco y negro: hombres disfrazados de osos blancos junto a personas posando, entre los que hay niñas y niños, jóvenes, mujeres, parejas, en la playa u otros lugares también intervenidos, y un atisbo tenue de celeste en un cielo dibujado.

Luego están las pequeñas esculturas de la nadadora sentada, preciosamente modelada, detallista, en 3D, con los ojos pintados en blanco, «neutros», porque «la mirada es muy delicada», dice Schussheim.

«Me gusta velar la mirada porque es más misterioso, y ya hay muchas miradas en las fotos, es tremendo», afirma sobre toda la paleta de emociones que despiertan los rostros, como la del niño con sus manos rojas. Pero, también está la pequeña figura de una nadadora en el agua, y por último, de nuevo, el oso polar erguido, igual que en la postal, con su cabeza en alto oteando el horizonte.

La artista no está interesada en exponer el «osito de peluche» sino «algo más tremendo» que la «alucinó» de esas imágenes con personas disfrazadas de oso, en anónimas fotografías de época, situadas en pleno ascenso del nazismo en Europa.

La diferencia con la escultura del oso es que en las fotos «son hombres disfrazados, y este es un oso de verdad y es mucho más benéfico que el disfraz», porque «el disfraz siempre es como irreal, hay una reproducción pero es fantasmagórico, entonces es más tremendo que el oso natural», explica, sobre el gran animal del ártico, que visto en los documentales parece inofensivo.

En ese espacio, el contrapunto, se instala entre «los chicos y toda la gente sonriendo, en pleno nazismo, es algo tremendo», aunque «también hay mucho humor», dice.

«Estas imágenes son surrealistas, gente en malla y un señor con un disfraz de oso que debe pesar 20 kilos por lo bajo, la situación es un delirio impresionante, surrealista», afirma.

Cuando me invitó Grimson me imaginé todo, vi la cúpula y dije qué hermosura para hacer algo», algo posible desde su descubrimiento del 3D con lo que está «engolosinada» desde su trabajo con Astuti y la sirena por las «posibilidades que brinda la liviandad del material», aunque dice sentirse «un poco Frankenstein» como cuando se hace un retrato que «captura a esa persona», algo trasladable a este otro medio como el escaneado tridimensional del cuerpo de la bailarina que sirvió de modelo.

Con el humor muy presente, la artista dice que mientras pintaba se reía sola, y cuenta qué le sucedió cuando Grimson la invitó a pensar una muestra para un lugar tan complejo: me «relampaguearon las pupilas porque me imaginé primero la cúpula, pero después toda esa sala con su aire muy industrial». Pidió que la sala fuera pintada de gris: «me encanta crear un ámbito, ponerle música, iluminarlo para que uno pueda hacerse su viaje cuando lo ve», dice la artista, al comparar el proceso que lleva a la muestra con una puesta teatral.

«Fulguraciones» podrá visitarse de miércoles a domingo de 14 a 20, en el Pabellón II y Plaza de las Artes, en Viamonte 525, Ciudad de Buenos Aires, con entrada libre y gratuita, hasta el mes de julio.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *