¿Hacia dónde vamos?

por Rafael Gómez

Tras asumir Javier Milei como presidente de Argentina el 10 de diciembre del 2023, y escuchar los discursos, anuncios y decretos, de él y de sus principales ministros, millones de argentinos nos hacemos las siguientes preguntas:

¿Vamos hacia la libertad o hacia la opresión? ¿Hacia el bienestar o hacia la pobreza? ¿Hacia la derecha o hacia la anarquía? ¿Hacia la colonia o hacia la soberanía? ¿Hacia la cultura o hacia la ignorancia? ¿Hacia el progreso o hacia la manipulación? ¿Hacia la supervivencia o hacia la catástrofe?
En su primer discurso presidencial, Milei describe minuciosamente una catástrofe económica y social que, según él, asola al país desde hace 100 años. Estamos próximos a una hiperinflación anual de 15.000 %, dice (cuando en realidad ronda el 140%), la pobreza podría llegar al 90% y la indigencia al 50%. Los salarios reales fueron destruidos, dice, están alrededor de 300 dólares mensuales, cuando deberían estar entre 3000 y 3500 dólares si se hubiera aplicado el régimen neoliberal, dice. Y en materia de seguridad, Argentina se ha convertido en un baño de sangre, los delincuentes caminan libres mientras los argentinos de bien se encierran tras las rejas, dice (sic). Además, la mitad de la población es pobre y el sistema de salud se encuentra completamente colapsado, los hospitales están destruidos, los médicos cobran miserias y los argentinos no tienen acceso a la salud básica, dice (mintiendo). La educación también está colapsada. Todo se debe a la pobreza. Pero los planes contra la pobreza generan más pobreza, la única forma de salir de la pobreza es con más libertad, dice enigmáticamente citando a Jesús Huera de Soto.
Y luego de leer varias hojas describiendo un panorama apocalíptico, cuando ya todo está perdido y el público desolado se hunde en una marisma, Milei tira una soga, aporta su solución: lo único que puede y debe hacerse, dice, es el ajuste; un ajuste que no sea gradual -como el que se estaba haciendo- sino de shock.
Aquí pide entonces el sacrificio, porque habrá estanflación, inflación y a la vez recesión, explica, pero será por unos meses (no dice cuántos) y después emprenderemos el camino del progreso, dice. Y explica que estamos por comenzar una nueva era en Argentina tras 100 años de fracasos y malas políticas populistas. Dice que será muy difícil y duro remontar, pero que él está dispuesto a hacerlo. Y que el ajuste de shock también será muy duro para el pueblo. Entonces, a modo de estímulo, trae a colación una frase de quien considera el mejor presidente que ha tenido el país: Julio Argentino Roca (quien fue en realidad un genocida y un vendepatria). La frase que le atribuye es: “Nada grande, nada estable y duradero se conquista en el mundo (…) si no es a costa de supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios” (Tal vez aludía Roca a la conquista del desierto, a la tremenda matanza de indígenas, a la usurpación y al loteo de la Patagonia para el beneficio de algunos europeos).
Y es a los tiempos de Roca, en los que el presidente Milei ubica el bienestar, el auge económico y social del país, donde propone llevarnos; cuando Argentina fue la primera potencia mundial, mientras que ahora está en el puesto 140, dice (mintiendo). A esos tiempos parece querer volver por sus convicciones y anuncios este presidente, donde él ubica el auge del liberalismo y el progreso del país.
Milei oculta o ignora, que para lograr ese objetivo no sólo tendría que cambiar el país inaugurando una nueva era, también tendría que cambiar el mundo para reproducir las circunstancias de ese particular progreso. Lo cual resulta del todo imposible. El asunto, si Milei lo ignora, es grave porque se trata de un presidente de la Nación, que tiene poder para emprender ese proyecto temerario. Y si lo oculta se trata de un engaño, una mentira. Lo cierto es que Milei reconoce cien años de fracasos y retrocesos desde la época de Roca y los atribuye a la clase o casta política y al crecimiento del Estado -también provocado por la clase política-. De aquí en más su discurso pasa de la ideología liberal y se torna religioso. Dice: “Hoy comienza una nueva era en Argentina. El desafío que tenemos por delante es titánico, pero la verdadera fortaleza de un pueblo se mide en cómo enfrenta a los desafíos cuando se presentan y cada vez que creemos que nuestra capacidad para superar esos desafíos ha sido alcanzada, miramos el cielo y recordamos que esa capacidad bien podría ser ilimitada”. (sic)
Entonces cita la fiesta judía de Janucá, que celebra un remoto episodio bíblico supuestamente ocurrido hace más de 2.200 años, cuando los macabeos amparados por las fuerzas del cielo se rebelaron contra el Imperio seléucida y triunfaron. Y termina diciendo: “Dios bendiga a los argentinos y que las fuerzas del cielo nos acompañen en este desafío. Viva la libertad carajo”. (sic)

Entre ellos y nosotros
El 12 de diciembre, después de varias demoras, se emite un discurso grabado por el ministro de Economía Luis Caputo con medidas concretas, proyectadas desde los anuncios de Milei. Dice Caputo que el gran problema económico de los argentinos, ignorado por la mayoría, es el déficit fiscal. Dice que somos adictos al déficit fiscal y que esa es la causa de nuestros males. Y explica: Si en una casa se gasta más de lo que ingresa, entonces se le pide plata a un pariente, a un amigo o a un banco para cubrir la diferencia. En un país ocurre lo mismo: Si un país quiere gastar más de lo que recauda, entonces le pide plata al mercado, a los organismos multinacionales de crédito como el FMI, o le pide más emisión al Banco Central y genera inflación. Lo que aparece como malestar en la gente es la deuda y el aumento del dólar, el descontrol de precios, pero la causa es el déficit fiscal, dice. Debemos acabar con nuestra adicción al déficit fiscal.
Emitido este diagnóstico y su tratamiento, Luis Caputo lee una serie de medidas como la suba del dólar oficial al doble, el despido de trabajadores estatales contratados, la liberación de las importaciones y el aumento de las tarifas de los servicios públicos, que impactarán fuertemente sobre la mayoría de la población. Pero no sobre la casta política, los bancos privados, los terratenientes, ni las corporaciones.
¿Cómo interpretar todo esto? Parecerá banal, pero el discurso tiene un error de sintaxis muy marcado en el uso de la tercera persona y primera persona del plural. Entre ellos y nosotros. En principio, la analogía que plantea el ministro Caputo entre la economía de una familia y la economía de un país no se sostiene. Hay muchas diferencias. Y una fundamental es que nosotros no controlamos ni dirigimos la economía del país, como sí podemos hacerlo en nuestras casas. Nosotros no somos adictos al déficit fiscal -como dice el discurso-. Ellos son los adictos al déficit fiscal. La clase política, los banqueros, las corporaciones. Ellos son los que controlan, dirigen e influyen en la economía del país, el propio Caputo -que fue empleado de la banca JP Morgan, del Deutsche Bank, y ministro de Finanzas y presidente del Banco Central durante la gestión de Macri- es uno de ellos. Nosotros somos dueños de casa, no diseñamos la economía del país, no tomamos deuda ni generamos el déficit fiscal (como es el caso de Caputo).
Hay que evitar la confusión entre ellos y nosotros que provoca el Ministro, porque la verdad es que el déficit, la deuda y la inflación fue (y todavía es) generada por ellos -por la clase política, los bancos y las corporaciones- para aumentar sus ganancias. Y nosotros, el pueblo, los que trabajamos para sostener nuestras casas, somos quienes pagamos las ganancias de ellos a través de ajustes como los que acaba de anunciar el ministro Caputo.

El modelo cierra con represión
Pero como se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a muchos todo el tiempo, este modelo -el de las ganancias de ellos y las pérdidas de nosotros- cierra con represión. Y el 14 de diciembre, dos días después que Caputo y cuatro días después que Milei, aparece en escena otro personaje integrante de la clase o casta política y servil a las corporaciones: Patricia Bullrich (que fue montonera, diputada por el peronismo, ministra de Trabajo y de Desarrollo Social en el gobierno de De la Rúa, diputada por el partido que formó con Elisa Carrió, y ministra de Seguridad -como ahora- durante el gobierno de Macri en 2015).
“Sin orden no hay libertad y sin libertad no hay progreso”, dice como si fuera un axioma a los periodistas. “Estoy aquí como ministra de Seguridad para presentar el protocolo para garantizar el orden público frente a los cortes, piquetes y bloqueos que sufren muchas empresas en Argentina”, dice Bullrich leyendo en una tableta. “Hemos vivido muchos años bajo un desorden total y absoluto”, lee con enojo.
El protocolo habilita a cinco fuerzas de seguridad para intervenir y diluir sin previo aviso y con toda la energía necesaria la ocupación de las calles por manifestantes o militantes políticos, con la excusa de que entorpecen el tránsito vehicular e impiden a los vecinos llegar normalmente a sus casas o sus trabajos. “Las calles no se toman”, grita Bullrich frente a la tableta. Lo que intenta evitar en realidad es la protesta callejera y una revuelta social, tal como la que hubo el 19 y 20 de diciembre del 2001, ante un ajuste económico similar a éste, que acabó con el gobierno de De la Rúa (también neoliberal como éste e integrado por la misma Bullrich, como ministra). El protocolo ordena a los manifestantes solamente transitar por las veredas, habilita controles y requisas en colectivos, trenes y estaciones para detectar palos, bombos y banderas e impedir la llegada de los manifestantes. Dispone quita de los planes sociales a quienes participen en un corte de calle. “Él que corta no cobra”, dice Bullrich. “Va a haber consecuencias muy serias para aquellos que vayan con niños a las marchas, porque no queremos que los usen como escudos”, dice amenazante. Y agrega que las fuerzas empleadas contra los manifestantes serán graduadas según la resistencia. ¿Esto quiere decir que no habrá límite? ¿Que, si por ejemplo 500.000 personas cortan la avenida 9 de Julio, serán reprimidas con un ejército? Además, condena a los participantes del corte, a los transportistas que los llevaron, a los organizadores y a los que financian. Y ordena pagar la represión policial a los organizadores. “Porque el que las hace, las paga” dice enérgica. (sic)
Este mismo protocolo intentó aplicar Bullrich cuando fue ministra de Seguridad del gobierno de Macri, pero no tuvo éxito. Hoy, ante los ajustes anunciados por Milei y Caputo, y estando cerca la movilización del 20 de diciembre, que conmemora la revuelta popular del 19 y 20 de 2001, que puso freno precisamente a los ajustes del neoliberalismo, Patricia Bullrich vuelve a la carga, agitando armas, policías, sanciones, multas y miedos, para que la gente no movilice, se quede en sus casas y la Libertad avance. ¿Cuál libertad? La de las corporaciones, por supuesto.

 

 

 

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