Justicia por Diana Sacayán

Juicio por el travesticidio de Diana Sacayán, impulsora de la Ley de Identidad de Género y Cupo Laboral travesti – trans

En el mes de marzo comienza el juicio oral y público por el travesticidio de la activista, periodista y militante por los Derechos Humanos, Amancay Diana Sacayán, brutalmente asesinada, la madrugada del 11 de octubre de 2015, en su departamento del barrio de Flores. Su causa, fue caratulada por los fiscales que llevan este caso como “crimen de odio por motivos de identidad de género, violencia de género y alevosía»,  siendo la primera vez en la historia que una investigación judicial reconoce la figura de travesticidio y de crimen de odio en el caso de una persona del colectivo travesti trans”.

Tras dos años de lucha, el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N° 4 de la Ciudad, habilitó las querellas de la familia, del Estado y las Fiscalías encabezadas por la Dra. Mariela Labozzetta y el Dr. Ariel Yapur, quiénes  solicitarán al Poder Judicial que dicte una sentencia ejemplar que reconozca este hecho como un travesticidio y un crimen de odio (art. 80 inc. 4 y 11 Código Penal de la Nación). Este juicio será histórico en materia de derechos humanos en general y para el colectivo de travestis y trans en particular.

Diana fue una de las impulsoras de la Ley de Identidad de Género que rige en nuestro país y de la Ley de cupo laboral travesti trans que obliga que el uno por ciento de la administración pública de la provincia de Buenos Aires sean personas travestis y trans. Ley aprobada en septiembre del 2015, pero nunca puesta en práctica.

A continuación reproducimos la nota «homenaje» a Diana Sacayán, realizada para Periódico VAS, por la comunicadora feminista Mariela Acevedo, editora de la revista Clítoris.

Diana: resistencia trava, sudaca, originaria.

El 13 de octubre de 2015 encontraron el cuerpo sin vida de Diana, la Sacayán: trece puñaladas, dos sospechosos detenidos en Marcos Paz, un travesticidio más. Su muerte nos dejó más desamparadas. Uso un nosotras que une a travas, lesbianas, putas, feministas, abolicionistas, locas, un grupo heterogéneo que muchas veces no puede ponerse de acuerdo en estrategias de lucha,  pero que nos encuentra juntas en la calle, en la precariedad de ese espacio que nos une y hace fuertes y nos deja desnudas cuando recibimos un golpe.

Ese martes 13, llegábamos del XXX  Encuentro Nacional de Mujeres en Mar del Plata -el primero en el que la represión no fue una posibilidad sino una concreta realidad sobre nuestros cuerpos – cuando la noticia comenzó a correr junto a la incredulidad y la triste certeza de que la “compañera de La Matanza” había sido asesinada en su departamento de Flores.

Su muerte sino había sido anunciada era una posibilidad cada vez que hacía visible su existencia: la violencia estructural marca la vida diaria de una mujer trans. Cualquier decisión que una trava tome, primero pasa por la mirada inquisidora de cualquier persona cis –una persona no trans- que cual guardián de la “normalidad” se siente autorizada de señalar lo que hasta el momento permanecía invisible: unas concretas barreras de acceso. Cualquier espacio actúa para las personas trans como un aeropuerto donde siempre son detenidas en migraciones y cuestionado su derecho a acceder: a la escuela, al hospital, a un local de ropa, a cualquier empleo. Toda decisión así, se convierte en algo plebiscitable, algo que la comunidad utiliza para marcar sus límites.

Diana vivía esto a diario, incluso siendo una referente reconocida que trabajaba por el colectivo trans en un organismo del Estado como el INADi había sido detenida y golpeada en agosto de este año por la policía Metropolitana, que intervino cuando una persona insultó a Diana…para pegarle a Diana. Ese día viajaba a La Plata para militar el cupo laboral trans pero terminó demorada nueve horas por negarse a ser nuevamente humillada por un transeúnte que no dudó en insultarla.

Atravesar el espacio público se convierte en una odisea para las personas trans, que también funcionan como espejo de los privilegios de las personas cis, si es que nos molestan las injusticias. La vida de Diana nos enfrenta a las personas cis, o a quienes pasamos por mujercitas y varoncitos héteros hechos y derechos a privilegios que hemos naturalizado. Un ejercicio rápido para la lectora o lector de estas líneas que no sea trans (es decir que haya aceptado la asignación sexual que hicieran de sí al nacer y luego la socialización diferencial que amorosamente le indicó su lugar en uno de los dos grupos posibles) consiste en listar privilegios (se lo robé a mi psicóloga que siempre me aconseja que haga listas con pendientes, con temas prioritarios, con deseos, etc.) ¿Alguna vez hiciste una lista con tus privilegios cis? Te tiro algunos: como mujer cis no se presupone que ejerzo la prostitución, no se cuestionaría mi deseo de ser madre, ni la elección de la docencia. Diana, en cambio con sus rasgos heredados de sus ancestras diaguitas, venida de Tucumán, conurbana y trava no tuvo privilegios de clase, ni tampoco los que hemos naturalizado las personas cis: se prostituyó unos años, hasta que pudo entender esa práctica como una forma de violencia ejercida sobre ella por ser trava y pobre, entonces abrazó el feminismo abolicionista: consideraba que la prostitución no era un trabajo, certeza que tenía por la cantidad de compañeras y amigas también travas y pobres, que como ella, eran violentadas en la calle por clientes y policías. Y cuando no podía ganar una discusión sobre la necesidad de regular la prostitución porque se había puesto muy teórica, levantaba su remera y te mostraba el tajo que le había hecho un cliente mientras increpaba a quien fuera con la pregunta “¿a vos te parece que yo puedo elegir esto?”

Transfobia, travestofobia y cisexismo

Tal vez parezcan sutilezas para discutir semántica, pero no creo que sea una tarea menor entender los lazos que conectan la violencia machista con las expresiones que criminalizan a los cuerpos trans. En varias provincias del país, la Fiesta del Estudiante es acompañada de un concurso de belleza que pone a competir a las adolescentes por el trono de Reina. Paralelamente se elige al “Mariposón”, un muchacho, generalmente el más canchero, “disfrazado” de chica: medias negras, tacos, falda corta, escote, peluca y bien pintarrajeado. Todo esto como parte de una fiesta en la que ninguna chica trans podría ser elegida reina y ser “mariposón” nunca contemplará reivindicar una identidad no heteronormativa.

Según un reciente informe, entre 2008 y 2014 se han registrado más de 1500 crímenes de odio a nivel global contra personas identificadas como putos, tortas o travas: el 80 por ciento de esas muertes sucedieron en América latina. Este año, hasta la muerte de Diana se habían contabilizado sólo en el país, trece travesticidios.  Debemos entender entonces que se tratan de crímenes motivados por la más extrema forma de discriminación, legitimada e invisibilizada.  Estos crímenes, además, están insertos en una trama en la que se enseña a las niñas que es deseable estar disponibles para ser juzgadas, medidas y pesadas, en donde se premia la burla al travestismo de heteromachitos en formación y donde verse como una mujer no coincide con encarnar un cuerpo deseante trans. Y también debemos comprender que esto sucede en la Argentina de la Ley de Identidad de Género en la que, por un lado una persona como Diana recibe de manos de la presidenta el DNI que la reconoce como se presenta al mundo mientras los ministerios de educación provinciales promueven y financian los concursos descritos arriba. Donde periódicamente se discute si sería recomendable regular la prostitución para asegurar los derechos de las personas en situación de prostitución en lugar de garantizar la existencia y la vida de todas las personas que han quedado al margen de los derechos más básicos, que han sufrido la exclusión temprana desde su familia e instituciones socializadoras como la escuela o el club. La única cara del Estado que muchas han visto –antes de la sanción de una ley que estableciera lo más básico y mínimo, el nombre con el que queremos que reconozcan nuestra identidad- fue el de la persecución, la represión y la reclusión que ejercieron sobre ella los agentes del orden.

La ley de identidad de género marcó un piso de derechos y un límite a la transfobia: aunque insuficiente, como bien planteó Diana, se trató de un avance significativo que puso en agenda los derechos de un colectivo cuyos derechos siempre fueron vulnerados. La transfobia se hizo explícita cuando en  2014, la Sacayán junto a las compañeras Lohana Berkins y Marlene Wayar, se pusieron al hombro un proyecto de Ley de reparación histórica: los medios y las redes sociales mostraron sin empacho que era posible mostrar ignorancia y prejuicio todo junto condimentado con odio disfrazado de chistes. El proyecto pretendía resarcir en metálico a quienes fueron privadas de su libertad por motivos relacionados con su identidad de género. Lo que los diarios y programas de tv reprodujeron (luego replicado en Facebook y twitter por usuarios que se sintieron legitimados en denunciar el atropello que sentían de que se premiara a los putos que habían elegido esa vida antes que a los niños de la calle, a los peones de campo o a los pobres jubilados) desató el pánico de sectores de población que no dudaron en hacer visible su desprecio. Ante el brote travestofóbico, Lohana Berkins expresó y desarmó los mitos que sostenían las objeciones al proyecto en el Suplemento Soy de Página 12. En “AUTOAYUDA contra LA TRANSFOBIA” escribe Berkins: “Jamás un derecho puede ser confundido con un privilegio. En este caso estamos hablando de darles derechos a quienes nunca los tuvieron. Junto con la Ley de Identidad de Género, éstos van a ser unos de los todavía incipientes derechos obtenidos. Privilegio sería, por ejemplo, que Flor de la V pidiera el subsidio. Privilegios son en todo caso los que tienen todos los que viven dentro la heteronormatividad, el privilegio de quedar del lado de adentro. Hace diez años, nuestras demandas principales eran que no nos mataran, ni nos metieran presas; hoy estamos peleando reparaciones (como las que se proponen el proyecto de ley presentado recientemente por la diputada Diana Conti). Sin dudas, las cosas han cambiado. La reparación es la excusa, lo que en verdad se discute es profundizar un modelo. En vez de debatir formas de avanzar, cuestionan la validez misma de otorgarles derechos a las poblaciones postergadas. Discutir, como ahora estamos haciendo, la calidad de un derecho debe asustar a quienes sienten amenazados sus propios privilegios con el avance de quienes estamos en los márgenes. Por eso se banaliza el tema: hoy hay un piso que amenaza.”

Lo que señala Berkins es lo que todavía, pese a la Ley de Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de género, cuesta remover y erradicar: el duro sexismo de hombres y mujeres cis contra una comunidad que adquirió algunos derechos que antes eran puro privilegio.

En aquella oportunidad la Sacayán, habló de “esas sujetas sin patria” que eran las trans cuando el “Estado ejercía persecución, hostigamiento, encarcelamientos”. Planteó el avance sustantivo que traía a las vidas de ella y sus compañeras la Ley de Identidad de Género, con la que por fin fueron reconocidas como sujetas de derecho, como ciudadanas plenas, a ejercer los derechos que se les garantiza a todas y todos. Aquel proyecto de ley tenía el propósito de correr los límites aún más todavía. “Viene a cumplir la palabra del perdón del Estado”, dijo Diana. Y agregó: “Es un proyecto en clave de derechos humanos. Yo lo equiparo al gesto de Néstor cuando bajó el cuadro de Videla”. Ese proyecto se truncó, por eso su muerte, en vísperas de una nueva restauración conservadora no puede dejar de ser leído como un quiebre, un momento en el que es necesario rearticular los espacios de resistencia y de gritar nunca más ni una menos.

La Matria trans

La poeta y bagualera Susy Shock siempre dice en sus noches bizarras donde desparrama sus coplas que la Pachamama es trans, condensa en sí lo masculino y lo femenino, es originaria, es artivista. Tal vez por eso, “esas sujetas sin patria” con las que Diana se identificaba y que muchas veces encontró en el otro el deprecio, el dolor y la mueca antes que la amistad desinteresada construyeron ese espacio: el de otras relaciones, el que enlaza a las feministas con la matria trans,  el de la lucha en las calles, el de la  militancia sudaca de travestis, mujeres y lesbianas, todas juntas, revueltas y hermanadas.

La militancia en el M.A.L que armó como espacio de lucha (el Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación al que le encantaba llamar por su sigla) la llevó a convertirse en la referente combativa que conocimos en las marchas, pero también en los pasillos de INADi u otras oficinas donde empujó las leyes de Identidad de Género y la reciente de cupo laboral trans, (para la provincia de Buenos Aires) ley que se aprobó pocas semanas antes de su asesinato.

A veces escucho el fastidio que adquiere la forma de la pregunta, ¿qué más quieren? Seguido de un muy breve listado de conquistas marcadas como el límite de la paciencia: “Ya se pueden casar, ya tienen su documento”, con el pequeño detalle de que seguimos viéndolas morir arrebatadas por la violencia machista extrema, que el insulto y la paliza se repiten en las biografías de muchas compañeras, que el dolor de perder a Diana es también la angustia de saber que no podremos evitar la noticia del próximo travesticidio y femicidio diario.

Entonces antes de que me gane el desánimo, cierro los ojos, recuerdo su sonrisa y sus palabras de despedida que se multiplicaron en los muros de facebook, en pancartas, en murales y que en  una frase sintetiza su legado: “Sé que en algunas cuantas conciencias habré dejado la humilde enseñanza de la resistencia trava, sudaca, originaria.” Claro que sí Diana, pero también por eso tu asesinato nos sigue doliendo.

Comentarios

  1. Hermosa y valiosísima nota!!! tenía totalmente naturalizados los privilegios de los que usufructúo… GRACIAS!!!

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