La Biblioteca feminista de Florencia Abbate

«La construcción de una memoria histórica es una tarea política indispensable», señala la escritora y ensayista Florencia Abbate, su libro «Biblioteca feminista» configura una pieza literaria fundamental que reúne las luchas de las mujeres desde el siglo XVIII hasta el presente, a partir de una genealogía que sintetiza el pensamiento y las vidas de muchas que a lo largo de la historia fueron pioneras, alzaron la voz en representación de lo colectivo, organizaron las bases, pusieron el cuerpo para la rebelión y fueron claves para pensar herramientas de debate.

«Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta». En 1791 Olympe de Gouges reclamó los derechos de las mujeres cuando se las ignoró como ciudadanas tras la Revolución Francesa, época modelo de las democracias; 150 años después Simone de Beauvoir pensó la relación asimétrica de géneros desde la otredad y como categoría social; al tiempo Kate Millet agregó que es una construcción «impregnada de política» y en los 90 Judith Butler argumentó que la identidad se construye perfomativamente.

A pesar de sus diferencias, el feminismo comparte un lenguaje que se hilvana en el tiempo, se abre, se repliega y aprende: es sobre esa «conversación», como la llama Abbate, que «Biblioteca feminista» (Planeta) historiza sobre la acción y el pensamiento desde sus agentes -teóricas, políticas, trabajadoras-, para reconstruir una narrativa de avances y retrocesos que no es más que el deseo y la lucha por transformar un orden social desigual.

-La irrupción de los feminismos impuso la urgencia de acceder a más herramientas para el debate ¿cómo se gestó esta biblioteca?
FA: Desde el ámbito académico se venían leyendo a autoras feministas desde hace 20 o 30 años pero incluso dentro de ahí, el pensamiento feminista estuvo confinado a seminarios o revistas especializadas, y no se incorporó a las materias obligatorias, mucho menos a las lecturas de los colegios, donde la historia de las luchas de las mujeres ha brillado por su ausencia. Es necesario democratizar el saber acumulado y producir insumos intelectuales que nos permitan reflexionar sobre nuestra historia y construir una memoria colectiva.

-La historia enciclopedista está poblada de figuras a las que se les atribuye un rasgo de excepcionalidad, en cambio, en este libro queda claro que cada una es un «emergente» de su época.
FA: Me interesaba mostrarlas como exponentes de grupos o movimientos, abandonar la visión individualista y recuperar la historia de las luchas colectivas y la construcción de un nosotras. Que sean grandes mujeres por la valentía o el carácter pionero de sus obras no significa que no sean personas de su tiempo. Podés tener un discurso disruptivo para tu tiempo, como por ejemplo, la posición de Emma Goldman sobre la importancia de la educación sexual y la difusión del uso de los anticonceptivos en 1915 era muy de avanzada, pero no era la única que lo planteaba.
Además, ninguna luchó sola: Clara Zetkin fue la gran organizadora de un poderoso movimiento de trabajadoras, logró que más de doscientas mil mujeres se incorporaran a los sindicatos y que se conquistaran derechos fundamentales como la licencia por maternidad, pero no fue un logro individual; fue una destacada dirigente e ideóloga, pero ningún objetivo se hubiera alcanzado sin el trabajo de todas.

-¿Puede ser la construcción de la memoria una re-escritura de los modos de ejercer el conocimiento?
FA: Para los grupos sociales oprimidos a lo largo de la historia, como las mujeres, las personas negras, mestizas, indígenas, las minorías sexuales o la clase obrera, la construcción de una memoria histórica es una tarea política indispensable. El pasado sobrevive en la medida en que podemos relacionarlo con el presente y actualizarlo en nuestros debates. Deshistorizar es muy funcional al poder patriarcal porque contribuye a borrar nuestros lazos con el pasado y nos impide reconocernos como parte de una larga historia de luchas.
Muchos feminismos han hecho hincapié en la importancia de construir genealogías porque esto permite recuperar legados, valorizar los aportes del pensamiento y comprender la situación de mujeres y minorías sexuales en perspectiva histórica. La construcción del conocimiento histórico siempre estuvo hecha desde una perspectiva masculina.

-¿Por qué el cuerpo tiene un lugar central cuando se piensa en la crítica al poder desde la desigualdad de género?
FA: Porque es el primer lugar donde se erige el patriarcado. Las estructuras patriarcales no funcionarían si no se arraigaran en los propios cuerpos: cuerpos que sienten que cumplen su deber al parir y criar hijos, que han sido educados para ser dóciles y atender a los demás, cuerpos convertidos en objetos sexuales, atrapados en ideales de belleza impuestos e inducidos a consumir productos, que han sido estigmatizados por expresar un género que no se correspondía con su sexo biológico.
Entonces, es también desde los propios cuerpos que se han ejercido la rebelión y la protesta, y por eso quería mostrarlos en acción: cuando las francesas obligaron al rey a abandonar su palacio en 1789, o cuando las rusas encabezaron la protesta que obligó a abdicar al zar en 1917, o cuando las estadounidenses de 1970 organizaron una huelga y salieron a las calles reclamando la igualdad. Muchas pagaron la rebeldía con sus cuerpos, como Olympe de Gouges, que fue guillotinada.

-¿Cual es el estructurante de los feminismos en la historia?
FA: Han cuestionado la familia patriarcal, la organización y la distribución patriarcal del trabajo, la justicia patriarcal, el machismo en la sociedad, en la política, en las instituciones, y las normas culturales patriarcales que han reprimido la libertad de las mujeres y la expresión de diversas identidades de género, muchas veces a través de la violencia.
Lo estructurante es un persistente desafío a la hegemonía del pensamiento patriarcal y a los poderes que lo forjan y reproducen para mantener a más de la mitad de la población subordinada. Los feminismos nunca se propusieron «tomar el poder», sino que han buscado transformar la cultura, las leyes, las instituciones y la distribución de los recursos para construir un mundo más equitativo, más justo, menos violento, donde haya más igualdad, autonomía y libertad para elegir qué vida queremos vivir.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *