La Construcción. Parte II

Por Rafael Gómez

Quizá nos hallemos en los umbrales de un nuevo paradigma. ¡Ojalá así sea! Se perciben construcciones en el campo social que señalarían la existencia de un modelo original de ideas y valores; pero aún son construcciones de poca incidencia, que están gestándose con dificultad y no resultan claras para todos.

Lo que hay -y esto sí resulta evidente- es una sociedad destruida por al menos cinco causas: la globalización económica, el consumismo, la falta de representación política, la derrota cultural, y la exclusión. La globalización ha consolidado el poder tremendo de las corporaciones y subordinado los gobiernos a éstas. El consumismo creó el reino de los objetos, la industria del entretenimiento, y el vacío interior (Yo consumo, ergo soy, parece ser el dogma fatal de nuestro tiempo). Los gobiernos no representan a sus votantes sino los intereses de las corporaciones. Y la derrota cultural es el abandono de las utopías y los sueños de los pueblos.

Las corporaciones económicas impusieron a los gobiernos la economía de mercado y la reducción del Estado benefactor -que es la institución social esencial-. La lógica del mercado arrasó la solidaridad, los vínculos del tejido social, y transformó los ideales en mercancías y las relaciones entre las personas en transacciones. Esto es parte de la derrota cultural. Y como el mercado está orientado a maximizar ganancias y no a satisfacer las necesidades primarias del conjunto de la población (seguridad, educación, vivienda, alimentación, salud), la consecuencia es la exclusión y la destrucción social.

Ante la destrucción, se abren desde el páramo colectivo dos opciones: resignarse o construir. La resignación es la entrega voluntaria que uno hace de sí mismo, poniéndose en manos de otro (en este caso, de la clase política y las corporaciones). Esto se puede disfrazar de indiferencia, cinismo o fatalidad, pero sigue siendo resignación y sometimiento. Y es el principal producto de la derrota cultural: las cosas son así y no pueden cambiar.

Esta nota trata de cuestionar ciertas conductas individuales y colectivas funcionales al sometimiento, y aportar algunos elementos que sirvan a una construcción solidaria e inclusiva.

La primera pregunta es: ¿por qué, los que percibieron y percibimos sin resignarnos este proceso de destrucción social -que viene verificándose desde hace muchos años- no hemos podido impedirlo? O dicho de otra manera: ¿por qué han fracasado y siguen fracasando, en lo esencial, miles de organizaciones que tienen o tenían como fines el bien común, la justicia social, la defensa de los derechos humanos, la democracia, la distribución de la riqueza, la reforma agraria, el crecimiento social a la par del individual, etcétera?

La respuesta probable es que todas estas organizaciones han subordinado sus fines a un objetivo único: llegar al poder (ya sea mediante presiones políticas, golpe de estado, contienda electoral, o lucha armada). La estrategia de tomar primero el poder para después cambiar el mundo con una idea preconcebida ha fracasado casi siempre. Sin embargo, estas organizaciones -grandes y pequeñas- insisten y se estructuran de forma vertical, como los ejércitos, para dar la batalla por el poder. La batalla les insume toda la energía y hasta la misma historia; y van dejando en el camino sus principios y objetivos más nobles. ¿Qué sucede entonces? La revolución se burocratiza, el partido popular que gana la elección traiciona, las cúpulas se distancian de la gente. ¿Cuál es el error de esta estrategia?

El problema no es tomar el poder. El problema es el poder en sí mismo. El poder en sí no tiene ideología, suele disfrazarse con ideologías y buenas intenciones para no mostrarse tan brutal y horroroso, van unos pocos ejemplos: una sociedad sin clases y la dictadura del proletariado (Stalin), el nacional socialismo y la tradición (Hitler, Mussolini, Franco), la justicia social, la lucha contra el capital y la soberanía (Perón), el ser argentino y el proceso de reorganización nacional (Videla, Martínez de Hoz), revolución productiva (Menem), la democracia y el eje del bien (Bush), capitalismo serio y leyenda montonera (Kirchner)… Estos son algunos de los tantos disfraces. ¿Qué hay detrás? La ambición de los que están entre paréntesis. La ambición de las cúpulas.

El poder consiste en someter a muchos a la voluntad de unos pocos. Así de sencillo. La ideología y las buenas intenciones son sólo instrumentos en manos de esos pocos para sostener o alcanzar este sometimiento. No hay otra cosa. El poder no es un medio sino el objetivo. Así ha sido desde los hechiceros primitivos hasta nuestros días. Tómese como ejemplo a un integrante de nuestra clase política: ¿qué hacía Kirchner en la década del 90, mientras Menem era presidente y él gobernador de Santa Cruz? ¿Estaba entregando el petróleo de su provincia a las corporaciones en pro de un capitalismo serio? ¿Acaso entonces denostaba a Menem y hablaba de los ideales setentistas? Nada de eso. Adhería a la globalización neoliberal (llámese entrega del patrimonio público y vaciamiento industrial del país) impulsada por Menem. ¿Qué hacía en realidad Kirchner? Estaba edificando su propio poder al lado de Menem. Ahora, para seguir sumando poder necesita diferenciarse de Menem y cambiar de posición. Lo de Kirchner no es singular, vestirse con el disfraz ideológico más conveniente para acumular poder es lo que hace toda la clase política. Los que hoy están al lado de Kirchner van a denostarlo mañana si les resulta oportuno. Ningún principio ético o ideológico resulta relevante a la hora de subir un peldaño, tampoco la gente. Y conforme se va subiendo es peor. Stalin, invocando razones revolucionarias mató a centenares de miles para sostenerse en el poder. Bush invadió dos países en nombre de la democracia, la libertad, y la justicia infinita. Hitler inició una guerra que cobró 60 millones de vidas. La lista de ejemplos es interminable.

¿De dónde surge tanta maldad y podredumbre? Estos personajes y otros menos conocidos pero más numerosos -como funcionarios, partidarios, sindicalistas, gerentes, empresarios, financistas, etc-, no son desalmados congénitos o aberraciones de la naturaleza. Tampoco salen de las obras de Shakespeare. Ellos aprenden y se forman en la ambición desaprensiva y la acumulación de poder en las propias instituciones sociales. El mismo Estado, los partidos políticos, las corporaciones, los sindicatos, son los formadores. El tumor del poder está en la misma estructura de esas organizaciones. Se trata, en todos los casos, de una estructura vertical. La organización vertical con sus jerarquías y privilegios, incita a las personas a escalar posiciones y ejercer poder sobre las otras. Esto ocurre en un gobierno, en un partido político, en un sindicato, o en una asociación vecinal. La estructura vertical es en sí misma una escuela de poder. Una especie de selva donde hay que manejarse con habilidad para sobrevivir y mucha desaprensión para convertirse en el animal más fuerte.

Intentar resolver el problema del poder es necesario pero a la vez complejo; y ha suscitado el esfuerzo de miles de pensadores a lo largo de la historia desde Platón hasta Foucault, pasando por Tomás Moro con su famosa Utopía que significa no lugar (por lugar todavía no creado) y refiere a eutopía, que significa lugar feliz . El problema del poder requiere imaginar un nuevo paradigma social con otros objetivos, sentimientos, y valores incidiendo en las relaciones personales y los modos de producción. Propone en suma, generar una utopía: un lugar todavía no creado.

Sin embargo, ya existen entre nosotros construcciones colectivas que están ensayando respuestas al problema del poder. Son las organizaciones de estructura horizontal. De carácter político pero apartidario , y basadas en la solidaridad, la participación sin jerarquías, y el ejercicio de la democracia directa, estas organizaciones actúan en temas diversos: la recuperación de las fuentes de trabajo, la pobreza, la inclusión social, los derechos humanos, la justicia, la educación, la protección del medio ambiente. Los temas resultan diversos pero las causas que los provocan no, son la impunidad y el abuso de poder. O dicho de otra manera: la causa es el poder en sí, que no repara en el bien común sino en el privilegio de las cúpulas.

En la próxima entrega, trataré de acompañar a estas organizaciones de estructura horizontal, mostrando sus dificultades y aciertos, en un trecho del viaje que bien pudiera llegar algún día hasta la libertad y la eutopía : ese lugar feliz.