El Brillo de las Cosas…

María  de los Ángeles Alemandi

Una alfombra verde delimita su territorio. Es un espacio pequeño, pero alcanza para dar dignidad al hombre que trabaja en la calle y se gana la vida lustrando calzado ajeno. Se llama Carlos Segundo Luna y hace más de seis años que echó raíces en la esquina de Callao y Corrientes.

No sé si éste será su lugar en el mundo. Pero hoy, con un banquito propio y otro para el cliente, más una caja de madera decorada con monedas argentinas donde guarda sus herramientas de trabajo, rodeado de fotos de Gardel, Fidel Pintos, Alberto Castillo y Hugo del Carril, este señor es reconocido, se reconoce a sí mismo, y suma a su identidad de ciudadano -abuelo- jubilado, la de lustrabotas.

De niño, cuando todavía vivía en Tucumán, aprendí el oficio. En mi juventud me vine a vivir a Buenos Aires, al principio trabajé en un frigorífico y después en una empresa de transporte, haciendo cargas y descargas en el depósito. Cuando me jubilé volví a trabajar en esto porque el dinero no alcanzaba. Era el año 96 … cuenta Carlos afligido, con la preocupación de saberse el único sostén de su familia. Vive con su mujer y con dos nietas, que están con ellos desde pequeñas. De todos modos, aunque los tiempos fueron duros, hoy está contento porque se junta unos pesos… además pronto su señora cobrará su primera jubilación como ama de casa, será otra ayudita .

Este hombre, con sus 73 años a cuesta, dice sin pesares: Vengo a trabajar de lunes a viernes de 8 a 18 horas. No hay clientes fijos, siempre se renuevan. Generalmente son señores de traje y corbata que trabajan en oficinas. Mientras les lustro los zapatos conversamos un poco. Pero no de cuestiones políticas ni de fútbol, sino de cosas de hombres. Mi tarifa es de $3. La hora pico es de 10 a 14, pero varía, a veces se trabaja bien, otras normal, algunas poco .

Cuando los zapatos brillan dicen cosas. En este caso hablan de una esquina, de Carlos Segundo Luna, de la vida sencilla y generosa que también brilla.