La Otra Historia de Buenos Aires

Segundo Libro
PARTE XXVII

por Gabriel Luna

La primera revolución del Cabildo de Buenos Aires

Andrés Robles fue el primer gobernador que, tras una leve tormenta de verano, dio a encallar en el apacible y poco profundo Río de la Plata. Ocurrió al llegar de España para asumir su cargo. Y fue ese naufragio, torpe e infortunado, una señal de lo que sería su gobierno.
Robles diezmó a la población indígena, se dedicó al boato y al contrabando, fugó capitales y empobreció a la república. Hasta aquí, no fue muy distinto de lo que hicieron y harían varios gobernantes en estas tierras. Pero además, y esto sí es poco frecuente, Robles desbarató el orden y el equilibrio institucional. No pudo robar con formalidad. Esa fue su torpeza. Se peleó con la Iglesia y también con el Cabildo, las dos instituciones que junto al Ejecutivo sostenían y hacían gobernable la república. Las peleas con la Iglesia ocurrían y ocurrirían con cierta frecuencia: obispos encarcelados, gobernadores excomulgados, templos incendiados, pueblos levantados por los obispos para destituir a los gobernadores, etcétera. Más rara era la pelea con el Cabildo, no por falta de discrepancias sino porque los capitulares o legisladores no tenían la fuerza, la riqueza ni el dogma como para enfrentarse a un gobernador. No podían pelearse, no por falta de motivos sino porque perderían. Sin embargo, al sentir el apoyo eclesiástico y considerar que llegaban a un punto intolerable donde la rapacidad y el cohecho ponían en grave riesgo la economía de la república y su principal recurso, seis capitulares y el escribano de actas cuestionaron una cédula real para frenar los intereses de un poderoso empresario, y enfrentaron al gobernador Robles que lo protegía. Esto ocurrió entre los meses de junio y octubre de 1677 en el Cabildo de Trinidad y puerto de Buenos Aires, en la más remota de las gobernaciones del virreinato del Perú, perteneciente a la Corona española.

Crónica de la revuelta
28 de junio de 1677. El gobernador Robles envía al Cabildo una cédula real presentada por Miguel Vergara, dueño de dos navíos que están en el puerto. El teniente de gobernador Luis Jufre entrega la cédula al regidor Pedro Rojas Acevedo (sobrino de Amador Rojas Acevedo), quien besa el papel y luego lo pone sobre su cabeza -en señal de sumisión, como es de uso y costumbre- antes de leerlo. La cédula habilita al armador Vergara a negociar libremente con los vecinos el precio de los cueros o su trueque por géneros o vestidos de Castilla, y suspende las facultades del Cabildo para regular las vaquerías y fijar el precio de los cueros. La reacción de los capitulares es mayúscula y unánime. Piden la real consideración de la medida y que no se innove sobre usos y dominios que se han observado en este Cabildo desde tiempo inmemorial por el bien y la quietud desta república. Dicen -y anota el escribano Bernardo Gayoso- que la cédula fue guiada por palabras esquivas y maliciosas para tapar la verdad y favorecer intereses mezquinos y foráneos. Y que su majestad, una vez informado de la verdad y habiéndolo oído todo sobre los particulares del asunto, provea entonces lo que fuera servido.
“Y la verdad es que en los otros puertos, aludidos por la real cédula, donde se vende la corambre sin intervención de los cabildos, no se tiene en cuenta el ganado cimarrón sino el criado en las estancias”, dice el procurador y regidor José Gil Negrete y añade: “En este puerto los vecinos no tienen ganado con marca y de rodeo como bienes propios en sus estancias pobladas. Aquí el ganado de cueros es propiedad común. Y por tanto, debe bien administrar y cuidar esta propiedad común el Cabildo”. Acuerdan los capitulares, toma nota el escribano, y dice el alcalde Luis Gutiérrez Paz: “Los vecinos más pobres y desesperados venden los cueros por dos partes menos de lo que valen. De modo que con 200 cueros una familia apenas puede cubrir sus carnes con los vestidos que obtiene a cambio”. Acuerdan otra vez y habla el alférez Luis Brito Alderete: “Además, se han retirado los ganados comunes y es menester entrar a más de 70 leguas para buscarlos, esto aumenta los riesgos de hallar indios alzados, encarece los gastos de la búsqueda y los acarreos… Y hace que un cuero, curado y estaqueado, deba venderse en los navíos a más de 16 reales, como lo ha fijado este Cabildo. Mientras que los capitanes obligan a darlos a 7 ó a 6, muchas veces a 4”. Siguen las razones, se adjuntan documentos que muestran el perjuicio a los vecinos en cifras por la diferencia de precios. Se abre el Cabildo para la participación. Y se cierra el acta con la siguiente sentencia: “Debe por todo esto la real cédula ser obedecida pero no cumplida”.
El 3 de julio de 1677, el escribano Bernardo Gayoso presenta al gobernador Robles dicha acta firmada por los capitulares y 60 vecinos reconocidos.
3 de agosto de 1677. Llega al cuerpo capitular una dura réplica del armador Miguel Vergara. Acusa al Cabildo de “monopodio e inguento de Judas”. Es decir, acusa a los capitulares que fijan los precios del cuero de formar una asociación ilícita y retener para sí parte del dinero cobrado a los armadores. Inmediata reacción. El Cabildo multa a Miguel Vergara por sus dichos en 2000 pesos de a 8 reales.
4 de agosto. El teniente de gobernador Luis Jufre Arce pide al Cabildo que anule la multa a Vergara.
23 de agosto. El Cabildo deniega el pedido, exige el cobro, y se opone al gobernador Robles.
26 de agosto. El Gobernador no manda cobrar la multa y emite un auto al Cabildo abogando por Vergara que pide 24.000 cueros para sus navíos.
31 de agosto. El Cabildo decide apelar ante el Consejo de Indias y la Real Audiencia. Y con este propósito junta fondos para enviar un emisario a Lima empeñando las mazas de plata capitulares y haciendo una colecta.
3 de septiembre. El gobernador Robles prohíbe el empeño de las mazas, la colecta o cualquier uso de los propios, aduciendo que está entre sus facultades evitar los gastos inútiles.
6 de septiembre. La protesta capitular es unánime. El alcalde Pedro Vera Aragón -quien fuera miembro de la Real Audiencia cuando funcionara en Buenos Aires- dice: “El Gobernador no puede ni debe impedir la jurisdicción y el poder deste Cabildo. Y en cuanto a evitar los gastos… los daños que se han causado a los ingresos desta ciudad son más de 50.000 pesos, si se tiene en cuenta la diferencia entre el precio fijado de 16 reales por cuero y el de 6 ó 7 reales pagados por los capitanes. Otrosí del grave daño causado al ganado común por haber dispensado que se abran las vaquerías”. Aquí acuerda y toma la palabra el regidor José Rendón. “Debo decir que es de muy grave daño, puesto que el comercio de cueros es recurso principal desta república y debe tanto este Cabildo como los otros desta Gobernación cuidar el recurso. Que al permitir la matanza sin la regulación del Cabildo, en cualquier estación, campiña, y a manos de cualquiera, quedaremos en pocos años sin el ganado cimarrón, o estará tan lejos que no podamos verllo”.
Se decide entonces seguir con la apelación, el empeño de las mazas y la colecta para mandar un emisario a Lima.
15 de septiembre. El Gobernador anula el último acuerdo del Cabildo, redactado y presentado ante él por el escribano Gayoso, y amenaza con multar a cada uno de los capitulares en 200 pesos si lo llevan acabo.
17 de septiembre. El Cabildo decide apelar la orden del Gobernador en la Real Audiencia, insiste en la presentación en Lima, “pero sin usar los propios desta ciudad”.

Desenlace
Esta revuelta, que hoy podría leerse como un conflicto entre un modelo extractivo colonial o de libre mercado y una economía proteccionista u orientada hacia un mercado interno, terminó por la fuerza en octubre de 1677. Sucedió que el gobernador Robles, harto del escribano Gayoso y considerándolo parte de una conspiración lo manda a arrestar. Según Robles, Gayoso lo había difamado al referir al obispo Azcona de un contrabando de géneros al Perú, realizado en caravana de mulas en 1676, y dirigido por el terrateniente Juan Pozo Silva y por Manuel Robles, el sobrino del Gobernador.
Todo esto era cierto y sería comprobado tiempo después por el Obispo. Pero mientras tanto Bernardo Gayoso estuvo preso, fue exhibido cabeza en cepo en el Rincón de las Ánimas (donde hoy está la sede central del Banco Nación) por difamar al Gobernador perturbando el orden público. Y así fue como se interrumpió la revuelta capitular.


La Otra Historia de Buenos Aires. Libro II (1636 – 1737)

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Parte XXIV
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Parte XXVI
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