La Otra Historia de Buenos Aires

 Antecedentes
PARTE XI

por Gabriel Luna

A mediados de enero de 1520 la flota de Magallanes recorre el Río de la Plata; las aguas son del color del Guadalquivir, pero es menos caudaloso y más ancho. Hubo en una de las orillas una batida contra los indígenas, que escaparon con agilidad de los españoles sin dejar víctimas ni capturas. Hubo, a la noche siguiente, un cacique solitario que llegó subrepticiamente en canoa hasta donde fondeaba la nave capitana, pidió subir a bordo, y trató largamente con Magallanes. Y hubo después una tormenta, no tan intensa como la habida en el Golfo de Guinea, pero que ponía a las naves en riesgo de encallar entre los bancos y los barros del río.
De modo que la flota busca refugio de los vientos frente a una meseta desolada y extensa -donde se alzaría muchos años después la Ciudad de Buenos Aires- y encuentra hacia al sur una entrada hospitalaria al continente, con vegetación y aguas menos movidas: el después llamado Riachuelo de los navíos -en el actual barrio de La Boca-. Es probable que Magallanes se resguardara a media legua de la entrada, de la “boca” del riachuelo -de aquí surge el nombre del barrio-, cuando el cauce, con buena profundidad, se bifurca frente a una ribera amplia formando un puerto natural, en el mismo lugar donde Pedro de Mendoza fondeará su flota -más numerosa y de mayor calado que la de Magallanes- dieciséis años después.
Tras la tormenta y evaluación de daños, se verifica la falta de un tripulante en la nao Victoria. Se trata del grumete Antonio Genovés, que fuera juzgado por sodomía junto al maestre Antón Salomón. Magallanes había condenado al maestre y absuelto al grumete por considerarlo una víctima. Salomón fue estrangulado ceremoniosamente en una playa de Río de Janeiro ante un público consternado de nativos y tripulantes; hubo después una misa por la salvación de su alma. Y la vida de Antonio Genovés se convirtió en un infierno. No se sabe si fue arrojado a la tormenta por la tripulación que lo consideraba culpable de la muerte de Salomón, si se arrojó él mismo, por la desesperación, la soledad o el remordimiento, o fue que Genovés decidió huir de ese mundo religioso intransigente, de sacrificios y castigos, para sumarse al mestizaje y a la lista de los náufragos contrarios al Imperio.

Mientras tanto, a 7400 kilómetros de allí, Hernán Cortés habita en Tenochtitlán, la metrópolis del Imperio azteca. Gracias a la codicia, la astucia, la religión, la fuerza. Y gracias a los intérpretes Gerónimo Aguilar -un náufrago afín al Imperio español- y la Marina o Malinche 1 -una mujer originaria concubina de Cortés y contraria al Imperio mexica-, que mostraron a los invasores las fortalezas y debilidades de los pueblos originarios y transmitieron a éstos la voluntad, los apetitos y la religión de los invasores. Gracias a los intérpretes del idioma náhuatl al maya y del maya al castellano, pudo Cortés aliarse con los totonacas y persuadirlos de que no pagaran impuestos a los mexicas -agenciando así una guerra entre ambos que le convenía-, pudo fundar Villa Rica en Veracruz (que además de convertirlo en propietario de la tierra servía de retaguardia para su ejército), pudo guerrear y después aliarse con los tlaxcaltecas, pudo engañar y hacer una matanza aterradora de más de cinco mil indígenas en la ciudad de Cholula, y pudo (a pesar de la matanza) ser recibido como huésped del emperador Moctezuma en Tenochtitlán.
La Ciudad, construida sobre un lago, lo encandila por la amplitud, la altura de los templos piramidales, y la riqueza. Moctezuma lo aloja junto a sus capitanes, los intérpretes, y una pequeña guarnición, en un palacio cercano al Templo Mayor. Allí, mientras su ejército acampa en las afueras, Cortés especula con intérpretes y capitanes sobre los pasos a seguir. Hasta que se anoticia de la batalla de Nautla, sucedida cerca de Villa Rica, en la retaguardia, y toma una decisión grave (que convertía claramente la pretendida conquista en invasión). ¿Qué había pasado en Nautla?
La batalla de Nautla ocurre entre mexicas y totonacas porque éstos se niegan a pagar impuestos, pero intervienen también los españoles de Villa Rica a favor de los totonacas. La batalla la ganan los mexicas, mueren siete españoles -entre ellos Juan Escalante, el alguacil de Villa Rica y lugarteniente de Cortés-, y la tropa recaudadora envía a Moctezuma la cabeza de un soldado español como prueba de que los invasores no son semidioses o enviados de Ehécatl -el dios del viento- sino simples y vulnerables mortales. La ilusión de la superioridad peligra. Hernán Cortés, toma entonces la decisión grave que implementará con el concurso de los intérpretes: engañar a Moctezuma y hacerlo prisionero (traicionando así la hospitalidad, las Leyes de Indias, las reglas de la guerra y todas las éticas). Cortés acusa a Moctezuma de ir contra el Imperio español, Moctezuma lo niega, y Cortés le ordena hacer comparecer a los jefes de la tropa recaudadora para conocer los hechos. Días después, llegan a Tenochtitlán el regidor-cobrador Cuauhpopoca -el nombre en náhuatl significa Águila humeante- con su hijo y quince funcionarios principales. Moctezuma, deslindando su responsabilidad de la batalla de Nautla, permite que Cortés juzgue a Cuauhpopoca y a los funcionarios. Ninguno admite haber recibido una orden del Emperador mexica para iniciar la batalla. Y Cortés los condena a todos, incluso al hijo del regidor, que tiene pocos años.
La sentencia -que será ejecutada al modo de la Santa Inquisición- tiene lugar frente al Templo Mayor, la enorme pirámide de arcilla roja y 14 pisos de altura, en la plaza central de Tenochtitlán -donde actualmente se ubica la Plaza de la Constitución, más conocida como El Zócalo, en la Ciudad de México-. La plaza central de Tenochtitlán, que el mismo Cortés compara por su grandeza a la de Salamanca, es un recinto sagrado de 10 manzanas, rodeado por un muro adornado con serpientes emplumadas. Allí se congregan mexicas y españoles expectantes, contenidos por guardias de sendos imperios. Hay 17 patíbulos con sus postes donde se encadena a los condenados. Y se ponen las armas y las pertenencias de cada cual debajo. Luego se enciende un fuego, con las cosas y las maderas de los patíbulos. Los aztecas nunca habían visto nada igual. No son grandes fuegos, porque acabarían pronto con el sufrimiento y el espectáculo. Son fuegos lentos, inquisitorios, de tortura, aptos para el terror intenso, el dolor prolongado, la confesión. (El espectáculo sirve también para disciplinar al público). Y los condenados intentan salvarse confesando lo que quiere oír Cortés, pero no se salvan. Mueren lentamente. Cuauhpopoca, como una interpretación siniestra de su propio nombre: Águila humeante. Un cura ruega por sus almas entre el humo y los gritos. Cortés encuentra el argumento para someter a Moctezuma, lo hace engrillar por dar la batalla de Nautla contra el rey Carlos I (tal es la lógica de Cortés). Y los mexicas junto al piramidal Templo Mayor -en cuya alta cima solían inmolarse personas y animales para los dioses del sol, de la tierra y de los vientos- asisten por primera vez a los sacrificios humanos, con torturas, que realizan los españoles en el llano de las plazas.

Al poco tiempo, ya enviado un nuevo alguacil a Villa Rica y hecho un pacto de paz en la zona, se distienden las relaciones. Quitan los grilletes a Moctezuma. Y Cortés descubre en el palacio donde lo alojan, un tesoro que ocupa dos salas. El “bendito” oro lo entusiasma y agudiza sus sentidos. Debe haber más, razona, y debe haber muy próximas las minas de donde lo extraen. Cortés pasa los días de enero y febrero de 1520, recolectando datos, mandando emisarios, estudiando mapas, concentrado en esa búsqueda.
Mientras tanto, a 7400 kilómetros de allí, Magallanes también está concentrado en una búsqueda. No son minas, pero algo que se le parece: busca un paso interoceánico para llegar a las Molucas, las Islas de las Especies, de riqueza comparable a las minas de oro. Magallanes dedica la segunda quincena de enero de 1520 a explorar el auspicioso Río de la Plata a bordo de la nao Santiago, que es la más ligera de la flota y la de menor calado. Magallanes busca aguas profundas, que serían las características de un paso interoceánico. Llega a la isla Martín García -bautizada así por Solís en memoria del despensero de su flota-, llega a la ubicación de la actual Carmelo en los márgenes del arroyo Las Vacas -aproximadamente donde los indígenas mataron a Solís-, y va más allá, pasa la isla Juncal, remonta riachuelos, descubre el río Uruguay, y siempre lanza un escandallo para sondear, pero el cordel nunca se extingue. La profundidad no supera las 3 brazas (5,5 metros). Esto, sumado al asunto de que el agua sigue siendo dulce y no salada, como correspondería a un paso entre dos océanos, demuestra que aquí no hay avío, nada de lo que buscamos, razona Magallanes. Y está acertado.
El 3 de febrero de 1520, pese a la resistencia de sus capitanes que querían continuar la exploración, Magallanes ordena volver de las turbias aguas del Plata a la verde Mar Océano. Y las cinco naves negras parten hacia el este, pasan por la Bahía de Samborombón -sin señales de estrecho- y encuentran la Mar Océano después del Cabo de San Antonio, donde cambian rumbo al sur bordeando la actual provincia de Buenos Aires. Ningún europeo había llegado nunca hasta aquí. Las cartas secretas de navegación -conseguidas tras duras gestiones en Lisboa- señalan algunas certezas hasta este punto. Más al sur, lo indicado responde sólo a la imaginación de los cosmógrafos, comprueba pronto Magallanes. Está en lo desconocido. Debe vigilar con mucha atención para no pasar por alto un paso interoceánico. Debe navegar cerca de la costa, pero con cuidado de los bancos de arena o de algas, que podrían atrapar las naos, y de los arrecifes que podrían romper los cascos. Las cinco naves van hacia el sur, pasan por los actuales balnearios de San Clemente, Santa Teresita, Pinamar, Villa Gesell. La nao San Antonio tiene una avería en la quilla, que tardan dos días en reparar; y la nao Victoria encalla en un banco próximo a la actual Mar del Plata, y deben esperar que suba la marea para liberarla. Magallanes toma más distancia de la costa y ordena fondear de noche. Las naves llegan a Cabo Corrientes y -siempre siguiendo la costa- toman rumbo oeste, el más celebrado de la tripulación por considerarlo afín a su destino.
El 13 de febrero una tormenta brutal los sorprende entre las actuales Miramar y Necochea, arrían velas, quedan a la deriva y a los miedos. Pasan varios días hasta que aparece el “milagroso” fuego de San Telmo en el palo mayor de la nao Trinidad. Vuelve la calma, y las naves retoman el rumbo oeste, siguiendo con distancia la costa.
El 27 de febrero la flota encuentra una bahía auspiciosa de estrecho, con dos islas en la entrada. Las islas pobladas de enormes y mansos patos sacian el hambre de la tripulación, llenan las despensas de los navíos. Magallanes en gratitud llama al lugar Bahía de los Patos. Aunque aquellos patos eran en realidad pingüinos y el lugar se llame ahora Bahía Blanca.

(Continuará…)

1. Ver La Otra Historia de Buenos Aires L1 Parte IV, Periódico VAS Nº 138.
Ilustración: fragmento del mural La conquista de México de Diego Rivera.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *