La película de Lo

por Claudia Korol

Lohana se multiplicó desde su partida, se proyectó en diversos horizontes, más allá incluso de lo que fue o eligió ser. Hoy la nombran compañeras que sin embargo no comparten y hasta pueden hacer largas exposiciones cuestionando algunas de las claves de la identidad rebelde que ella asumió y nombró: travesti, feminista, abolicionista, comunista.
Lohana es contraseña de revoluciones pendientes “que son ahora, porque a la cárcel no volvemos”, y de celebraciones compartidas con quienes estuvieron o no presentes, pero que pueden sumarse sin problemas, como ella lo hacía desde su fantasía desbordante, imprescindible para saltar los muros del no se puede.

Lohana para mí, es el abrazo que me falta. Es la ausencia cotidiana del vozarrón animando las marchas. Es la amiga de compartir las más íntimas intimidades. Es la tipa de la lealtad absoluta a los sentimientos e ideas. Es la imprescindible que no está estando de tantos modos, en tantas charlas silenciosas por las calles del mundo. Lohana es la compañera única, la de los secretos, la de “y si hacemos…” como preámbulo de aventuras compartidas, la de la palabra sin vueltas, la del enojo gigante, la de cocinar montañas de tortas fritas, la del café con leche con sándwiches de milanesa, la del amor siempre correspondido.

Lohana para muchas era la diva de la campaña por el aborto, de los Encuentros Nacionales de Mujeres, de las Marchas del Orgullo, de la lucha por la Ley de Identidad de Género, la de seminarios sobre socialismo, la feminista inconveniente. Lohana la roja, Lohana arcoiris, Lohana pañuelo verde, Lohana pañuelo violeta. Lohana libertaria, estudiando en la secundaria, inventando cooperativas para que quienes no tenían más alternativa de sobrevivencia que la prostitución, tuvieran la oportunidad de elegir un trabajo.
Lohana es el DNI personal con el que nos reconocemos entre algunas compañeras, en un campo del feminismo donde hay algunos códigos que no se transigen. Porque hasta los últimos días en el hospital, ella siguió repitiendo que la prostitución no es trabajo, y que su enfermedad era secuela de las marcas que la explotación sexual deja en el cuerpo de travestis, trans y mujeres. Ella lo sostuvo hasta el final, y no me parece honesto que esa definición tan profunda sea ocultada por quienes piensan diferente. Lohana no es bandera, aunque la hayan vuelto imagen para pintar los cielos y las paredes. Lohana no es un pin, aunque muchas quieran llevarla cerca de su corazón. Lohana es un pensamiento que hay que leer, que hay que entender, que podemos compartir o no, pero que no podemos banalizar.

Lohana habitó muchos espacios diferentes, y siempre fue ella. Estuvo en la TV cuando eso parecía inalcanzable para el feminismo, estuvo en los hospitales para acompañar a sus compañeras travas y ayudarlas a pasar trances de vida y de muerte en condiciones de discriminación y de desconocimiento del cuerpo travesti, estuvo en comisarías tantas veces presa y tantas veces sacando a otras compas, estuvo en la plaza con las Madres, estuvo en los encuentros de educación popular en Pompeya, estuvo en actos oficiales del kirchnerismo y del comunismo, mal que me pesen algunos, estuvo en marchas del orgullo y en contramarchas. Lohana estaba enamorada de la Revolución cubana, del Che, de Fidel. Era amiga de Mariela Castro, y encendía estrellas en el Malecón.
Lohana era la tía amorosa, la hermana preocupada por los hermanos y hermanas, biológicos o adoptadxs. Era la traviarca, la que daba refugio en su cuerpo gigante a las dianas, a las claudias, a las rominas, a las flores, a las leylas, a las marlenes, a las soledades de distintos nombres. Era la que gritaba exigiendo amor verdadero.

Lohana era la que inventaba las historias necesarias para que la rebeldía tuviera la película de acción, de amor, de intriga, de terror, de comedia, de documental y de ficción. Siempre la misma película. La que se hace con gestos y palabras, sueños y fantasía lohánicos. La película nuestra de cada día. La Lohana de siempre, hasta la victoria, hasta la rabia, hasta la ternura siempre.

Foto de portada: Florencia Guimaraes

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