Los trabajos del ciudado

La colección «Horizontes del cuidado» dirigida por la socióloga Natacha Borgeaud-Garciandía aborda la problemática del desigual distribución del desarrollo del cuidado en  las personas, haciendo hincapié en  los condicionamientos que  ejercen las relaciones de poder económico y los efectos que producen a nivel emocional.

La cuestión de los cuidados es un tema del que cada vez se escucha más, no sólo en los estudios sociales sino también en las agendas del movimientos feminista. Las estadísticas de Argentina no hacen más que revelar de qué modo las tareas de cuidado, remuneradas o no, impactan de manera diferencial según género, clase y etnia: no es lo mismo ser mujer y migrante que tener acceso a determinado capital económico y ser varón.

Las actividades de cuidado hablan de desigualdad porque, por ejemplo, para las mujeres de nuestro país las principales fuentes de empleo son en el rubro de servicios, esto es: casas particulares, docencia y salud. Y al mismo tiempo, en el plano doméstico ellas dedican tres veces más de tiempo que los varones a esas tareas, lo que también significa más precarización y menos oportunidades de empleo formal.

– ¿De qué hablamos cuando hablamos de cuidado?

-Natacha Borgeaud-Garciandía: Si bien recurrimos a «el cuidado», prefiero hablar en términos de perspectiva del cuidado, la cual reenvía a un campo de investigación y reflexión pluridisciplinar, complejo y dinámico. El problema no es tanto que abarca una definición, sino que excluye. Y qué significa o cuáles son los efectos de esta exclusión sobre la perspectiva misma. Se pueden usar definiciones restringidas del cuidado, pero desde el campo de reflexión e investigación, amputa su capacidad de cuestionamiento social y político. El cuidado no es meramente un objeto de estudio que pone a la luz desigualdades, sino que nos cuestiona como sociedad (la organización del cuidado, sus bases y sus efectos), como civilización (nuestros valores sociales y sus jerarquías) y como investigadores.

El cuidado como trabajo también permite poner el dedo en la llaga de las desigualdades sociales. La perspectiva implica reconocer que somos vulnerables, que necesitamos de cuidados para vivir y nos beneficiamos de ellos sin que se reconozca este aporte esencial. Es en las espaldas de las mujeres de sectores populares y/o migrantes que recae el mayor peso del cuidado, sea remunerado o no, en empleos precarizados o los dos.

– En uno de los artículos traducidos de la colección, la psicóloga francesa Pascale Molinier sostiene que «el cuidado es un trabajo».

-NBG: Definirlo como un trabajo permite desnaturalizarlo, desromantizarlo y politizarlo, así como cuestionar dicotomías socialmente producidas entre privado, público y político, entre ética y trabajo, entre razón y sentimientos, entre cuerpo y emociones, entre autonomía y dependencia, divisiones que desplazan algunas actividades y quienes las realizan hacia los márgenes de lo que se construye como «trabajo». En ese sentido hay que leer a Pascale Molinier cuando defiende la idea del «trabajo de cuidado»: no apela a hacer entrar al cuidado en el corsé del trabajo sino, en el surco de los cuestionamientos de las feministas de los años 1970, cuestionar esa concepción del trabajo a partir del trabajo de cuidado.

– ¿Cómo se explica este crecimiento de estudios sociales sobre el cuidado?

-NBG: El cuidado nos invita a pensarnos como sociedad. El pensamiento sobre el cuidado es rico, dinámico, heterogéneo, en constante discusión. Nace y se desarrolla en Estados Unidos a partir de los años 80, se desarrolla en Europa en los 2000 y en América latina en torno a los años 2010, si bien existen trabajos anteriores. Es interesante cómo la perspectiva se expande en todos los continentes y a pesar de las distancias físicas y sociales, se generan diálogos e intercambios transversales porque algunas de sus problemáticas son globales: el envejecimiento de muchas sociedades, la «crisis del cuidado» que combina mayores necesidades de cuidados con una menor «disponibilidad» de las mujeres que se insertan en el mercado laboral, las migraciones de cuidados que buscan paliar los efectos de la crisis, la mercantilización. El cuidado sale de lo privado para imponerse como un problema público.

– Y como problema público, también los movimientos políticos y sociales, los feminismos, demandan su reconocimiento.

-NBG: La perspectiva del cuidado implica reconocernos como vulnerables. En ese sentido, integra un movimiento más amplio de cuestionamiento del sujeto autónomo del individualismo moderno. Esto quiere decir que todos y todas necesitamos cuidados y que la «autonomía» se sienta en el cuidado brindado por otras personas, en mayor medida, esposas, empleadas domésticas, madres. Implica relaciones de poder que permiten por parte de quienes se benefician no reconocerlos ni, en muchos casos, verlos. Por ello, la dicotomía autonomía/dependencia pierde su pertinencia, aun reconociendo que las necesidades de cuidado varían con las etapas y condiciones de vida. Lo vemos en el contexto de la pandemia: cuando se suspenden las actividades que no resultan esenciales, quedan las actividades de cuidado.

– ¿Y cómo impactan esas relaciones de poder en estas actividades?

-NBG: El cuidado concierne a todos, pero su repartición muestra cómo se organiza en función de jerarquías sociales interrelacionadas de género, clase y raza/etnia. A nivel de la organización social, el peso cae sobre las familias, que dependerán de sus propios medios, con las consecuencias que tiene en las trayectorias de las mujeres y en la reproducción de la pobreza.

– ¿Cómo podría definirse el paradigma del cuidado local y hacia dónde sería más saludable que fuéramos?

-NBG: No tenemos la posibilidad de cuidarnos todos por igual, ni siquiera de cuidarnos todos. Las desigualdades afectan el acceso al auto-cuidado, tal como afectan el riesgo de enfermedad o el acceso a la salud. El sistema argentino de organización de los cuidados es de tipo familista, lo que de por sí penaliza a las familias con menos recursos. Sabemos que recae por razones sociohistóricas en las mujeres y que juega un rol central en la reproducción de las desigualdades. Los empleos asociados al cuidado suelen ser precarizados, mal pagos y no reconocidos, y generan situaciones de subempleo y de multiempleo.

Se requieren transformaciones profundas de nuestra forma de ver y valorar al cuidado y a quienes se encargan de él, en todos los niveles sociales, empezando con el Estado; cuestionar la delegación de este trabajo esencial y asumir nuestra responsabilidad colectiva reconociendo que todas y todos necesitamos de cuidado; trabajar en generar mayor equidad en el ámbito familiar; integrar el conjunto de trabajadores y trabajadoras reconociendo el aporte de cada uno y una.

 

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