Rosa Capusano, «La Protectora»

por Norberto Galasso

Nace en Guayaquil (Ecuador), en 1798. Desde su juventud, adhiere al proceso revolucionario desatado en América Latina. Al producirse la campaña libertadora al Perú, liderada por el General San Martín, “Rosita se hizo ardiente partidaria de la patria”, señala Ricardo Palma. En su casa de la calle Mercedes abre un salón literario-político adonde concurre la “juventud dorada” del campo revolucionario.Pero, asimismo, rosa se convierte en valioso instrumento de la campaña sanmartiniana, llevando a cabo funciones de espía. Su belleza y gracia le permiten introducirse en las filas del ejército absolutista y allí obtiene información que luego transmite a San Martín.

De estas funciones de confidente, pasa luego a tener un romance con el Gran Capitán. Palma sostiene que “San Martín no dio en Lima motivo de escándalo por aventuras mujeriegas…, antagónico – en esto – a su ministro Monteagudo y al Libertador Bolívar”. “Las relaciones del General San Martín, Protector del Perú, con la Campusano – agrega Palma – fueron de “tapadillo”, jamás se le vio en público con su querida pero, como nada hay oculto bajo el sol, algo debió traducirse y la heroína quedó bautizada con el nombre de La Protectora”.

Varios autores coinciden en afirmar que Rosa fue la amante de San Martín, quien hacía ya bastante tiempo que no veía a su mujer, pues ella se había trasladado desde Mendoza a Buenos Aires, después de un conflicto suscitado en la pareja. Víctor Von Hagen sostiene que “Rosita Campusano era la querida del General”. Ricardo Rojas, a su vez, afirma que “Palma da a entender que existió intimidad amorosa entre ellos”. Y Ernesto Quesada manifiesta que por entonces “San Martín se hallaba interesado en galantear a la seductora Rosa Campusano”. Ricardo Palma llega a sostener que de ese amor nació un hijo “al que llamaban Protector”.

Sin embargo, la hipocresía de la historia oficial la ha convertido a Rosita en una maldita, pues el silencio ha caído sobre su nombre. La historiadora Florencia Grosso, en su libro “Remedios Escalada de San Martín. Su vida y su tiempo” se escandaliza ante la mera posibilidad de que José Francisco haya tenido en sus brazos a Rosita y rechaza espantada esta imagen pecaminosa, como si ella no pudiese compatibilizarse con la de libertar pueblos. Sostiene, entonces, que se trataba solo de “una amiga”, colocándole así un cinturón de castidad al sufrido general. La técnica resulta semejante a la que denunciaba Jauretche cuando decía que San Martín sólo apelando al opio lograba calmar sus dolores estomacales, pero que la historia oficial se lo ha prohibido, con lo cual el General continúa con sus dolores, mientras el opio se traslada precisamente a esa “historia boba” que provoca los bostezos de los alumnos. Del mismo modo ocurre en este caso: al expulsarla a Rosita de nuestra historia, a San Martín le han “eliminado” el amor en esa época de residencia en Lima, condenándolo a la soledad y la abstinencia sexual.

Los servicios prestados por Rosa – en la lucha de liberación, se entiende, al igual que los de Manuela Sáenz – contribuyeron notablemente a conocer las intenciones y planes de los absolutistas y ambas mujeres fueron premiadas por San Martín, con la Orden del Sol, en 1822.
Después de la entrevista con Bolívar, San Martín –como se sabe- regresa a Chile, luego a Mendoza y finalmente, pasa a Buenos Aires a retirar a su hija, para encaminarse hacia Europa.

Rosa queda en el Perú y según Von Hagen le escribe a Manuela, una carta muy acongojada acerca del alejamiento del Gran Capitán.
Tal es el silenciamiento caído sobre Rosa Campusano –para no enturbiar la imagen de esposo sufridamente fiel que le han otorgado a San Martín- que no se conoce con certeza la fecha de su muerte, la cual debió producirse a mediados del siglo.

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