La Otra Historia de Buenos Aires

Segundo Libro
PARTE XXVIII

El fin de los nobles Robles

por Gabriel Luna

Años 1674 -1678. Andrés de Robles, el noble gobernador que al llegar encalló su navío en el Río de la Plata, encalló después la república. Ocurrió -lo mismo que en el río- sin necesidad ni más tormentas que las habituales, sólo debido a la ambición y la torpeza. Robles fue depuesto antes de cumplir cuatro años de mandato. No era usual deponer a un gobernador. Había que provocar un daño especial.
Andrés Robles fue contrabandista, como la mitad de los gobernadores llegados al Río de la Plata en el siglo XVII. Pero, aunque destacaba en codicia, no lo removieron exactamente por eso. Según algunos historiadores su peculiaridad fue hacer la primera conquista del desierto. Es decir, que se internó en las pampas con poca escolta, mucho ornamento y un cofre de maravedíes para seducir a los indígenas maltratados por los encomenderos y convencerlos de volver a la protección del Imperio. Es decir, fue a buscar mano de obra barata para levantar murallas, cosechas, y soldados, carne de cañón en caso de invasiones.[1]  En eso consistía la conquista, no ya de tierras sino de cuerpos. Y tuvo éxito, volvió con 8000 indígenas que ubicó en tres reducciones equidistantes de la Aldea, para dividirlos y controlarlos mejor. Pero al poco tiempo fueron diezmados por la viruela, que bajaba de los barcos del contrabando, y los sobrevivientes volvieron a las pampas. Fracaso. Fin de la aventura y un gran conflicto con la Iglesia debido al adoctrinamiento, provecho de la fuerza de trabajo y uso militar de los naturales, que reclamaba el Gobernador y no acataba la Iglesia. Lo cierto era que Robles ya había jugado el papel de doctrinero -propio de la Iglesia- cuando se internó en el desierto, y había fracasado. También era cierto que al contrabando del gobernador se sumaba el contrabando eclesiástico y ambos de algún modo competían. Se hacía difícil la gobernabilidad y para colmo el siguiente conflicto de Robles fue con el Cabildo, cuando le quitó la facultad de fijar el precio a los cueros y estableció una suerte de libre mercado que beneficiaba a los compradores, más precisamente, a los capitanes de los navíos que fugaban entre otros capitales las remesas en plata potosina del Gobernador. La medida golpeó fuerte en la economía porteña y provocó desobediencia y una acción que duró varios meses y bien podría llamarse: La Primera Revolución del Cabildo de Buenos Aires.[2]  Sin la Iglesia y el Cabildo, y contra la conjura de ambos, no se podía gobernar. Así lo entendió la Corona que, en 1677, mandó al obispo Azcona investigar e instruir un proceso secreto al Gobernador. Y surgió de esto la deposición y que el virrey del Perú y conde de Castelar designara desde Lima el 31 de enero de 1678 a Juan Garro, que era entonces gobernador del Tucumán, para sustituir a Robles en Buenos Aires.

Lo primero que ordenó el obispo Azcona fue suspender en sus funciones y embargar los bienes de Pedro Montenegro, que era capitán del Fuerte y sobrino del gobernador Robles. Montenegro había custodiado una remesa de plata potosina a España, propiedad no declarada y sorprendente del propio Robles.[3] Confeso Montenegro, el Obispo fue por Manuel Robles, también sobrino del Gobernador, denunciado por el vehemente escribano Bernardo Gayoso de contrabandear ropas y telas de Castilla al Perú en caravana de mulas y carretas, junto al estanciero Juan Pozo Silva. Denuncia que costó a Gayoso cepo, calabozo y escarnio, pero que verificó el prelado. Y entonces el círculo se cerró sobre Robles.
Al llegar Juan Garro a Buenos Aires para asumir la gobernación el 25 de julio de 1678, el obispo Azcona decretó el embargo de los bienes de Robles. Hubo a partir de este punto un largo juicio de residencia habilitado por 40 cargos. Recién en agosto de 1679, la Corte autorizó al Obispo a entregar 6000 pesos de los bienes embargados para que la familia Robles pudiera pasar a España, dejando el resto para responder en el juicio. Una familia numerosa con sobrinos y que además había crecido en miembros y servicio, porque el Gobernador tuvo dos hijas en Buenos Aires: Juana Josefa (1676) y Teresa (1677). La cuestión es que Robles dejó en las cajas de Lima antes de partir a España la suma de 22.600 pesos. ¿Cuánto representaba esto? Si se tiene en cuenta que una casa con dos patios cerca de la Plaza Mayor costaba 1200 pesos y una chacra alrededor de 2000, advertimos que la cifra era una fortuna y sólo podía explicarse mediante el contrabando.
No obstante, un oidor limeño, el licenciado Isidoro Eraso, salió en defensa de Robles (tal vez por intereses propios) argumentando que su gestión había tenido el mérito de aquella conquista del desierto, y que la Iglesia se había malquistado con él, por acusarla Robles de faltar a la doctrina de los indios, y que el Cabildo se había excedido en sus funciones al oponérsele, cuando Robles quería establecer un mercado libre para todos. La Corte entonces limitó la investigación del Obispo. Y, finalmente, el rey emitió un extraordinario y curioso dictamen de carácter moral donde decía que “un hombre de tanta nobleza no podía ser culpable de tantos cargos y, por lo tanto, no debía darse curso a los cuarenta capítulos que formaban su juicio de residencia”.

Y ese fue el final de los nobles Robles, feliz para ellos y triste para los porteños. Queda por dilucidar el curioso dictamen del rey, debido tal vez a tolerar el enriquecimiento y comercio ilícito a cambio de enviar a sus “nobles” representantes a los confines del Imperio, casi al destierro. Debido tal vez por considerar, erróneamente, que el contrabando sólo perjudicaba a la Real Hacienda. Y no considerar a los miles de indígenas ultimados por la peste en los puertos clandestinos, ni a los campesinos porteños empobrecidos por los capitanes de los barcos que fijaban sin competencia el precio de los cueros.
Tiene el dictamen (como no podía ser de otra manera) una fuerte característica colonial: el privilegio de la extracción sobre el mercado interno y la imposición cultural de un gobernante. Era un régimen colonial. Lo que sí resulta alarmante es la vigencia de esta característica. Aún hoy, en estas tierras y a cinco siglos de aquel episodio, todavía continúa el privilegio de la extracción, la indiferencia ante la pobreza, la muerte de indígenas… Y siguen gobernando los Robles.
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[1] Ver La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Segundo, Parte XXVI B, Periódico VAS Nº 115.
[2] Ver la crónica completa de esta revuelta en La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Segundo, Parte XXVII, Periódico VAS Nº 116.
[3] Ver La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Segundo, Parte XXVI B, Periódico VAS Nº 115.


La Otra Historia de Buenos Aires. Libro II (1636 – 1737)

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Parte I (continuación)
Parte II
Parte II (continuación)
Parte III
Parte III (continuación)
Parte IV
Parte IV (continuación)
Parte V
Parte V (continuación)
Parte V (continuación)
Parte VI
Parte VI (continuación)
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Parte X
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Parte XXIV
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Parte XXIV (continuación)
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Parte XXVI
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