Silvia Bleichmar: El Poder es Impiadoso con la Moral

Silvia Bleichmar es una de las intelectuales más intensas del país. Psicóloga doctorada en la Universidad París VII,  ha escrito y publicado numerosos artículos donde analiza los efectos del neoliberalismo en la sociedad argentina. Es autora, entre otros, del libro Dolor País , escrito después de los acontecimientos de 19 y 20 de diciembre de 2001, y de La Subjetividad en Riesgo (2005). En el campo psicoanalítico ha escrito numerosos ensayos entre los que cabe mencionar: En los Orígenes del Sujeto Psíquico (1987); La Fundación de lo Inconciente (1992) y Paradojas de la Sexualidad Masculina (2006). En 2003 integró la comitiva de intelectuales que se reunió con Fidel Castro cuando visitó Argentina.
Silvia Bleichmar recibe a Periódico Vas en su piso del barrio de Retiro. Es una tarde apacible de sábado, la casa de estilo francés es amplia y silenciosa. Distendida, Silvia Bleichmar ofrece café, habla de sus vecinos, y se dispone con gusto a analizar los temas que le proponemos: el problema de la identidad, y los problemas del poder y de los liderazgos, desde la perspectiva de nuestra sociedad. .

P. Vas :¿Cómo evaluaría el nivel de la salud mental en la sociedad argentina?

Silvia Bleichmar: Los argentinos sufrimos un ataque permanente a la subjetividad, que se inicia con el golpe militar, sigue durante en el menemato, y se acentúa cuando se ponen de manifiesto los efectos depredadores del neoliberalismo. Una señal en este sentido, fue el incremento de suicidios en personas mayores y en jóvenes. Otra señal es que a partir de la manifestación popular del 2001 y el surgimiento de las asambleas, se activa la esperanza y bajan los índices de suicidios. Es interesante darse cuenta que el suicidio no lo producen las crisis sino las mesetas.

P. Vas ¿Estamos en una meseta?

S. B.: No estamos totalmente en una meseta porque hay cierta reactivación, y cierta preocupación por modificar algunos aspectos de la educación. Pero tampoco existe algo que avizore una esperanza compartida. Lo que hay, es un sentimiento un poco menos desesperanzado y de mayor dignidad frente al otro.

P. Vas : ¿Por qué?

S. B.: La sociedad argentina no ha logrado todavía rescatar la idea de ciudadanía. Es decir, de sentirse partícipe en su capacidad de incidir en las grandes decisiones nacionales. La participación, más bien, se maneja por grupos que van recomponiendo formas de la dignidad y de la protesta; como, por ejemplo, es el caso de las Papeleras, los vecinos de Belgrano… Y las formas de reinserción laboral, como las cooperativas de cartoneros y las empresas recuperadas. Donde más allá del éxito económico, lo que se pone en juego es la capacidad de re-subjetivizar, es decir, de volver a armar algo en el orden de la expectativa y el protagonismo.

P. Vas: ¿Previamente no habría que reconstituir un sentido de pertenencia o identidad?

S. B.: Considero que es muy difícil recomponer la identidad sin un proyecto que la constituya. La identidad se constituye alrededor de un proyecto. Acá todavía no se ha podido recomponer un proyecto de país. Si bien, tras la caída de la ilusión de pertenecía al primer mundo, se vislumbró en la población un sentimiento nacional compartido, las formas de identidad adoptadas por la sociedad han sido poco fecundas.

P. Vas: ¿Por qué poco fecundas?

S. B.: Porque, por ejemplo, de repente aparece un brote nacional contra los uruguayos por el tema de las Papeleras, cuando nosotros tenemos Papeleras que hace años nos están contaminando. Esta actitud contra la Papeleras, si bien tiene un contrasentido, da cuenta de un posicionamiento social. Que no es un posicionamiento de rescate del país, sino de enfrentamiento, y sin que se hayan creado las condiciones internas de independencia. Porque mientras la gente sale a debatir el tema de las Papeleras, se están entregando los lagos del Sur.

P. Vas: ¿No le parece que la protesta contra las Pasteras puede tratarse de una resistencia al avance del neoliberalismo?

S. B.: No lo consideraría así, salvo en algunos casos como el de Esquel, donde existen protestas muy fuertes respecto a la implantación de la minería que trabaja con cianuro. Allí la protesta ecológica y el sentimiento de pertenencia al país, se aúnan con el enfrentamiento a las trasnacionales.

P. Vas: ¿Se puede construir identidad mediante la identificación con ciertos valores, procesos históricos o personajes?

S. B.: Absolutamente. Pero creo que la recomposición de la identidad se hace junto a un proyecto. Los momentos en que la Argentina ha tenido posibilidad de construir un proceso identificatorio fuerte siempre estuvieron ligados a un proyecto de construcción interior.

Desde la psicología, la identidad de la primera infancia se construye primero por oposición: sé quién soy porque sé lo que no quiero. El no es el primer afianzamiento del niño frente al adulto. En una segunda etapa, ya no te identificás por oposición sino por lo que querés. Ahí reside la diferencia: si nos pasamos la vida definiéndonos por oposición no podemos desear nada, porque lo único que podemos ser es el opuesto al otro. Lo importante es definir lo que uno quiere y después ver si coincide o no con lo que quiere el otro.

Nosotros, como sociedad, hemos tenido una identidad espuria definida por una oposición patética: no somos paraguayos, no somos brasileños, no somos bolivianos, no somos peruanos… Esto define una identidad en negativo, ligada a los llamados «bolsones del fascismo en Argentina» muy instalados en el discurso popular. Necesitamos hacer una construcción de la identidad en positivo: definiendo en principio qué queremos y cómo lo queremos. Y no hacerlo a la manera psicótica, como hicieron los alemanes después de Versalles -precisamente, la Segunda Guerra Mundial fue el intento de recomposición de una identidad fascista-, porque eso conduce a la destrucción. Y también rechazando cualquier intento de imposición de una falsa identidad -como sucedió con Malvinas, donde los mismos personajes que nacionalizaron la deuda privada y vendieron el país, de repente aparecieron como patriotas-, ¡es algo enloquecedor!

P. Vas: ¿El 2001 marcó un punto de inflexión con respecto a la identidad?

S. B.: Los sucesos del 2001 marcan la deconstrucción de los movimientos políticos como lugares de recomposición subjetiva: gran parte de la gente fue a la Plaza con su familia. Esto indica que las formas de alianza en la Argentina han retornado a formas mínimas a partir de la descomposición del trabajo y la educación. La consigna Qué se vayan todos es un grito de guerra, como lo es Aparición con vida . No quiere decir que sea algo realizable: es algo que marca lo que ya no querés más. Y tiene que ver con el proceso de identificación, pero no se constituye en un proyecto. Más bien creo, que hay que plantear el 2001 como un momento de inflexión o de ruptura que queda en latencia para otro momento. Lo que la sociedad produce históricamente puede anteceder, pero no necesariamente conducir. Es decir, puede quedar en latencia durante mucho tiempo sin plasmarse.

P. Vas : ¿Qué opina de la apropiación de esta consigna por parte de Blumberg?

S . B.: En la Argentina ha habido mucha tergiversación de las consignas y de los discursos, es notable la forma mimética con la que el pragmatismo puede tomar consignas y despojarlas de contexto. El problema en Argentina es el cambio de un discurso por otro.

Hacemos una pausa para dar vuelta el casete y sacar fotos. Proponemos entrar al tema del poder por el lado de las corporaciones.

P. Vas: ¿Cree que las corporaciones son psicópatas?

S. B.: No. Como tampoco se le otorga categoría psicopatológica a la Historia. Las corporaciones tienen conductas delictivas institucionalizadas. El problema aquí reside en el Estado que posibilita el delito bajo una forma que lo justifica y lo hace lícito. El Estado en general ha pervertido las formas legales permitiendo que la forma corporativa invada toda la vida civil. La corporación es un paradigma del sistema salvaje, no un exceso. Es un ataque a la honestidad y a la ética. Pero eso no quiere decir que se le pueda aplicar la categoría psicopatológica. Hay sí, personalidades psicopáticas que hacen usufructo de las corporaciones. La psicopalogía personal no explica sus acciones sociales. Las sociedades tampoco pueden ser caracterizadas psicopatológicamente, si bien ciertas patologías personales son más sintónicas con ciertos procesos históricos.

P. Vas: La clase política también tiene carácter corporativo…

S. B.: Sí. Y se evidencia cuando el Presidente incorpora personajes totalmente cuestionados a su proyecto político, como Alberto Fernández, Barrionuevo, D’Elia, etcétera…

Argentina se ha convertido en un país ingobernable, en la medida en que no hay oposición constituida, ni proyecto constituido, ni fuerza suficiente para que un proyecto predomine sobre otro. Entonces la corporación política se alía alrededor del líder que le garantiza estabilidad. Una especie acuerdo inestable. Por ejemplo, el nuevo proyecto de Código Penal no salió porque es impensable que el caudillismo del Interior apruebe la despenalización del aborto. La corporación se cuida en sus excesos entre comillas.

P. Vas: Las corporaciones y la clase política son estructuras de tipo vertical. ¿Se pueden construir organizaciones de tipo horizontal?

S.B.: Las sociedades con mayor capacidad reflexiva, mayor posibilidad simbólica y una experiencia histórica más propicia, posibilitan formas de estructuras más horizontales. Sin embargo, en la mayor parte del mundo, el liderazgo sigue ocupando un lugar central. Si no es el liderazgo, es el pensamiento mágico o mítico el que incide en las decisiones de los pueblos. Por otra parte, es muy difícil ejercer ciertas acciones sin la confianza ilimitada de alguien que te guía o te protege. El liderazgo salva de la decisión cotidiana en situaciones de riesgo respecto a la vida y a la muerte, evita el dilema del error. Este liderazgo puede darse en una persona o en una organización, como se dio en los grandes movimientos del siglo xx como el anarquismo o el comunismo, donde cada uno se sentía parte de ese movimiento histórico. Esa sensación de pertenencia liderada permitía la elaboración de decisiones y daba garantía de protección a nivel subjetivo representacional, no real. Es muy difícil para los seres humanos ejercer acciones si no hay algo que los convoque del orden de cierta irracionalidad. Nuestra racionalidad histórica es una irracionalidad, definida por representaciones ideales, depositada de alguna manera en algo: en una teoría, en una creencia religiosa, o en una persona. Es decir, en algo que le de sentido a la vida y a la muerte. Como diría Freud, el liderazgo se ejerce en el interior de una masa artificial. Es decir, en un grupo que se constituye con una ideología compartida y nos representa. También puede darse el autoritarismo sin liderazgo; como en el caso de Kirchner, donde hay cierto respeto pero salvo algunos sectores, nadie lo ama.

P. Vas: ¿Puede haber liderazgo en estructuras horizontales?

S. B.: Sí, pero el tema es liderazgos en función de qué. En estructuras horizontales perfectamente puede haber liderazgo. El tema es cuando la disparidad entre el líder y el resto es muy grande. Es decir, cuando el líder tiene en sus manos la capacidad y la potencialidad del poder, o cuando están en juego momentos muy decisivos donde la toma de decisión implica poner en juego la vida de otro. Y es muy aliviante que alguien decida una estrategia en la cual la gente crea. Estoy hablando de la función imaginaria del líder. Hay líderes que tienen tanta fuerza que crean un mito a su alrededor y se constituyen en un polo de amor-odio muy intenso. Lo que hay que diferenciar es liderazgo y poder. Son dos cosas diferentes. Esto está dado por el modo en que el líder se posiciona. Puede ser un líder de decisión y resolución o un líder de poder, que deviene arbitrario. Una cosa es que la comunidad delegue una decisión, lo cual da un poder circunstancial de decisión, y otra cosa es que el sujeto se crea el amo del poder.

P. Vas: ¿Existen ejemplos de liderazgos sin detentación de poder?

S. B.: (Ríe). En la comunidad política esto es muy difícil… Pero De Gaulle lo hizo, fue un líder que no detentó el poder sino el prestigio y manejó el levantamiento de París. Gandhi, lo hizo un tiempo, a medias… Lázaro Cárdenas en México. De todas formas, yo tengo una frase que es lapidaria, terrible, y es que el poder es impiadoso con la moral.

La entrevista ha terminado, debe terminar con esa frase. Sin embargo, queremos hacer una última pregunta fuera del temario, que se impone desde la actualidad y el dolor.

P. Vas: Considerando esta invasión de Israel al Líbano, ¿se podría analizar el pasaje de víctima a victimario en el caso de un pueblo?

S. B.: El pueblo judío se ha constituido en un país espartano y en ese sentido podemos encontrar algún atenuante en las condiciones históricas que ha vivido, pero no podemos alegar que se produjo como respuesta al holocausto. No diría jamás que las víctimas devienen en victimarios. Esto solamente puede suceder cuando se precipitan en ellos ciertas condiciones que los llevan a hacerlo, o cuando ya lo eran de antes. El ejemplo extraordinario de víctimas que no fueron victimarios es el de Primo Levi, cuando dice: » yo no sé si en el fondo de mi alma hay un asesino, pero lo que sé es que nunca maté a nadie y no es verdad que en el fondo de todos nosotros esté lo opuesto» . Esta es una guerra brutal que se ha desatado, y que realmente es una indignidad de ambos lados.

 

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