Vivir sobreviviendo

por María Fernanda Miguel

Hay un sector de la Ciudad de Buenos Aires que difiere mucho del resto, donde hasta la esperanza de vida se ve reducida: Bienvenidos al Sur.

Existe una frontera en el sur de CABA que se marca con el trazo de la Autopista 25 de Mayo. Todo lo que viene después del puente es olvido, falta de infraestructura, de servicios básicos… Y este planteo no es exagerado: hasta los periodistas de los medios hegemónicos preguntan en vivo si Lugano y Soldati son barrios de la Ciudad o si les corresponde pasar la bola de responsabilidades a la provincia. Ninguno de ellos pisa estos barrios por placer para una tarde de paseo, no saben quiénes viven ni cómo viven los miles de vecinos y vecinas que allí habitan. Lo cierto es que históricamente las comunas del Sur fueron ninguneadas, aunque algunos barrios tuvieron un poco de maquillaje, como Parque Patricios, en donde se estableció el Polo Tecnológico y la Jefatura de Gobierno, pero no muchos más. A tan sólo cuadras de allí el abandono empieza a notarse en calles con baches, veredas viejas -pese a que la gestión Larreta dice que es la que más baldosas cambió-, poca conexión de medios de transporte y, en algunos sitios, ni siquiera hay agua potable o cloacas. Sí, en la ciudad más rica del país existen diferencias que hasta delimitan la esperanza de vida.

Un informe del proyecto Salud Urbana en América Latina (Salurbal) realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), publicado en mayo de este año, revela que hay una disparidad de siete años de esperanza de vida entre quienes viven en zona sur y zona norte, teniendo en cuenta factores como el acceso a la salud, a los trabajos formales, espacios verdes, vivienda digna, hacinamiento, contaminación, entre otros.

De este estudio se desprende que los barrios en los que los hombres tienen una baja esperanza de vida son Villa Lugano, Villa Riachuelo y Villa Real: entre los 69,8 y 70,5 años, mientras que para las mujeres varía entre 78,3 y 79,4 años. Esto sufre una variante en Nueva Pompeya, Parque Patricios, Barracas y La Boca, donde las mujeres tienen menos años de vida, con promedios que van entre los 76,4 y 78,2 años y 70,6 y 71,5 en el caso de los hombres.
Esto cambia cuando la comparación se realiza con habitantes de barrios de zona norte. En Villa Pueyrredón, Villa Urquiza, Coghlan, Saavedra, Núñez, Belgrano, Colegiales y Palermo los hombres viven en promedio desde los 74,7 hasta los 77,5 años y las mujeres, entre 82 y 85,3 años.

Y no, no hace falta un informe del BID para darse cuenta de las marcadas diferencias que hay entre una zona y otra. No se trata de competencia, sino de que en una ciudad autónoma todos los ciudadanos deberían tener sus necesidades básicas cubiertas, y no apostar a ver quién se muere primero, dependiendo del barrio en donde viven.

Cuestión de ingresos
Según la Dirección General de Estadística y Censos porteña (Dgeyc), una familia de cuatro miembros en julio necesitó ingresos de por lo menos $ 138.534,96 para no ser considerada en situación de indigencia, $ 249.648,07 para no ser pobres y $ 384.417,11 para estar en clase media. Teniendo en cuenta la inflación interanual del 115% y el crecimiento del trabajo informal, no asombra que la pobreza en CABA sea del 42%, según la propia Dgeyc. En el primer trimestre de 2023, la pobreza se ubica en 15,8% de los hogares (213.000 casos) y en 21,8% de las personas (673.000 habitantes) algo superior a los del mismo período del año anterior, cuando fueron de 15,2% y 20,3%, respectivamente.
En un informe dado a conocer en diciembre de 2022, el organismo advirtió que «en los hogares de la zona sur se observa mayor porcentaje de hogares en condición de pobreza multidimensional que en el resto de la Ciudad», por lo tanto la problemática es conocida, pero las soluciones no llegan.

Sin plata, sin comida
Uno de los datos más preocupantes se da en la alimentación de las infancias y adolescencias. Según un relevamiento realizado por la Universidad Popular Barrios de Pie, en 10 barrios populares porteños, más del 50% de los niños y niñas sufre de malnutrición.

Estos barrios son Barracas, Bajo Flores, Cildañez, Fraga, Villa Soldati, Villa Lugano, Ciudad Oculta, Pirelli, Retiro y Piedra Buena. 8 de los 10 pertenecen a la zona sur de la Ciudad.
En el informe se indica que la malnutrición afecta al 54,6%, es decir a una de cada dos niños, niñas y adolescentes; mientras que el índice aumenta al 61% entre los de 6 y 10 años. Esto se da por la falta de comida variada de nutrientes, frutas, verduras, legumbres y carnes; alimentos fundamentales para los chicos en plena edad de desarrollo físico e intelectual.

Muchas familias dependen de los comedores escolares o barriales, con los que intentan paliar la falta de alguna de las cuatro comidas diarias. Aunque son necesarios, no dejan de ser una solución parcial ante la ausencia del Estado.

Ni la muerte nos va a separar
El cementerio de la Recoleta es reconocido a nivel mundial. Allí los turistas hacen cola y pagan para ver los mausoleos de figuras políticas, artísticas y de familias aristocráticas, que hasta dejaron estatuas con sus figuras. Hay visitas guiadas y un hotel de cinco estrellas ofrece habitaciones con vistas al cementerio. El morbo y el lucro se dan cita en la porción de la Ciudad donde la clase alta porteña ha sentado su hegemonía.

Pero resulta que en la muerte también hay diferencias sociales. El panorama cambia al momento de llegar en Bajo Flores, al cementerio ubicado en la calle Balbastro, donde no hay lujos, tan sólo abandono. Entre la tristeza propia del cementerio abunda el olor a podrido, alguna que otra rata y la desolación. Dentro del lugar hay una historia atrapada hace casi tres años: en plena pandemia se cayó un techo de uno de los sectores de nichos y hasta el día de hoy no hubo ni siquiera un retiro de los escombros para que las familias puedan visitar a sus muertos.

“Mi marido murió hace más de 20 años. Quizás a nadie le importe, pero a mis hijos y a mí, sí. Queremos ir a llevarle una flor y desde que se cayó el techo no podemos”, cuenta a Periódico VAS una de las damnificadas por este problema, que se ve multiplicado en muchas de las familias que -de más está decir- pagan la mantención de su familiar en esos nichos, pero el servicio no se cumple. Los empleados del lugar cuentan que recién se podría resolver el asunto, con suerte, en octubre de este año. Los muertos que no venden, no tienen presupuesto ni guías que quieran contar sus vidas.

El Sur parece otra ciudad, en la que no hay presupuesto, ni veredas nuevas, ni pasan los subtes; y a veces los taxis o remises no quieren entrar a alguna de las villas. Ni hablar de las ambulancias. El Sur existe, aunque no sea marketinero, existe. ¿Será prioridad para alguno de los candidatos a Jefe de Gobierno? Ya hubo demasiadas promesas y pocos cumplieron.

Foto de portada: Johan Ramos

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