Consumo y corporaciones: ¡Qué no decidan por nosotros!

Por Celeste Choclin

Grandes corporaciones y un motor de crecimiento basado en un consumo desenfrenado que promete felicidad para hoy y pesares para mañana. Un modelo extractivista que recorre nuestra geografía latinoamericana y grupos de vecinos que ponen el cuerpo: quieren decidir sobre el suelo que habitan.

La pregunta “para qué vivimos” ha rondado la historia de nuestra civilización; si se lo preguntábamos a un individuo en el siglo XIX y los albores del XX, la respuesta era “para dejar un futuro a mis hijos”, “para progresar” o bien “para seguir trabajando”. En los tiempos contemporáneos, con la caída del mito del progreso indefinido, los modos de trabajo flexible y un futuro que se presenta como incierto, la pregunta seguramente se contestaría con frases del estilo “para disfrutar”, “para vivir el momento”. Sobre esta idea se ha construido un mundo de consumo que promete la felicidad en el presente. Disfrútalo ahora y págalo en cómodas cuotas después, parece ser la premisa de gran parte de nuestras vidas donde hacerse un mimo, darse un gustito, disfrutar de un momento, se asocia más al consumo de objetos que a las vivencias compartidas ¿Qué le pasa a una sociedad anclada en el consumo?¿Qué sucede cuando se plantea el consumo como el gran motor productivo de un país?¿Podemos pensar otras alternativas donde el bienestar de una población no se asocie únicamente a la adquisición de objetos innecesarios?
Asistimos a un momento de gran concentración corporativa donde pocas empresas intervienen en negocios a nivel global y en Latinoamérica un modelo extractivista está dejando grandes pesares en nuestra madre tierra ¿Podemos correr a las corporaciones del centro de nuestras vidas? ¿Qué podemos hacer como ciudadanía para cuidar nuestro territorio? Consumos y corporaciones son dos caras de la misma cuestión: ¿decidimos sobre nuestra vida, nuestra tierra, nuestros recursos, o lo deciden por nosotros?

Lo racional de la irracionalidad
Señalaba el pensador alemán Herbert Marcuse en El hombre unidimensional: “nos encontramos ante uno de los aspectos más perturbadores de la civilización industrial avanzada: el carácter racional de su irracionalidad…La gente se reconoce en sus mercancías; encuentra su alma en su automóvil, en su aparato de alta fidelidad, su casa…El mecanismo que une el individuo a su sociedad ha cambiado, y el control social se ha incrustado en las nuevas necesidades que ha producido”. Efectivamente, el disfrute y la felicidad asociada al consumo de objetos implica el desarrollo de una matriz productiva a gran escala que no debe parar nunca. Pero también, la asociación entre felicidad y consumo nos deja dependientes de las grandes corporaciones que permanentemente operan, ya no sobre nuestras necesidades, sino sobre necesidades creadas, cuya satisfacción debe durar muy poco tiempo para que la rueda siga girando:“El camino que va desde el centro comercial hasta el basurero debe ser lo más corto posible”, señala Zygmunt Bauman en Vida de consumo.

Por otro lado se sobredimensiona el consumo, cuando desde la política se plantea como motor de la economía, como el modo de asegurar el empleo, ¿pero el consumo de cualquier cosa y a cualquier costo?
El economista francés Serge Latouche propone un modelo ya no basado en la productividad, sino en el mejoramiento de la calidad de vida a partir de la redistribución social, la noción de comunidad, la reconciliación con una naturaleza tan vulnerada. En su libro Salir de la sociedad de consumo afirma que podemos seguir “hinchándonos en la gran comilona del consumismo hasta reventar” o bien “buscar un camino de salida practicable, guiado por otras voces diferentes de las del pensamiento único y de los discursos progresistas de la economía y la técnica”.
Cuando se festeja en nuestro país la venta exorbitante de aires acondicionados o automóviles, por citar algún ejemplo, y luego se habla de crisis energética, de escasez de recursos, la pregunta que subyace es: ¿para qué se usa la energía?
¿Es necesario tener un Split en cada habitación o los 1.800.000 autos particulares promedio, que cada día circulan por la ciudad de Buenos Aires? ¿Cómo se administran los recursos? ¿Opera la lógica de las corporaciones (gran producción y consumo masivo) o el cuidado de nuestro patrimonio?

Modelo extractivista: más y más
“Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo…la historia del subdesarrollo de América Latina integra la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena…” escribió Galeano en el famoso libro Las venas abiertas de América Latina hace más de 40 años, y resulta de total actualidad en un continente donde “la alquimia colonial y neocolonial transfigura el oro en chatarra y los alimentos en veneno”. En los últimos años un modelo extractivista de producción alcanza a prácticamente toda Latinoamérica, según sostiene Maristella Svampa “América Latina realizó el pasaje del Consenso de Washington (CW), asentado sobre la valorización financiera, al Consenso de los Commodities (CC), basado en la exportación de bienes primarios a gran escala, entre ellos, hidrocarburos (gas y petróleo), metales y minerales (cobre, oro, plata, estaño, bauxita, zinc, entre otros), productos alimenticios (maíz, soja y trigo) y biocombustibles.” Este modelo se basa en una “sobre-explotación de recursos naturales, en gran parte no renovables”.

Minería a cielo abierto que contamina el agua, envenena el ambiente y destruye nuestro hermoso paisaje natural. Explotación hidrocarburífera por métodos no convencionales como el fracking, que suscita daños irreparables en el suelo, contaminación de aire y agua y aumento de la actividad sísmica. Una agricultura y ganadería mayoritariamente intensivas, basadas en maximizar beneficios en el menor tiempo posible, sin tener en cuenta tanto los daños que implica en la propia tierra, como los agrotóxicos utilizados para obtener mayor producción, además de la tendencia a los monocultivos en suelos tan ricos o los modos de engorde del ganado en corrales cerrados y sin posibilidad de desplazamiento de los animales.
La proliferación exponencial de la soja transgénica (19 millones de hectáreas de soja sembradas en nuestro país en la campaña 2012/2013) y otros cultivos como el maíz alterados genéticamente, cuyas semillas son desarrolladas y comercializadas en el mundo principalmente por Monsanto, favorecen la concentración de tierras, van empobreciendo el territorio y requieren de agroquímicos más potentes.
Encontramos estas semillas en nuestra mesa diaria como componentes de muchos productos envasados que compramos habitualmente (galletitas, sopas, golosinas, snacks, enlatados, entre tantos otros…), sólo que aparecen en forma genérica y sin especificar su origen transgénico.

Poner el cuerpo
La última producción de Disney puso como protagonista a un avión fumigador, queriendo hacer amigable una situación que resulta pavorosa: aviones que fumigan pueblos con pesticidas muy potentes. Las consecuencias de este tipo de fumigaciones saltan a la vista: chicos que nacen con malformaciones, aumento exponencial de cáncer, graves problemas respiratorios. Una investigación del Laboratorio de Embriología Molecular del Conicet-UBA, perteneciente a la Facultad de Medicina, confirmó lo que se venía denunciando hace años: que el glifosato utilizado para fumigar los cultivos transgénicos es altamente tóxico.
Las poblaciones gravemente afectadas decidieron ponerse de pie y enfrentar a las grandes corporaciones. Luego de diez años de denuncias, el Barrio Ituzaingó Anexo en Córdoba logró llevar a juicio a los responsables de las fumigaciones con glifosato y endosulfán, que causaron numerosos casos de cáncer y malformaciones entre la población. La sensibilidad y la valentía surgieron, como en los tiempos de la Dictadura, por parte de las madres. Así se conformó el colectivo Madres de Ituzaingó, que luchan para que dejen de fumigar sobre los cuerpos de sus hijos.
Pero el tema no quedó allí, este Colectivo junto a la asamblea de vecinos Malvinas Lucha Por la Vida están llevando a cabo un acampe frente a la planta que Monsanto está construyendo en Malvinas Argentinas (Córdoba). Exigen decidir a través de un plebiscito la instalación de la mayor planta de maíz transgénico en América Latina, cuyas obras comenzaron sin que nadie tuviera en cuenta la opinión de la población afectada. El 18 de septiembre comenzó el bloqueo de la Planta y a los pocos días fue reprimido. Sofía Gatica, principal referente de las Madres de Ituzaingo, sufrió traumatismo de cráneo y debió ser internada. Sin embargo «la salud no se negocia», suele decir esta madre que sufrió en carne propia las consecuencias devastadoras del uso de los agroquímicos y, por lo tanto, la resistencia ciudadana para frenar el avance de una de las multinacionales más poderosas del mundo, continúa en pie.

Acampe frente al Congreso
También en Buenos Aires, frente al Congreso de la Nación, se está realizando un acampe. Los motivos: el apoyo al bloqueo de la construcción de la planta de Monsanto en Malvinas Argentinas e impedir la sanción de la Ley de Semillas, que en los próximos días se tratará en el Congreso. “Tenemos que detener el tratamiento de una ley que privatiza las semillas”, nos decía uno de los acampantes, “yo vine porque me sensibilicé con el tema, creo que hay que dar a conocer esta problemática que nos toca a todos, hay que parar el avance de los transgénicos”. Los acampantes están juntando firmas contra la sanción de una ley que, según han denunciado distintas organizaciones, beneficiaría claramente a las grandes multinacionales.

Por un lado están las grandes corporaciones y por otro lado, los grupos de ciudadanos que resisten, que quieren decidir sobre el suelo, el aire, el alimento, y que no decidan por ellos. Una batalla que, aunque se presenta como la de David contra Goliat, continúa, persiste, persevera. Lo vemos en los colectivos que resisten la minería a cielo abierto, el fracking, las fumigaciones, el avance de los transgénicos.
Por eso es necesario dejar la dependencia del consumo, que afecta a buena parte de la clase media urbana, advertir qué hay detrás de cada producto que adquirimos, y mirar el presente con perspectiva de futuro. Desde ese lugar, la pregunta por el para qué vivimos se cargaría de otros significados que correrían el eje del disfrute individual y momentáneo, para plantear las consecuencias de un modelo de crecimiento donde como cantaba Atahualpa “las penas son de nosotros y las vaquitas son ajenas”.

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Para seguir leyendo:
Bauman, Zygmunt, Vida de consumo, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007.
Galeano, Eduardo, Las venas abiertas de América Latina, siglo XXI, Buenos Aires, 1983.
Latouche, Serge, Salir de la sociedad de consumo, Octaedro, Barcelona, 2012.
Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Planeta Agostini, Buenos Aires, 1993.
Robin, Monique, El mundo según Monsanto, Península, Barcelona, 2008.
Svampa Maristella, “El Consenso de los Commodities” en Le Monde Diplomatique, Edición N° 168 – Junio de 2013

3 comentarios en “Consumo y corporaciones: ¡Qué no decidan por nosotros!”

  1. Saramago decia mas o menos: La plusvalia ya no es el nombre de la explotacion. Ahora se llama consumo, el pueblo se queda con cosas inutiles y el capitalista con TODO el capital.

  2. EXCELENTE Y CLARA
    MUCHAS GRACIAS!
    CONSUMO CONCIENTE Y RESPONSABLE
    BUEN PRINCIPIO!
    MAS AMOR ABRAZOS JUNTADAS
    Y MENOS COSAS!

  3. es hora de sentir hollistico somos un todo animales piedras plantas y humanos si actiamos en conjunto podemos revertir la historia es de apoyarnos en quinuq , amaranto coca , maca , tarwi y la kiwicha, y todos los granos de los andes y volver a la madre gaia , que los tiempos del condor el aguila y jaguer estan corriendo….. naman¿ste!

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