Crónicas VAStardas

por Gustavo Zanella

Cualunque

Constitución. Otra vez, como todos los días, como todas las noches. Mendigos, vagabundos, personas sin techo. Mujeres y hombres yendo y viniendo, trabajando ahí, corriendo la coneja. esperando el colectivo, el tren. La llegada de los sueños que se escapan, con la llovizna de la desazón entre el mundo y sus ojos.

Se siente la frustración de los días sobre el lomo, esa acumulación de horas que hace más pesadas las carteras y mochilas. Una vez conocí a un tipo que me dijo «la cruz es más pesada cuando no se sabe a dónde ir». Con Constitución pasa lo mismo, con el mundo entero pasa lo mismo. No se sabe, no se lo puede pensar. Los que tienen con qué esperan, aguardan, sueñan su delirio optimista que los lleva de hoy a mañana sin las paradas intermedias de los detalles, donde habita el diablo. No hay dios posible para los otros. Ni el sexo sin rumbo los salva, ni la lucha destazada por el mango, ni la caricia amiga, ni el recuerdo que abrillanta tardes y mañanas idas, en las que una felicidad cualunque saludó por la ventana.

Sumergidos, enfrascados, subsumidos. Adosados, adentrados, maniatados los ojos ante la pantalla nos olvidamos del afuera. Cambiamos el horror cotidiano por esa puesta en escena del horror del otro, del placer ajeno. ¡Clic! Y te comparto mi dicha, mi trago, mi risa radiante. Dejo afuera todo lo demás, mi desvelo, mis esperas inútiles, las piedras que, como Sísifo, me encargo de ordenar para que la gestión ante un cadalso colorido sea eficiente y eficaz, pulcra, asceptica; impoluta en su impersonalidad. Los adivino a todos igual, los que dormitan parados, los que se mueven para que el dolor de cintura no les parta en dos la espalda, los que juegan videojuegos, los que miran porno en el celular, los que lloran sin llorar, los que ríen sin reír.

No hay luna, no hay estrellas. Solo hay una luz anaranjada que oscurece la autopista. Entra la humedad cuando se abre la puerta. Afuera solo hay ahora. Nada más.

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