Crónicas VAStardas

Fitito Maceta

por Gustavo Zanella

Miércoles. 40 minutos esperando el bondi en Paseo Colón. Viene. Subo. Dos cuadras y me duermo. De pronto, ruido. Abro los ojos. El colectivo no va más. Hay que bajarse. Estamos en Once. A dos cuadras se ve el quilombo de los manteros. A metros tenemos policías con ganas de pegar. Llega un 86 vacío. Nadie respeta los lugares del colectivo anterior. Solo consigo hacerme lugar en el pozo, ese agujero infecto de la puerta trasera. Junto a mí se sienta un poshumano, uno de esos fumadores de paco que aun no hizo el click definitivo y aun conserva rasgos mínimos de conciencia. Huele a paco y a traspiración aquerenciada. Iniciamos una guerra sorda por cada milímetro de espacio. Estoy cansado, enojado y tengo un día en que odio al país y al grueso de sus habitantes, incluso a los simpáticos.
En la autopista gano la partida con un par de movimientos violentos gracias a la brutalidad metódica con que el chofer toma las curvas. Habilitado para dirigir al mundo con racionalidad: 1. Amigo de las drogas duras: 0.
El triunfo dura poco. Una princesa que se pasó el viaje narrando por celular sus andanzas por el mundo se baja en Evita City, última parada donde sube o baja un pudiente con ganas de hacerlo saber. Se sienta el poshumano.
El resto es un peregrinaje hacia los fondos mismos del tedio y la frustración. Hay recorridos que no acusan recibo de que es época de vacaciones y debería haber menos vehículos en la calle. Entre el calor infernal y el paso de hombre recuerdo al fitito-maceta que está en el fondo de mi casa. Es un auto semipodrido que usamos para el estudio de la estratigrafía, pues tenemos aficiones arqueológicas; dicho en criollo, juntamos tierra en él, de distintos años. Por ejemplo, en su cabina, podemos datar polvo de la época en que las Spice Girls no usaban botox y donde Macri sólo era un empresario secuestrado. Crónicas familiares narran que incluso el sudario de Eva pasó por su interior, que allí habitó Yabrán antes de partir hacia el Caribe o que en su interior hay un vórtice hacia la revolución del transporte de Randazzo. Un aleph, un punto de fuga al multiuniverso, el laboratorio de pruebas de la teoría de las cuerdas, la puerta de atrás a la máquina de dios.
No es que sea un auto que permita grandes prestaciones y comodidades pero si se tomara en cuenta la cantidad de porquerías que guarda en su interior al menos se llegaría a la conclusión de que desafía al volumen de los espacios.
Dejo de fantasear y noto que tengo que bajarme para tomar el segundo colectivo. El centro de Kathan City está tan lleno de basura y gente como de costumbre. Espero 15 minutos y llega un 236 repleto. No me calienta, bajo en 20 cuadras. Llego. El fitito-maceta me mira y me guiña un ojo. Lo puteo. No importa -pienso-, todavía me queda un durazno en almíbar. Abro la heladera. No, no es el caso.

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