Crónicas VAStardas

En la soledad de los campos de algodón

por Gustavo Zanella

El clima es raro. Mitad desconfianza, mitad esperanza trasnochada. El sol da de lleno en el tinglado del colegio y abajo hace un calor de la hostia. Afuera está lindo pero el sopor adentro de la escuela te deja seco el garguero. Lo sabe el gendarme de la puerta que cada 5 minutos se esconde para clavarse un sorbito de cerveza y prenderse un pucho, lo sabe el fiscal general del peronismo que comparte con el fiscal de Milei un menjunje que de lejos se adivina negro. Los tengo vistos. Son profesionales de la fiscalizaron, vaqueanos de mil chanchullos a favor y en contra de la democracia. Pusieron el cuerpo para el pelotudo del Tío Alberto, para Macri, para Vidal, para Randazzo, para Cristina, para De Narváez, para Néstor y Duhalde. Si rascás un poco, capaz que también fiscalizaron para Dorrego y Lavalle al mismo tiempo. Es de esa gente que en la época de azules y colorados salía a la calle con una remera abajo de la otra, cosa de quedar bien con dios y con el diablo, aunque tratándose de militares no hay dios que valga. Si pagás, te cuidan los votos. Si no pagás…

Sin que les preocupe mucho y aun a riesgo de ponerse en pedo y desconocerse comienzan a verduguearse a viva voz, mitad en joda y mitad en serio. Se reclaman asados de polenta, se reclaman el curro de los derechos humanos, se reclaman el volver mejores, la partusa durante la pandemia, las corridas cambiaras, la venta de candidaturas y Vicentín. Una fiscal cuasi adolescente les reclama que por qué no bajan la voz y se van a hablar de política a otra parte. La ignoran. Hacen bien porque la flaca está ahí por la plata. Ella misma lo dice. Anoche salió de gira y vino amanecida. Lo último que quiere es escuchar a gente que habla de cosas de cuando ella no había nacido. No desculo para quién fiscaliza porque su habla es característica de los dos bandos en pugna: sin eses, con problemas de concordancia de verbos y un pedo atómico que se resiste a pasar. Los tipos son multiformes. Pasan por fiscales partidarios, barras de Deportivo Midland, secuestradores express, extras en la película La Misión, o patovicas setentosos de Mau-Mau.

Mientras espero, pasa lo que tenía que pasar. Cae en la misma mesa en la que estoy un viejo que debe haber ido a la escuela con Ceferino Namuncurá y Gardel. Lo traen a votar sus nietos, sus bisnietos, sus tataranietos. Todo muy lindo, la gente lo aplaude para las historias de Instagram. Cuando se apaga la cámara le traen una silla y se borran. El viejo debe haber sido sparring de Monzón porque la silla le queda diminuta. Eso o la sacaron de la salita de preescolar. Quedamos los dos monchos que tengo adelante mío en la fila, el viejo y yo. Uno de los fiscales medio bebidos, el massista, se acerca a preguntarle al viejo si quiere asistencia, si no quiere volver al auto y que le llevan la urna. La presidenta de mesa pone cara de que no tiene ganas de levantarse. El viejo dice que no, que no hace falta, que no se pierde por nada venir a votar; no porque le caiga bien algún candidato, sino porque en el geriátrico lo único que hace es ver televisión.

-Yo soy hombre de Pancho Rabanal -dice cómplice y con orgullo-. El fiscal pone cara de no entender de quién le hablan.

-Mire abuelo que ese hoy no es candidato, eh -Le dice condescendiente y me mira guiñándome un ojo y sonriendo. No voy a gastarme en explicarle de quién habla.

El viejo nos cuenta que es la única salida que hizo en todo el mes. Dice que se aburre de ver novelas con las viejas esas que podrían ser sus hijas; y que cuando la parentela lo saca a dar una vuelta, cada muerte de obispo, le mandan a esos chiquitos que le hablan raro y no los entiende.

-No sé ni de quién son hijos.

El Fiscal hace mutis por el foro y se va a seguir con cuestiones más etílicas.

El viejo me chista y me comenta que le parece que el fiscal es medio pelotudo. Sólo encojo los hombros no sea cosa que quiera darme más charla. Cuando llega mi turno le digo que pase primero. El viejo amaga con incorporarse por sus propios medios, pero de la nada sale corriendo un adolescente con pelos de colores y remera de Barbie al grito de:

-¡Guarda nono, que se rompe de nuevo!

Le da una mano para pararse y le devuelve el bastón. Como no puede entrar al cuarto oscuro le dice:

-Acuérdese de lo que le dijimos, eh. No se confunda de boleta -le gruñe, y al mismo tiempo le hace un gesto como si sus manos fueran garras. Y grita luego a la montonera de gente que hay en la puerta de la escuela, que parece que sí, que el abuelo le entendió.

Tengo la duda de si el viejo lo mira queriendo recordar una charla pasada o preguntándose cómo puede corromperse tanto el propio esperma, si total es ponerla y acabar. Misterios de la genética, supongo. Hay diez personas mirando la secuencia. Todos nos hacemos los boludos, o bien porque el resultado se huele en el aire y no tiene sentido patalear, o bien porque nadie quiere hacer quilombo por el voto cantado de un viejo de mil años y un pendejo ganso.

Por suerte entra y sale. Otra vez cae la parentela adolescente. Lo aplauden y se van. Entro. El pizarrón del aula tiene pegado un papel crepé de colores, enorme, con la frase «40 años de democracia. Fueron 30.000». Las maestras se mandaron un re-laburo y aparte nos dejaron un mensaje, vamos a decirle «subliminal». Pero la parte de los 30.000 está toda pintarrajeada con birome y aclara «se acabó el adoctrinamiento, kukas». Y la fecha de hoy. Salgo. En la puerta están los fiscales con una borrachera bastante acomodada. Uno le dice al otro:

-Si gana Massa, mañana te compro 2 docenas de sanguchitos de miga.

-Dale -le dice el otro y hacen fondo blanco.

-La reputa madre -pienso unas horas después con la mirada perdida en la imagen del televisor-, se van a quedar con las ganas.

 

 

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